Desde el comienzo del pasado otoño, este es el “ajuste” en que hemos colocado nuestro smartphone nacional. A partir de la precampaña andaluza, el mes de septiembre, no es otro, en efecto, el tono dominante en el escenario político español, marcando movimientos y declaraciones, actuaciones y discursos. El denso calendario electoral que abrió Andalucía y que se prolongará con una triple cita fija en mayo (europeas, y locales y autonómicas de régimen general) y otras pendientes de señalar (generales y, quizá también, en alguna Comunidad Autónoma de régimen particular), lo condiciona todo. Campaña electoral permanente: casi nada en 2019 podrá escapar a tal sino. Su protagonismo deja en la sombra o en un plano muy secundario cualesquiera otras circunstancias, comenzando por el “listado bastante largo” de riesgos que a escala global y europea detecta Draghi y los temores expresados por Lagarde, para continuar por los toques de atención que insistentemente transmiten ciertos indicadores económicos, propios y ajenos.

Era presumible que el final de esta Legislatura (la XII de la España democrática) no iba a ser fácil con un Gobierno en minoría en el Congreso de los Diputados y la enrevesada aritmética de votos que necesita para sostenerse, cuando el curso de los acontecimientos en el desafío independentista parece fuera de control en muchos aspectos, y en primer término dentro de la misma Cataluña. Un difícil final que está acarreando costes tan significativos como el bloqueo en la renovación de órganos institucionales del mayor rango, como son los del poder judicial. Pero es el poblado horizonte electoral lo que está provocando una suerte de “inflamación”, responsable de llamativas mudanzas –y también tribulaciones– en los partidos y del endurecimiento y radicalización de mensajes, como si la “bronca constante” fuera el hábitat de los interlocutores políticos (un medio natural bien distinto, afortunadamente, del que da cobijo a la inmensa mayor parte de la ciudadanía española).

La política económica –medidas que se adoptan, intenciones que se confiesan– no queda al margen, por supuesto, de la situación. La “exuberancia normativa” que revela el Boletín Oficial solo es comparable con la “declarativa” de los responsables de unos y otros Ministerios con competencias económicas. Todo dominado por las prisas: se revierten reformas (en el terreno del mercado laboral o de la gestión de los fondos para la formación, las más recientes) y se adoptan o anticipan medidas sin conocer el alcance de sus efectos (señaladamente, en el ámbito industrial y energético, por una parte, y en el fiscal, por otra). El colofón, unos Presupuestos Generales cuya consistencia han cuestionado razonadamente la AIReF, primero, y luego el Banco de España, poco después, por cierto, de que en la tribuna de Davos el presidente Sánchez afirmara su convicción de que “este presupuesto es el inicio de una historia de éxito, de una nueva era de España…”.

Estamos en “modo electoral”, no hay duda. Dejémoslo ahí, olvidándonos por un momento de la advertencia que Lawrence Freedman, un buen experto en estrategia, anota en su más reciente libro: “la historia la hacen personas que no saben qué va a pasar a continuación”.

 

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