En su famoso ensayo “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”, escrito en 1905, el sociólogo alemán Max Weber defendía que la religión protestante favorecía más el crecimiento económico que la religión católica. Mientras que en el catolicismo la acumulación de riqueza era moralmente reprobable, en el calvinismo el éxito económico era una señal de que la persona había sido elegida por Dios para ser salvada. Sin embargo, para que fuese aceptable ante los ojos de Dios, el éxito económico debía ser el resultado del trabajo duro y del ahorro.
A pesar de que los argumentos de Weber han sido debatidos extensamente en el plano teórico, pocos estudios han analizado su validez empírica. ¿Realmente las regiones protestantes crecieron más que las regiones católicas? El crecimiento económico del Reino Unido y de Holanda durante los siglos XVI y XVII, y el declive relativo de España e Italia sugieren una respuesta afirmativa a esta pregunta. El propio Max Weber había motivado sus ideas al observar que en el sur de Alemania las familias protestantes tenían mayores ingresos que las católicas. Sin embargo, como hemos repetido muchas veces en este blog, no debemos confundir correlaciones con causalidades. Para establecer una causalidad debemos utilizar datos adecuados y técnicas precisas. Un estudio reciente del profesor Davide Cantoni, de la Universidad de Munich, cumple estas condiciones.
El profesor Cantoni analiza la población de 272 ciudades del Sacro Imperio Romano Germánico (que englobaba a zonas de las actuales Alemania, Austria, Eslovenia, Francia, Italia, Países Bajos, Polonia, República Checa, y Suiza) durante el periodo 1300-1900. Para este periodo es difícil contar con datos precisos de renta y, por ello, Cantoni, como otros estudios precedentes, utiliza la población de las ciudades para aproximar el nivel de desarrollo: una mayor población está asociada a una mayor productividad y, por tanto, a un mayor nivel de renta. Cantoni analiza si las ciudades que adoptaron la religión protestante aumentaron más su población que las ciudades que siguieron siendo católicas. Contrariamente a lo que defendía Weber, Cantoni muestra que adoptar el protestantismo no tuvo un efecto estadísticamente significativo sobre el crecimiento de la población. Es decir, las ciudades protestantes crecieron igual que las católicas. La muestra utilizada por Cantoni es adecuada para establecer la causalidad, ya que la religión que adoptaron las ciudades a partir del siglo XVI fue determinada por los dirigentes locales, y no por la decisión de sus ciudadanos. Esta característica hace que la adopción del protestantismo se puede considerar como un tratamiento exógeno sobre las ciudades.
La conclusión de Cantori es opuesta a la de otro influyente estudio empírico, realizado por los profesores Becker y Woesmann, publicado en 2009, en el que mostraban que las regiones de Prusia con un mayor porcentaje de protestantes tenían un mayor nivel de vida a finales del siglo XIX. Una conclusión muy interesante de este estudio es que el mayor desarrollo asociado al protestantismo no se debía tanto a la ética del trabajo duro y al ahorro, sino a la inversión en educación. El luteranismo, una de las ramas del protestantismo, defendía que las personas tenían que ser capaces de leer la Biblia. Para ello los niños debían de ir a la escuela para aprender a leer. Esta mejora en la educación, además de cumplir con sus propósitos religiosos, tuvo un efecto positivo sobre la economía al dotarla de un mayor capital humano.
El profesor Cantori ofrece una explicación sobre las conclusiones opuestas de su estudio y el de los profesores Becker y Woesmann. Según Cantori, la muestra utilizada por Becker y Woesmann tiene un gran número de zonas rurales y pocas ciudades. En cambio, la muestra de Cantori está compuesta por ciudades; en éstas el nivel educativo de la población era mayor, y no se observaban diferencias relevantes entre ciudades protestantes y católicas.
¿Debemos desprender del estudio de Cantori que el trabajo duro y el ahorro no favorecen el crecimiento económico? No. El argumento es más bien que la ética del trabajo duro y el ahorro no tiene tanto que ver con la religión sino con las ocupaciones de las personas. Según los profesores Doepke y Zilibotti, los artesanos y comerciantes, que habitualmente vivían en las ciudades, constituían las clases medias de la sociedad antes de la Revolución Industrial. Estas ocupaciones, especialmente en el caso de los artesanos, exigían un largo periodo de formación, primero como aprendices y después como oficiales, antes de convertirse en maestros. Además, el maestro debía contar con un capital para abrir su propio negocio. Las características de la carrera laboral favorecían una ética en la que se premiaba el trabajo duro y la paciencia, para soportar la etapa de aprendizaje, y el ahorro, para tener el capital que permitiría abrir un negocio en el futuro. Esta ética del trabajo duro y del ahorro estaría, por tanto, explicadas por las ocupaciones que se desarrollaban en las ciudades y no tanto por la religión. Así, si no había grandes diferencias en el peso de las ocupaciones entre las ciudades del Sacro Imperio Romano, no deberíamos esperar encontrar tampoco grandes diferencias entre las ciudades católicas y protestantes.
Actualmente, las ciudades tienen cada vez un mayor peso en la economía. Además, las ciudades se caracterizan por ocupar a personas que tienen mucha cualificación, que la han adquirido después de muchos años de duro estudio. Por tanto, no creo que la ética del trabajo duro y del ahorro decaiga.