Todas las cumbres del Consejo Europeo se anuncian, casi ritualmente, como trascendentales, pero la convocada para la semana que entra (días 17 y 18) realmente lo va a ser. Crucial para toda la UE, abocada a tomar acuerdos clave sobre el fondo de recuperación por el que apuesta la Comisión y, a la vez, sobre el presupuesto para los próximos siete años. Y cumbre decisiva, desde luego, para España, necesitada vitalmente de la cobertura financiera europea para paliar los efectos de la crisis y enfilar su propia salvación.

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¿Con qué credenciales llegamos a la cita? No es una buena tarjeta de presentación el no haber hecho los deberes en el flanco de las finanzas públicas, arrastrando un déficit estructural que pudo haberse corregido en los años de bonanza; el marchamo de país incumplidor es un hándicap. Como lo será comparecer manteniéndose las principales fuerzas del espectro político nacional en un enfrentamiento tan bronco como esterilizante.

Sin embargo, España puede concurrir a esa cumbre, la primera presencial desde que se desencadenó la emergencia sanitaria, haciendo valer un buen puñado de haberes y capacidades que esa misma situación de excepcionalidad ha puesto de manifiesto. Afrontar una situación límite también permite comprobar la “resistencia de los materiales” y aquí han aguantado dignamente muchos de los que conforman nuestra realidad social e institucional.

Con justicia se ha ponderado el admirable comportamiento del personal sanitario, de funcionarios y trabajadores de servicios esenciales, así como la participación militar. La relación puede ampliarse. En estas páginas son oportunas otras dos menciones. Por una parte, el logro que supone haber conseguido una rápida adaptación al teletrabajo, la continuidad de la enseñanza y el cultivo a distancia de relaciones personales, gracias a la excelente dotación —entre las mejores de Europa en cantidad y calidad— de la red de fibra óptica. Haciendo de la necesidad virtud, se han planteado pautas de gestión que combinen armónicamente elementos presenciales con otros digitales: casi un cambio de época. Por otra parte, elogiable es también cómo las empresas han capeado el temporal: no son pocas las que han naufragado, ciertamente, pero en conjunto han dado excelentes muestras de resilencia y de iniciativa, decantándose sus representantes corporativos a favor del diálogo social y el acuerdo

El veredicto de la opinión pública (Barómetro continuo de Metroscopia, 22 de junio) es revelador: mientras el Parlamento obtiene la peor nota, las más altas se otorgan al personal sanitario, fuerzas armadas, científicos y empresas (pymes y grandes). Hay motivos para la autoestima.

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