Lo siento, pero no todos los Nobel son igual. El pasado domingo nos dejó Robert Alexander Mundell con 88 años, premio Nobel de Economía y, sin duda, el padre de la macroeconomía abierta tal y como la entendemos actualmente. Su legado intelectual es enorme. Fue un hombre vitalista, que no rehuyó el debate público para defender sus ideas con convicción y con una impronta profética, visionaria, de hacia donde caminaba el mundo y cómo la Economía podía ayudar a explicar la realidad y, por qué no, a conformarla.

Sus mayores aportaciones académicas las realizó en época muy temprana, como suele ocurrir con las personas geniales. De hecho, una buena parte de las razones que el propio Comité Nobel citó en 1991 como las motivaciones del premio derivan de los resultados de su tesis doctoral, donde ya aparecían las bases del modelo Mundell-Fleming y de la Teoría de las Zonas Monetarias Óptimas. Como el propio Mundell ha contado en ocasiones, todas estas ideas se concentraron en un artículo que fue rechazado inicialmente en la revista The Economic Journal y que, posteriormente dieron lugar a tres de sus más famosas publicaciones, por sí merecedoras de constituir la aportación de una vida y que, configuran actualmente, el contenido de cualquier curso de Integración Monetaria y Financiera.

En un mundo caracterizado por la escasa (pero creciente) movilidad de capitales y tipos de cambio fijos, Mundell contribuyó al debate entre tipos de cambio flexibles o fijos, defendiendo la superioridad de estos últimos para facilitar la estabilidad y el crecimiento económico. Dicho modelo fue desarrollado durante los primeros años de la década de los 60 en paralelo con Marcus Fleming, colega suyo en el Fondo Monetario Internacional en aquella época y casi 60 años después continúa siendo la base para evaluar la efectividad de la política de estabilización.  Según el mismo, en un contexto de libre movilidad de capitales y flexibilidad de tipo de cambio, la política monetaria es muy efectiva mientras que la política fiscal deja de serlo. Por el contrario, lo contrario ocurre bajo un tipo de cambio fijo (como en una unión monetaria). Este modelo y el propio principio de subsidiariedad, sirvieron de base teórica posteriormente para justificar la centralización de la política monetaria en una autoridad federal (el Banco Central Europeo) en la Unión Monetaria Europea, mientras que las políticas fiscales permanecían descentralizadas (aunque coordinadas a través del Pacto de Estabilidad y Crecimiento) a nivel nacional.

Derivado de su modelo, pocos años después, Mundell propuso el concepto de la “trinidad imposible” (por cierto, con otros muchos padrinos posteriores). Según el mismo, la libre circulación de capitales, los tipos de cambio fijos y una política monetaria efectiva e independiente no pueden darse al mismo tiempo. Cada sistema monetario internacional ha resuelto este trilema de una forma distinta y, en el caso, del proceso de integración monetaria en Europa sirvió de base teórica para dar el paso de fijar de forma definitiva el tipo de cambio, creando una unión monetaria.

Otra de sus aportaciones primigenias fue la conocida como Teoría de las Zonas Monetarias Óptimas, que establece bajo qué condiciones un grupo de países pueden formalizar una unión monetaria que perdure en el tiempo sin problemas. El destacó la flexibilidad de los mercados, especialmente los de factores y, entre ellos, la libre circulación de trabajadores, para facilitar el ajuste de los mercados ante perturbaciones permanentes que afecten en mayor medida a unos países que a otros. La idea es que las economías puedan evitar desequilibrios permanentes y crecer de forma acompasada. Bajo estas condiciones, una unión monetaria genera un mayor comercio, inversión, crecimiento y bienestar a lo largo del tiempo. Evidentemente, esta teoría ha tenido muchos desarrollos, pero las bases, sin duda, se asentaron en los trabajos del joven Mundell, adelantándose décadas a otros de sus colegas.

Ya al margen del terreno estrictamente académico, algunos de sus trabajos y conferencias, ya a finales de los años 70, fueron utilizadas para justificar la política de oferta, dando sustento a la “Reaganomics” y al “Thatcherismo” en los años 80.

Sin duda, Mundell ha sido un economista excepcional y cosmopolita, ciudadano canadiense, país donde pasó toda su primera juventud, el resto de su vida residió entre los EE.UU., donde se doctoró en el MIT–trabajando posteriormente en las universidades de Chicago y Columbia– e Italia, donde vivió desde mediados de los años 70 hasta la actualidad. Evidentemente, ello le permitió tener una visión más amplia que sus colegas y ver con mayor claridad las ventajas (y dificultades) de una unión monetaria en Europa, de la que fue un firme e informado defensor.

Los ciudadanos del mundo, y los europeos en particular, tenemos una importante deuda con él. Su legado no hará más que crecer en el tiempo.

(Publicado en el diario Cinco Días 08/04/2021)

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