Es éste un tema que aparece cada vez con mayor frecuencia en los medios de comunicación, pero del que raramente se examinan todas las implicaciones. Pese a las dificultades legales, dado que la UME no contempla ni la salida ni la expulsión de ninguno de sus miembros, sería imposible detener a un país soberano que desease abandonar el euro. Véase, para un análisis a fondo de las cuestiones legales, el trabajo de Athanassiou «Withdrawal and expulsion from the EU and EMU», publicado en Legal Working Paper Series nº 10, Banco Central Europeo (http://www.ecb.int/pub/pdf/scplps/ecblwp10.pdf).

Aunque fuera posible salir, es probable que el período de gran inestabilidad que seguiría inmediatamente a una reintroducción de la peseta nos hiciese pronto añorar el euro, pese a todas sus dificultades. Habría dificultades para volver a readaptar los cajeros, la contabilidad, emitir las nuevas monedas y billetes, esta vez sin el plazo de tres años de que dispusimos en el cambio de pesetas a euros. Pero este sería casi el menor de los problemas. Cualquier señal del abandono podría desencadenar una crisis bancaria, ante las retiradas de fondos y salidas de capitales para evitar la conversión a una nueva moneda que, no lo olvidemos, pronto se devaluaría fuertemente. Evitar esa hemorragia requeriría limitaciones de las retiradas bancarias y otros controles de capital, en un escenario que recordaría al de Argentina en 2002. Estas medidas dificultarían el consumo y la inversión, con los consiguientes efectos contractivos. Interferirían también con el funcionamiento del Mercado Único, poniendo en cuestión la pertenencia de España a la propia Unión Europea.

La ventaja principal de tener una moneda propia consistiría en ser capaces de devaluarla, según suele resaltarse. Es cierto que, ceteris paribus, ello permitiría ganar competitividad internacional. La magnitud de la devaluación que cabría esperar sería grande, probablemente superior al 30%. Se suelen olvidar, sin embargo, los efectos que tendría esa devaluación sobre nuestra deuda externa, en su mayor parte denominada en euros. Si se mantuviese su denominación en euros, esa deuda aumentaría de golpe más de un 30% en términos de la nueva moneda. Si, como cabe suponer, se convirtiese a la nueva moneda al tipo de cambio inicial, la devaluación posterior reduciría fuertemente su valor en euros. Esto no sería otra cosa que un default de hecho. Como penalización, los mercados internacionales de capitales se cerrarían a las emisiones españolas durante unos años.

Las propias ventajas iniciales de la devaluación en términos de mayor competitividad deberían ponerse en perspectiva. Recordemos lo aprendido cuando usábamos la peseta. Las ganancias de competitividad a través de devaluaciones son temporales y no solucionan un problema que tiene raíces estructurales. Las devaluaciones terminarán provocando inflación, con lo que las ganancias transitorias de competitividad se irán disipando y se necesitarán nuevas devaluaciones. Las expectativas de éstas, junto al riesgo soberano, elevarán los tipos de interés. En fin, lo que vivíamos antes del euro (devaluaciones, inflación y altos tipos de interés) pero multiplicado.

En esta elección colectiva que se nos plantea entre opciones malas y peores, parece lo más sensato tomar las medidas necesarias para realizar inteligentemente el ajuste dentro del euro, con un Plan global que reparta los costes colectivos de una manera que se considere socialmente justa. Una recuperación del resto de la economía europea aliviaría la crudeza de las decisiones, pero no las modificaría cualitativamente. Si fuésemos capaces de acertar, esta crisis al menos habría servido para obligarnos a afrontar de una vez los cambios necesarios de todo tipo que llevamos ya demasiado tiempo posponiendo. En ese caso, podríamos salir de ella reforzados y mejorados. El futuro no está escrito. Por desgracia, la sociedad española no parece ser plenamente consciente todavía (tras más de tres años de crisis) de los formidables retos a los que se enfrenta.

6 Comentarios

  1. Alvaro, interesante perspectiva. La devaluación sólo serviría si todos los agentes económicos creyeran que se hace por única vez. Pero visto vuestra historia (al igual que la de Argentina) esta creencia por parte de los agentes económicos es muy dificil que ocurra.

    Saludos.

  2. El ajuste que hemos realizado en aumento de la tasa de paro, reducción del déficit por cuenta corriente, contención de salarios nominales y reducción este año de salarios reales (por el momento) hace ya innecesario la salida del euro.

    • En mi opinión el principal riesgo de que España salga del euro reside más en condicionantes políticos que económicos. Como Alvaro ha expuesto tan claramente las ventajas de salir del euro son menores que los problemas que acarrearía abandonarlo.
      Como tampoco veo probable que el núcleo duro de la UEM nos expulsara, aún en el caso de un default de la deuda pública española, el único riesgo que veo está en un aumento del paro hasta niveles insostenibles.
      Aunque desde el punto de vista económico el paro reduce las tensiones competitivas paralelamente aumenta las tensiones sociales. Aprovechándose de ello un partido populista podría incluirlo en su programa electoral para ganar las elecciones. Una vez en el poder podría verse obligado a llevarlo a cabo para contentar a sus bases.
      Creo que este escenario es muy poco probable pero, dado los riesgos que entraña, merece atención.

  3. Dejando de lado las consideraciones macroeconómicas, que no llegan en condiciones al ciudadano de a pié. Pongamos el caso de aquella persona que tiene una hipoteca de 200.000 euros. En el caso de que España abandonara el euro, se encontraría que tendría que hacer frente a una deuda equivalente a 200.000 x 150 np. resultaría un capital pendiente de, nada más ni nada menos que de 30 Millones de las nuevas pesetas.

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