Bajo este título, el Círculo Cívico de Opinión reclamaba hace dos meses un nuevo clima político y un gran acuerdo nacional con el doble objetivo de encarar los graves problemas ocasionados por la pandemia y poner rumbo hacia el horizonte de transformaciones económicas definido por la Unión Europea. Si entonces era oportuno —abrumados aún por el balance sanitario del trimestre anterior, el colapso económico y una permanente colisión política degradada en contenidos y formas—, hoy lo es mucho más: las semanas centrales del verano no han aligerado sino todo lo contrario la presión de una realidad que suma datos adversos.

A peor, en efecto, han ido los que arroja la gestión sanitaria, situándose España entre los países con peores registros en todo el mundo, no solo a escala europea. En el flanco económico, tampoco las cosas han rodado en la buena dirección. El recrudecimiento de los contagios ha frustrado las expectativas moderadamente optimistas que aún podían sostenerse a comienzos de la temporada turística. Y el repunte que entonces se apuntaba en la producción —empresas industriales y servicios profesionales—, en las exportaciones y en el consumo, no ha alcanzado en ningún caso la relevancia esperada. Por lo demás, sin novedad en las trincheras políticas, donde el descanso se aprovecha para velar armas ante la próxima acometida.

Dos consecuencias saltan a la vista. Hacia fuera, pérdida de reputación como país, España como “ejemplo de todo lo que puede salir mal”, en boca de un ministro inglés. Dentro, el creciente “malestar” —inquietud, desasosiego, tensión— de una sociedad sin referentes de “auctoritas” que contrarresten multiplicados motivos de desmoralización. Otoño crítico.

Un momento decisivo, sin duda. La encrucijada que demanda cooperación y responsabilidad, aunar esfuerzos y actitudes solidarias. El ejemplo tiene que venir de arriba: un gran acuerdo entre los partidos que atienda al interés general y que abarque las cuestiones centrales: sanidad, empleo y pensiones, educación, ciencia e investigación, relaciones exteriores y con la Unión Europea. Los Presupuestos Generales del Estado constituyen una oportunidad única para ello, ese privilegio del coraje que, en una situación como la actual, supone pactar. En cualquier país son la columna vertebral de la política económica, y España no puede continuar con los diseñados para el año 2018. No aprobarlos ahora, o aprobarlos precariamente, menoscabaría aún más nuestro crédito internacional, atrayendo sobre nosotros las instancias disciplinarias europeas, y frenaría la recuperación aumentando la tensión social y política. La ocasión es propicia, ¿contaremos con los suficientes arrestos? Pasen y vean.

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