Casi al mismo tiempo que Romney, en su primer debate televisado con Obama, aludiera a España como paradigma del fracaso y que, poco después, Standard & Poor´s (S&P) degradara la deuda española al borde del “bono basura”, se ponía a punto una triple iniciativa a favor de la imagen de España y de su capacidad para salir de la crisis: por un lado, el seminario convocado en Madrid por el Ministerio de Asuntos Exteriores sobre la gestión de la marca-país; por otro, la muy notoria reunión anual de la Confederación Española de Directivos y Ejecutivos, que ha reunido en Madrid a un millar de dirigentes bajo el lema “Liderando sin fronteras”; finalmente, la campaña publicitaria del Banco Santander para relanzar la confianza ciudadana en el país. La coincidencia no ha sido premeditada, pero es expresiva: rebajada nuestra reputación fuera y dentro, es aconsejable tomar cartas en el asunto: no ocuparse de ello sería un mal modo de ocuparse.

Habrá que trabajar simultáneamente en ambos frentes, el que mira allende las fronteras y el de puertas adentro, aunque este último sea hoy quizá el prioritario dada la interrelación entre cómo nos reconocemos colectivamente y la imagen que proyectamos al mundo, y habida cuenta del desaliento hacia sí misma que parece haberse instalado en la sociedad española. Recuperar la autoestima no será suficiente para mejorar la credibilidad ante terceros, pero es siempre condición necesaria. Urge encontrar asideros firmes que permitan transmitir mensajes esperanzadores. Y los hay, ciertamente.

Muy alentador es, por ejemplo, el comportamiento del sector exterior. La exportación de mercancías sigue creciendo a buen ritmo, después de haberlo hecho formidablemente en los dos ejercicios anteriores, con la previsión de que mejorará en los próximos meses. Son sectores de tecnología media-alta los que demuestran mayor dinamismo exportador. Se ha logrado superávit comercial con Alemania, con Francia y con el conjunto de la U. E. Más todavía: el superávit por cuenta corriente registrado el pasado mes de julio supone un cambio de signo que no debería pasar desapercibido, pues es la primera vez que sucede desde finales de los años 90, antes del euro; la caída de las importaciones ha contribuido a ello, pero lo determinante ha sido la evolución de las ventas en los mercados exteriores.

Algo similar cabe decir de la internacionalización de un creciente número de empresas españolas industriales y de servicios, adquiriendo activos o abriendo establecimientos o ganando concursos de construcción y gestión en una pluralidad de países y en todos los continentes. Tampoco aquí lo decisivo es la atonía de la actividad interna, sino una confirmada vocación internacional, consiguiendo posiciones de liderazgo en un número significativo de casos. Sobresalientes empeños, en suma, que deberían ayudar también a elevar nuestra propia valoración de las fortalezas con que contamos.

Ojalá se consiga. Nos hace tanta falta como el llover.

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