(Artículo publicado en Valencia Plaza el pasado día 2 de diciembre.)

 Es una lástima que la historia del Reino Unido en la UE termine así, por una estupidez

 

Los pasados días 29 y 30 de noviembre tuvimos la ocasión de reunir a un grupo de unos 40 investigadores de distintos países en la Facultad de Economía de la Universidad de Valencia en un seminario sobre integración económica que realizamos anualmente. Profesores de las Universidades de Valencia y Jaume I de Castellón formamos hace más de 15 años este foro de debate en el que presentamos y discutimos los resultados que vamos obteniendo junto con otros expertos en economía y finanzas internacionales.

 

En esta ocasión hemos contado con una mesa redonda sobre el Brexit y, por tanto, sobre un proceso de desintegración. Los integrantes de la mesa redonda fueron el profesor Robert Hine(College of Europe y Universidad de Nottingham), la profesora Concepción Latorre(Universidad Complutense) y el investigador de CaixaBank Oriol Carreras. Francisco Requena la moderó. Sus visiones proporcionaron una imagen muy profunda de la situación actual y de lo que cabe esperar, desde un punto de vista económico pero también político, del Brexit.

 

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Lo primero que dejó claro Robert Hine fue que las incertidumbres aún no están resueltas. Aunque ya haya sido aprobado por el Consejo Europeo el acuerdo presentado por los negociadores, como sabemos, aún debe aprobarse por parte del Parlamento Británico para que pueda hablarse de que todo esté cerrado. Actualmente Theresa May no dispone de los votos necesarios, en parte por la situación de Irlanda del Norte, a la que el acuerdo dejaría en un régimen distinto del resto del Reino Unido. Lo que ha pactado May no acaba de contentar a nadie: ni a los conservadores, que reclaman libre comercio con todo el mundo (una situación en exceso extrema); ni con las asociaciones de comerciantes, que lo que quieren evitar es una salida sin acuerdo; ni a los norirlandeses; ni a los partidarios de quedarse. Además, ella prometió que no volverían al mercado interior, por lo que esto es también una importante restricción a lo que puede hacer. Un segundo referéndum tampoco parece viable, no sólo por cuestión temporal, sino porque supondría una crisis política, ya que probablemente el resultado sería el contrario al Brexit, pero también por un estrecho margen.

 

Según Robert Hine, teniendo en cuenta que los británicos tenían, con el Brexit varios objetivos irrenunciables (reducir o eliminar su contribución al presupuesto europeo, limitar la circulación de trabajadores, poder negociar independientemente sus acuerdos comerciales y no depender del Tribunal de Justicia de la UE), las dos opciones más sensatas serían o bien el régimen de Noruega o bien un área de libre cambio sin más.

 

Por otro lado (y esto es muy relevante a la hora de decidir la forma de la relación futura con la UE), el principal problema al que se enfrentarán el día después, como afirmaron tanto Oriol Carreras como Concepción Latorre, son las barreras no arancelarias. Dichas barreras son mucho más complejas de gestionar que los aranceles, hoy en día insignificantes. Una barrera no arancelaria es una restricción al comercio debido a la existencia de diferencias técnicas en las especificaciones de los productos. Su eliminación, casi completa en la actualidad, ha sido posible gracias a la creación del mercado interior en la UE. Para que los productos puedan venderse en toda el área y que el comercio funcione, durante largos años se han pactado normas comunes. Lo más importante es que estas normas han afectado tanto al comercio de bienes como al de servicios. Y es éste último donde más se concentra la ventaja de Gran Bretaña en el comercio y su principal mercado (el 50% del total) está en la UE. En el resto del mundo persisten las diferencias técnicas o sanitarias en los productos y, si el Reino Unido renuncia a la unión aduanera con los 27 y a la intermediación del Tribunal de Justicia cuando surgen discrepancias en temas como este, se verá perjudicado gravemente. Aunque intente pactar acuerdos con otros países o áreas, las diferencias en normas técnicas hará que sea difícil penetrar otros mercados de la forma en que comercia con la UE.

 

Por lo que se refiere a los efectos económicos del Brexit, Oriol Carreras distinguió entre el corto y largo plazo, señalando que, si bien a corto plazo los efectos no han sido tan graves como se esperaba, la mayor parte de los analistas predicen caídas del PIB británico de alrededor de un 5%. Desde el punto de vista político, es probable que se tenga que llegar a una segunda votación en el parlamento británico, por lo que la incertidumbre se prolongaría pero, según su análisis, se producirá el Brexit con un acuerdo final con la UE.

 

Además de los efectos sobre el PIB antes mencionados, Concepción Latorre realizó una revisión de los resultados obtenidos en los diferentes trabajos que se han hecho hasta la fecha sobre el Brexit, incluyendo algunos en los que ha participado ella misma. Coincide en la incidencia del Brexit sobre el comercio de servicios, clave para el Reino Unido, así como en la caída de la productividad, al perder el acceso a un mercado cercano y grande como el europeo, que permitía aprovechar economías de escala y bajar costes. También tendrá efectos negativos las restricciones a la inmigración (aproximadamente un 2.5% del PIB), y afectará en menor medida, a los ciudadanos del resto de la UE que trabajan en Gran Bretaña. Es poco probable que haya deportaciones, pero se limitará de forma importante la entrada futura de trabajadores. También se reducirá la inversión extranjera directa, con nuevas pérdidas en términos de crecimiento para los británicos. En resumen, la pérdida rondaría el 5% del PIB, algo menos si la salida es suave y si se mantiene un vínculo importante con la UE, especialmente si fuera en forma de unión aduanera.

 

Resumiéndolo en una frase, dos de ellos citaron al antiguo director general de la Organización Mundial de Comercio, el francés Pascal Lamy. Según Lamy, el Brexit es una idea estúpida o, como diría en otra intervención, llevarlo a cabo sería tan difícil como querer quitar un huevo de una tortilla. En efecto, es muy complicado salir de un acuerdo en el que un país se ha integrado progresivamente durante más de 40 años y que ha llevado a cambios importantes y beneficiosos en su forma de comerciar y producir. Es una lástima que la historia del Reino Unido en la UE termine así, por una estupidez.

 

 

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