Cuando nos lo dicen desde fuera, solemos creerlo más. No deberían, por eso, pasar desapercibidas las recientes declaraciones de Margaritis Shinas, vicepresidente de la Comisión Europea para Asuntos Migratorios, a propósito del adecuado aprovechamiento de los fondos europeos asignados a España (¡que el nuevo cálculo de la Comisión eleva a 150.000 millones de euros al haberse incrementado un 15% el capítulo de subvenciones!). Se ha expresado con una claridad que es de agradecer. Primero, una advertencia: “Bruselas tiene dos dudas: si España sabrá gastar adecuadamente todo ese dinero en tiempo y forma, y si sabrá hacer las reformas estructurales asociadas…”. Después, el mayor motivo de preocupación: una escena pública “llena de ruido, de politiqueo, de polarización”. Terminando con un rotundo “España no puede fallar”.

Apliquémonos el cuento. La precondición es fácilmente deducible: cambio de clima político, esa áspera confrontación permanente que erosiona las instituciones, genera desafección ciudadana, añade incertidumbre. Que impide la búsqueda de acuerdo, un bien democrático escaso por estos lares.

Y tras esa primera exigencia, otra igualmente imprescindible: elevar la mirada, que el corto plazo no lo absorba todo. El Gobernador del Banco de España ha sido —también en esto— meridianamente franco: las reformas estructurales no pueden estar constreñidas por el límite temporal de cada legislatura, hay que mirar más lejos. Dar continuidad por encima de la coyuntura política a lo que ha de hacerse. El contraejemplo más cercano lo ofrecen las leyes de reforma educativa: ocho en apenas cuarenta años, un fracaso sin paliativos de la democracia española. ¿Cuánto durará la “ley Celaá? Se admiten apuestas.

La oportunidad que ofrece el Instrumento Europeo de Recuperación (Next Generation EU) es extraordinaria. “Habrá otras, pero es complejo que haya otra como esta” (Carme Artigas, Secretaria de Estado de Digitalización e Inteligencia Artificial). Hay que aprovecharla para recuperar y relanzar la economía y para ganar en cohesión social. Desde hace más de dos decenios, la convergencia de España con los estándares de bienestar de las otras grandes economías de la UE no ha registrado mejoras, casi olvidados los avances de los años ochenta y noventa del siglo XX. La falta de diligencia ahora sería un golpe demoledor, ampliando de nuevo la distancia que nos separa de los niveles de renta por habitante de la Europa más próspera.

El mensaje es inequívoco desde fuera e intramuros. Ojalá se atienda y no quede en el montón de los píos deseos al comenzar el año, como en el poema de Gil de Biedma.

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