Estaba descontado que junio, hasta cerrarse con la cumbre prevista para los días 28 y 29, iba a ser un mes intenso en el escenario europeo. En la medida que quiera aprovecharse ese cónclave para completar la Unión Bancaria y para avanzar en un presupuesto para la eurozona y en la mutualización de la deuda, las tensiones entre los partidarios de pasos resueltos (Bruselas y París) y los que exigen rigurosas pruebas de responsabilidad antes de ofrecer mayor solidaridad (“los nórdicos”, liderados por Holanda) habrán de aumentar y explicitarse, añadiendo presión a un ambiente ya notoriamente caldeado por dentro (el deshinibido autoritarismo que se impone en las “democracias iliberales” del Este, con Hungría y Polonia abriendo la marcha) y por fuera (las amenazas provenientes de la política comercial de Trump y de su denuncia del acuerdo nuclear con Irán). Un mes sin margen para el aburrimiento, era previsible. No se esperaba, en cambio, el refuerzo que aportarían Italia y España.

El de allí es superlativo, una auténtica crisis institucional: gobiernos abortados y cuestionamiento de la máxima magistratura del Estado y del propio marco constitucional. Cualquiera que sea el desenlace, lo ya hecho e intentado asegura turbulencias. Por ejemplo, el contenido del “Contratto per il governo del cambiamento” suscrito por las dos formaciones mayoritarias (populistas de izquierda y ultraderecha nacionalista y xenófoba), antagónicas aunque ambas de inspiración eurofóbica, fijando las líneas del Ejecutivo que hubiera encabezado Conte (la broma era advertir que no se trataba del entrenador del Chelsea F.C.). Si bien se dejaban aparcados inicialmente algunos de los designos más radicales (referéndum para salir del euro y rechazo de los criterios de Maastricht), se mantenía una larga serie de propuestas tan inconsistentes como contradictorias: ¿cómo lograr simultáneamente expansión del gasto público y reducciones de ingresos fiscales cuando los dos rasgos sobresalientes de la economía son el exceso de deuda y un crecimiento raquítico cuando no inexistente? Italia, conviene recordarlo, no es Grecia (cuyo PIB es equivalente al de la Comunidad de Madrid); la italiana es la tercera economía de la eurozona.

A la vez, aquí, entre nosotros, la caldera ha alcanzado el punto de ebullición cuando menos se esperaba. En lugar de luz verde para una legislatura que parecía tener asegurada su segunda mitad tras el paso de los Presupuestos por el Congreso de los Diputados, semáforo en rojo. Mal momento escogió el Ministro de Economía, Román Escolano, el pasado 24 de mayo, para ponderar la condición de España como “ancla de estabilidad política” en Europa: un día después la incertidumbre se enseñoreó de nuevo del escenario nacional. Un brusco “cambio de rasante” que no va a hacer fácil la conducción, justo cuando dar continuidad a la recuperación exigiría abordar reformas de gran calado —en educación, en pensiones, en el mercado de trabajo, en economía digital, en transición energética, en articulación del mercado interior…— que demandan tanta pericia como aplomo al volante.

Lo dicho: vienen semanas movidas. Es imposible no recordar la vieja maldición china: “Que vivas en tiempos interesantes”.

2 Comentarios

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