“Se trata de salvar al país”, ha dicho la vicepresidenta Sáenz de Santamaría al justificar el severo ajuste acordado por el Gobierno tras la última cumbre europea. Un dramático llamamiento al que no le falta justificación y que debería actuar como revulsivo para combatir un estado de creciente desmoralización colectiva.

La situación es ciertamente comprometida. Confluyen tres órdenes de circunstancias. Primero, el más objetivo y cuantificable: la economía española, después de dos largos años (desde mayo de 2010) de intentos de corrección de graves desequilibrios, está ya agotando las posibilidades de financiarse a costes soportables y de reducir significativamente el déficit público. Segundo, la renovada falta de credibilidad en la gestión que se hace de la crisis: nunca gozó de ella, ni dentro ni fuera, el equipo terminal de Zapatero, pero el primer gabinete de Rajoy tampoco ha conseguido inspirarla hasta la fecha, tanto entre los inversores internacionales y los socios europeos, como en amplios sectores de la opinión pública española. Y tercero: siete meses después de iniciarse la legislatura, las expectativas de rectificación y mejora que suscitó el cambio de ciclo político van dejando paso a un clima de malestar social y a la resistencia organizada ante cualquier medida que suponga recortar posiciones adquiridas. Tres componentes que, autoalimentándose cada uno de los otros dos, tienden a formar un círculo vicioso.

El gobierno, diciéndolo de otro modo, ni ha conseguido detener el deterioro de la reputación exterior de la economía española —que eso es, en definitiva, lo que mide la prima de riesgo—, ni tampoco ha ganado adhesión ciudadana para su política económica. Siempre a remolque de los acontecimientos y ayuno de capacidad de anticipación, el equipo de Rajoy ha acabado transmitiendo algo de lo que más se reprochó a su antecesor: la constante improvisación, el sucesivo y siempre insuficiente parcheo, y la querencia a falsificar o, cuando menos, maquillar la realidad (que antes fue ignorar la crisis o evitar nombrarla, y ahora es, por ejemplo, convertir el rescate bancario en un préstamo “en condiciones extremadamente favorables”, o negar nuestra condición subordinada en las negociaciones con Bruselas).

Del todo deseable sería, pues, que la reciente comparecencia de Rajoy en el Congreso de Diputados y el posterior angustioso llamado de la portavoz del Gobierno, supusiera abrir una nueva etapa. Que donde solo ha habido iniciativas troceadas se presente un plan bien articulado con el horizonte temporal que permite toda la legislatura; que en vez del “camino fácil” (Draghi) para reducir el déficit que son las alzas impositivas, se avance resueltamente por el de la reducción del gasto de todas las Administraciones; que el ejercicio de convencer y persuadir sustituya a la mera proclama de que los sacrificios son necesarios, y que, contrariamente a lo que se ha venido haciendo, se revitalicen los debates parlamentarios y comisiones que hurguen en las causas y responsabilidades del gran quebranto, por decirlo con palabras prestadas. Para todo ello sí hay aún margen de maniobra. Ya se sabe que, en determinados pasajes de la vida, la esperanza más que una virtud es un deber.

1 Comentario

  1. Lo mismo de siempre falla el director de orquesta y algun crescendo, con este convenceremos a la audiencia que su obligacion es la de aplaudir

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