Profunda es la que dejará 2020, el año de la pandemia. Habrá un antes y un después, aunque este aún se haga esperar. A escala global y a escala europea. Así lo será, y con especial intensidad, en nuestro recinto nacional, al haberse superpuesto a la emergencia sanitaria y la recesión económica acontecimientos de índole política e institucional de enorme entidad, sucediéndose un día sí y otro también gestos premonitorios cuando no hechos consumados con propósito de que el año que ahora termina haga de bisagra hacia un tiempo nuevo (“nueva era”, es la expresión jactanciosa escogida por un diputado que nunca pasa desapercibido).

¿Cómo resumir lo que la covid-19 ha supuesto para la economía española? Recurramos a tres verbos: revelar, acelerar, catalizar.

Antes que nada, ha revelado flancos muy vulnerables. Viejos conocidos algunos, pero otros no expuestos plenamente a la luz y a los taquígrafos. Entre los primeros, una estructura productiva basculada hacia ciertos sectores y servicios directamente golpeados por la situación sobrevenida; la atomización del tejido empresarial; un mercado de trabajo segmentado y repleto de disfuncionalidades. Entre los segundos, un sistema sanitario con fragilidades hasta ahora encubiertas; un mal engrasado mecanismo articulador entre las distintas Administraciones Públicas, y, sin ánimo de exhaustividad, el escaso margen fiscal que permite una Hacienda deficitaria. Añádase a todo ello los déficits de gestión y de liderazgo en la gobernanza, y se entenderá mejor el resultado: España acusa la mayor caída del PIB de toda la eurozona.

Segundo, acelerar. “En cinco meses hemos vivido un cambio tecnológico de cinco años”, ha declarado el presidente de Google en Europa. Su autorizado testimonio se suma a cientos en el mismo sentido: la digitalización se ha calzado ahora botas de gigante. Algo similar cabe decir de la transición hacia un nuevo modelo energético: pasos de siete leguas en la descarbonización, en la reinvención de las empresas de petróleo y gas, en el diseño de la “hoja de ruta” del hidrógeno. De la necesidad, virtud.

Tercero, catalizar, esto es, estimular el desarrollo de ciertas facultades. Capacidad de resistencia y adaptativa por parte de grandes y medianas empresas, tanto manufactureras como responsables de servicios básicos profesionales; multiplicadas actitudes solidarias con la población más necesitada, mínima conflictividad social (toquemos madera) y la fortaleza de esa red social impagable y no inventariada que es la estructura familiar.

¿Un año para olvidar? No resultará fácil. Agradezcamos, en todo caso, verlo terminar. Ya conocen el dicho francés: la mejor cosecha es la del año que viene.

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