Todo nuevo ciclo político arranca con alardes declarativos, en muchas ocasiones pomposos, cuando no arrogantes. El que se acaba de estrenar aquí —porque un nuevo ciclo político de la democracia española se inicia con esta XIV Legislatura— sigue puntualmente dicha regla. Hay donde escoger entre las primeras manifestaciones de quienes han asumido unas u otras responsabilidades de gobierno. Una de ellas —la que titula estas líneas—, pronunciada con entusiasmo por la ministra de Asuntos Exteriores, ha encontrado especial eco, tal vez por utilizar la lingua franca pero también por su no disimulada petulancia, en contraste, en este caso, con las maneras de cierta discreción elegante que han caracterizado hasta ahora las presencias de Arancha González Laya.
Tan llamativo pronunciamiento merece alguna reflexión, y más a la vista de lo que nos está deparando el curso de estos días inaugurales del calendario político. Tres hechos casi coincidentes en el tiempo no deben pasarse por alto. Uno, la visita a Varsovia del presidente francés, Emmanuel Macron, ofreciendo a Polonia incorporarse a la alianza entre Francia y Alemania para coger las riendas de la Unión Europea, una vez que se ha consumado la salida del Reino Unido del club; un giro hacia el este que supondría, inevitablemente, acentuar la posición “excéntrica” de España. Dos: la reunión —celebrada también la semana pasada— entre los ministros de Economía de Alemania, Francia, Polonia e Italia, consensuando el planteamiento que elevarán a la Comisión acerca de algunas de las líneas maestras de la política industrial europea: flexibilización en el control de las ayudas de Estado y en las fusiones empresariales, para mejor asimilar los costes de la transición energética y la competencia internacional, particularmente con China y Estados Unidos; encuentro de ministros de los que acaban siendo —tómese nota— los “cuatro grandes” socios de la UE tras el Brexit y la no comparecencia de España. Tres: el muy lamentable —por inapropiado y también chapucero— episodio de la diplomacia española que ha protagonizado nuestro ministro de Transportes al reunirse en el aeropuerto madrileño con la vicepresidenta de Nicolás Maduro, un encuentro mal explicado en cada una de sus múltiples versiones y que contraviene compromisos adquiridos —tácita o explícitamente— por España con Estados Unidos y con la propia UE.
¿Tienen algo en común esos tres sucesos? Tal vez todo sea puro azar, pero la coincidencia señala algo así como un alejamiento de centros decisorios; en particular, una posición subalterna a escala europea en momentos que son cruciales para la recomposición de los equilibrios interestatales. Mala cosa si así fuera: solo efectos negativos se deducirían para los intereses de España, como actor en la escena internacional, y, en especial, para su economía, con un elevado grado de internacionalización empresarial. ¿Mejor apostar por “alianzas variables” en el seno de la UE —así se apunta desde el Gobierno de Pedro Sánchez— que intentar sustituir al Reino Unido como tercera fuerza del motor franco-alemán? Es problemático, y más si obedece a un tactismo improvisado. Cuando el alejamiento de ese eje central binario, por ejemplo, es para estrechar lazos con Italia —como también ha declarado la jefa de la diplomacia española—, se corre un alto riesgo de que el balance final sea muy poco favorable.
Ojalá se proceda con cautela. Cuando están en juego tantos intereses, los experimentos —buen consejo— con gaseosa.