Ahora que Trump ha sido despedido, llamará mucho más la atención orientar el paso en el mismo sentido que el abanderaba. Y no solo por lo que respecta a objetivos sustanciales, también en tácticas y estilo, pues el populismo es ante todo esto: retórica, manipulación comunicativa, maniqueísmo, confrontación emocional, demagogia, querencia autoritaria… Rasgos no privativos de los populistas de extrema derecha; son fácilmente perceptibles a ambos lados del espectro político. Antagonistas declarados de Trump pueden por eso reproducir su apuesta por la polarización, por el desprecio de la verdad, por la colonización de las instituciones, por el ninguneo del poder legislativo… España no es ninguna excepción. Ojalá que la derrota del inquilino de la Casa Blanca sea “el inicio del fin” de esa forma perversa de hacer política. Y que el discurso del presidente electo, Joe Biden, a favor de la dignificación del debate público, del respeto a las instituciones, a favor de programas que unan en vez de dividir a la nación acaben por inspirar también por aquí. Falta nos hace.

Porque nunca como hoy la economía española agradecería tanto un cambio en el clima político. El balance del año va a arrojar números muy negativos, y las perspectivas a medio plazo distan mucho de estar despejadas. Para enderezar la situación habrá, desde luego, que controlar al virus, pero habrá también que eliminar mucho ruido político y renunciar a un enfrentamiento estéril. Será fundamental para recuperar la confianza perdida de consumidores e inversores, sensibles a la incertidumbre general hoy dominante, dentro y fuera de nuestras fronteras, pero sobre todo desalentados por la incapacidad de lograr grandes acuerdos sobre los grandes problemas y retos que tenemos ante nosotros. Se produciría un auténtico vuelco en las expectativas de unos y otros si se lograra algún grado de consenso en torno a los presupuestos y en torno al destino de los fondos europeos, con la agenda de reformas que ello debe implicar.

¿Se conseguirá? La primera prueba ya está aquí: los presupuestos generales del Estado, y lo visto no invita al optimismo. En lugar de búsqueda de amplio respaldo, negociación de contrapartidas poco menos que espurias —desde las penitenciarias a las referidas a la lengua vehicular— para alcanzar los apoyos estrictamente necesarios. Y contestar, poco menos que con despecho, a las autorizadas voces críticas del Banco de España, la Comisión Europea y la Airef.

 

Pero no tiremos la toalla. La caída de Trump hace bueno el refranero castellano: no hay mal que cien años dure.

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