Siempre lo hace —pues tiempo y tiempo limitado somos—, pero ahora más. Para “salvar” el año el ritmo de vacunación debe acelerarse. La emergencia sanitaria condiciona absolutamente el calendario de la recuperación económica. Así de simple. La mejor política económica es hoy una rápida vacunación masiva.

La Comisión Europea, que acertó al decidir un plan integral de compra y distribución de vacunas, ha malogrado su realización. Las comparaciones del ritmo de vacunación con Estados Unidos o Gran Bretaña son expresivas. Consecuencias dolorosas en lo sanitario y adversas en lo político (dentro, bazas para el euroescepticismo; fuera, argumentos para el Brexit), pero también graves para la economía. La recuperación en Europa se retrasará respecto a quienes lo están haciendo mejor. Dejando a un lado China —con ese rebote espectacular del 18,3% en el primer trimestre—, las previsiones del FMI son inequívocas: la zona euro tardará un año más (2022) que EE.UU. en recuperar la renta de 2019. Un retraso que será aún mayor para España: habrá que esperar hasta 2023 para compensar la caída del PIB en 2020, un 10,8%, cuatro puntos más que la media de la eurozona y seis más que en el conjunto de las economías avanzadas. Cierto que ha sido más duramente golpeada por razón de nuestra estructura productiva y por una Hacienda deficitaria con muy poco margen de maniobra compensatorio. Pero tampoco la diligencia ha acompañado siempre al Gobierno al hacer frente a la adversidad.

El tiempo apremia. El ritmo lento de vacunación amenaza por segundo año consecutivo la campaña turística, uno de nuestros bastiones. El plan anunciado por el presidente del Gobierno, que prevé alcanzar a un tercio de la población a mediados del próximo mes de junio, supone de hecho que hasta finales de agosto, con la campaña veraniega ya concluida, no se conseguirá una cifra suficiente de inmunizados. Si fuera así, este golpe sería aún más fuerte: muchas empresas, intensivas además en empleo (hostelería, restauración, transporte, ocio, pequeño comercio…), difícilmente resistirán dos temporadas de inactividad.

Urge, pues, concentrar esfuerzos e introducir las mejoras necesarias. En Alemania, Merkel ha apostado por centralizar competencias para acelerar el combate, y Draghi, en Italia, ha optado por un militar experto en logística y con experiencia en Afganistán para gestionar el plan de vacunación que resta. El contraste con lo previsto con el ya inminente final (9 de mayo) de nuestro estado de alarma, es manifiesto. Crucemos los dedos. El espectro de una crisis de segunda ronda, como la recesión en W que vivimos entre 2009 y 2021, sigue ahí.

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