La idea que predomina en los círculos económicos más influyentes de Alemania –el consejo de los cinco sabios y los cinco institutos de investigación con mayor reputación- sobre la zona euro, es la de una zona de libre cambio en la que las políticas fiscales siguen siendo nacionales y la política monetaria, aún con una moneda común, hay que limitarla para evitar transferencias masivas de recursos de unos países a otros. Esta limitación supone, en realidad, una modificación de los mecanismos de transmisión monetarios, que pierden buena parte de la eficacia como herramienta para combatir la crisis en toda la zona euro.

Vista así, la actual crisis se considera una crisis de balanza de pagos, parecida a la que acabó en los años setenta con los acuerdos de Bretton Woods. Hubo países que perdieron competitividad como consecuencia de un proceso inflacionista prolongado y la única forma de recuperar la competitividad perdida era devaluar la
moneda, reduciendo, de esta forma, el tamaño de sus economías en términos nominales, para que las variables fundamentales –precios relativos, tipos de interés o tipo de cambio- se ajustaran a las nuevas condiciones de equilibrio. Este proceso es acompañado, adicionalmente, por un pass-through que reduce los márgenes empresariales exportadores, amortiguando las elevaciones de costes para no perder mercados exteriores.

Ahora, con una moneda común, no es posible devaluar. Sólo a través de un doloroso y lento mecanismo que se concreta en la reducción de los salarios reales y precios, se podrá recuperar la competitividad perdida. En este caso, se trata de la competitividad de los países europeos que mayores divergencias han mostrado en crecimiento salarial respecto de Alemania y que con mayor intensidad están sufriendo la crisis.

Siguiendo este argumento, la perspectiva alemana niega cualquier papel positivo a las políticas fiscales activas, ya sea incrementando el gasto público o reduciendo los impuestos, en los países que se encuentran en mejor situación, la propia Alemania, principalmente. No sólo se niega el papel de las políticas fiscales; la propia política monetaria o cuasi-monetaria que se instrumenta a través del BCE o de los mecanismos de estabilidad financiera, es puesta en tela de juicio porque, mantienen, se corre el serio peligro de contaminar gravemente la solvencia de los países que mejor están sorteando la crisis. Esto equivale a afirmar que el crecimiento de la demanda interna en Alemania tendría como efecto fundamental el empeoramiento del endeudamiento público y privado alemán, y no depararía efectos positivos sobre los restantes países.

La única salida, pues, pasa por la reducción del tamaño de las economías periféricas para forzar una reducción de las importaciones y un aumento de las exportaciones, que permitirían conseguir un saldo positivo de la balanza de pagos. De esta forma, se podría ir pagando las deudas, públicas y privadas, con los recursos generados por el sector exterior.

Este razonamiento contiene varios fallos de consistencia. Señalemos algunos.

En primer lugar, la contracción generada por la crisis garantiza la reducción de las importaciones, pero no el incremento de exportaciones, que permitirían generar crecimiento positivo. Con una crisis generalizada en los principales mercados de exportación, ¿contra quién se gana competitividad? Si es con países que también padecen la crisis, apenas se incrementarán las exportaciones. Hay que señalar que más del 60% del comercio exterior de los países de la UE tiene lugar entre los propios  miembros.

Pero, además, en el caso de España, la pérdida de competitividad ha ido acompañada de un comportamiento de las exportaciones que se encuentra a la cabeza de la UE, incluyendo Alemania; un fenómeno que ya fue puesto de manifiesto por el profesor Myro hace tres años (El País, 5 de julio de 2009). Durante la pasada década, cuando perdíamos competitividad por la elevación relativa de salarios y precios, la pérdida de cuota de exportación fue la menor de todos los países europeos (excepto Holanda).

Alemania, que redujo sus precios de exportación durante el mismo periodo, perdió mayor cuota que nuestro país, un 12%, frente a menos del 9% de España. Y si lo comparamos con otros países, los resultados son aún mejores. Reino Unido y Francia perdieron el 40% de su cuota; Italia y EEUU, sobre el 30%

Una reducción de salarios y precios no garantiza, por sí mismo, un aumento de las exportaciones. Han sido otros factores distintos a los precios, los que ayudan a explicar el magnífico comportamiento exportador. En general, las empresas ganan competitividad cuando venden en el exterior. Introducen nuevas tecnologías, intensifican la relación entre capital y trabajo, mejoran la logística y el aprovisionamiento, ganan tamaño que les permiten aprovechar economías de escala.

Estas ganancias de competitividad se transforman, en general, en una mejora de la calidad y en una contención o reducción de precios. En todo caso, son factores distintos a los precios o costes internos los que explican la aparente paradoja del caso español: pérdidas de competitividad frente a los principales países europeos, pero mejor comportamiento exportador que ellos.

La visión de la crisis desde la perspectiva alemana, no encaja con el comportamiento exportador de nuestra economía. La salida de la crisis sustentada, fundamentalmente, por la devaluación interna, vía reducciones salariales, presenta unos límites cuantitativos y una traslación limitada a los precios de exportación. Pero aún cuando tuviese un impacto directo y generase una mejora de la competitividad, sin una demanda adicional de los productos, que tiene que venir de algún sitio, la mejora no tendría un impacto inmediato sobre la producción y el empleo.

Con una nueva crisis generalizada en las economías europeas, los defensores de una salida basada exclusivamente en la reducción de salarios y precios, deberían contestar a la pregunta: ¿de dónde vendrá la demanda adicional?

2 Comentarios

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