Europa se encuentra hoy inmersa en una crisis general, que se extiende no sólo al ámbito económico, sino también al social y al político. Este es un uno de los temas que, entre otros,  se ha discutido en el workshop organizado por el IGLP de Harvard y el ICEI de la Universidad Complutense de Madrid que se ha celebrado la pasada semana en la ciudad financiera del Banco Santander, en Madrid.

La crisis económica ha puesto de relieve que Europa está lejos de constituir un área monetaria óptima, es decir, un área apropiada para una moneda única. Esto es algo que los economistas ya sabíamos desde hace tiempo, a tenor de los diversos análisis derivados del trabajo seminal de Robert A. Mundell de 1956. Pero el proyecto europeo se justificaba sobre la base de que la optimalidad de un área monetaria se construye también a través del propio proceso de integración económica y monetaria, siempre que los países involucrados participen de un destino común y coincidan en la forma de plantearse y resolver los problemas. Hoy sabemos bien que la Europa unida se encuentra lejos de cumplir este requisito indispensable. Por el contrario, el lograrlo requerirá aún de un esfuerzo muy notable.

En términos económicos, hoy apenas se ha recuperado el PIB anterior a la crisis. En el área euro, esta magnitud sólo alcanzó en 2015 un 0,3% más que en 2008, frente a un 10% más en EE.UU. Alemania, Polonia y algunos países pequeños (Suecia, Irlanda, Malta, Eslovaquia) han conseguido mejores resultados,  superiores a la media, pero España, Portugal, Gracia, Italia, Chipre y Finlandia se encuentran por debajo de los niveles de producción previos a la crisis. En el empleo la recuperación es aún menor, aunque también lo es para EE.UU.

En términos sociales, se ha acelerado la tendencia hacia la desigualdad en la distribución de la renta, en gran parte como producto del aumento del desempleo, y se ha extendido entre una parte importante de la población una actitud de rechazo de la inmigración que ha favorecido el auge de los movimientos políticos involucionistas, contrarios a los valores europeos de solidaridad, integración y libre movilidad de las personas.

En el ámbito político, la capacidad de las autoridades europeas para atajar los diversos problemas y conflictos, comenzando por el importante asunto de la crisis griega, ha sido muy limitada. Alemania ha mostrado una gran resistencia a asumir un liderazgo clarividente y solidario, y el eje franco-alemán, en otro tiempo muy fructífero, apenas ha funcionado,  sin que quepa esperar su pronta reconstrucción. Por ello, puede decirse que la gobernanza europea se encuentra hoy huérfana, reclamando la contribución positiva de todos los países, que no se antoja fácil, dadas las divisiones con respecto al futuro del proyecto comunitario.

Este ha sido el marco propicio  para que Brexit se haya producido y también para que la ya anémica situación de la banca italiana se acentúe, introduciendo más incertidumbre acerca del futuro y ralentizando la recuperación económica. Las previsiones acerca de la evolución del PIB se han reducido al endémico 1.5%, tanto para este año como para el que viene.

Por otra parte, el desconcierto de las autoridades europeas ha alcanzado límites notorios. La falta de soluciones claras a problemas urgentes (los refugiados) y la excesiva preocupación por temas menores (las multas a España y Portugal) amenazan con agravar los conflictos abiertos y con multiplicarlos. El incremento del número de atentados terroristas añade a estos factores el miedo de la población.

En este escenario crítico y confuso, cobra más relieve el considerable avance logrado en la construcción de un área monetaria óptima: la consolidación de un  fuerte y activo Banco Central Europeo, a pesar de las reticencias alemanas. Es esta institución quien ha salvado a Europa de una crisis económica más profunda.

Parece obvio que resulta necesario seguir avanzando con paso firme en la integración europea, primero con la unión bancaria europea, cuya construcción debe ser bien administrada (no provocando heridas en Italia), y después, a través del incremento del presupuesto común, que dote de mayor capacidad de acción a las autoridades comunitarias ante nuevos shocks, simétricos y asimétricos. También mediante la emisión de deuda pública común (eurobonos), como clara señal dirigida a los mercados financieros del compromiso común en la defensa del euro.

Además, es urgente construir una mejor y más transparente gobernanza europea, con un extenso acuerdo entre países, y probablemente, con diferencias en los caminos hacia una mayor integración (dos velocidades). De entrada, ha de buscarse un buen acuerdo con el Reino Unido.

Estas acciones deben ser el centro de una estrategia general dirigida a hacer valer los beneficios de pertenencia a la UE, en lugar de resaltar sus servidumbres, que debe incrementar la seguridad de la población europea, hoy confusa y asustada, y favorecer nuevas cesiones de soberanía nacional en aras de un futuro común.  La  Europa Comunitaria tiene que convertirse en un proyecto no sólo exigente, sino también atractivo, al que más y más países quieran incorporarse  y del que ninguno quiera abdicar.

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