Por José María Durán Cabré y Alejandro Esteller Moré de la Universidad de Barcelona-Instituto de Economía de Barcelona (UB-IEB).

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Foto de Charlie Chaplin en 1918 en Wall Street promocionando los bonos de guerra

Impacto del shock

 Estamos sufriendo un shock, cuyo alcance preciso desconocemos. El impacto sanitario es, con diferencia, el más grave y penoso, pero su impacto en la economía va a ser de tal calado que las previsiones macroeconómicas pronostican caídas del PIB de dos dígitos. Algo impensable hace apenas tres meses. Acorde con la caída de la actividad económica y con las políticas públicas llevadas a cabo en el corto plazo, el impacto sobre las finanzas públicas será también importante. Este impacto ya lo analizamos e intentamos cuantificar en una Info IEB. Un mes después, las cifras parecen confirmarse: el déficit previsto rondará el 10% del PIB y la deuda pública a finales de año alcanzará el 115%.

Hace un mes, pensamos que era el momento de hacer lo que fuese para evitar el colapso económico, el cual conllevaría, y seguro que ha conllevado, situaciones familiares desesperadas. Facilitar liquidez a las familias y a los pequeños negocios, además de contribuir a la lucha contra la pandemia mediante gasto sanitario, eran retos inmediatos a los cuales nuestro sector público tenía que hacer frente. Si bien la situación no ha sido del todo superada, sí parece que entramos en una nueva fase y, en ésta, empieza a ser el momento de reconstruir nuestras finanzas públicas.

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Un primer resultado del shock lo hemos descrito en el primer párrafo: nuestra deuda pública, consecuencia del déficit previsto para 2020, se va a disparar. ¿Hemos de entrar en pánico? Obviamente, hemos de ser conscientes, sí, que en algún momento nosotros y/o las generaciones futuras la tendremos que pagar. Ahora bien, la clave es que esa deuda sea sostenible en el tiempo. Y eso requerirá, a partir de 2021, una combinación de factores. En concreto, es bien conocida la condición de sostenibilidad:

Variación_Deuda/PIB=(Deuda/PIB)x(r-g)-SAp<0

 donde r: tipo de interés real de la Deuda, g: tasa de crecimiento real del PIB y SAp: superávit primario. Por tanto, para unos valores de r, g y (Deuda/PIB), para que la deuda sea sostenible, el superávit primario ha de ser del orden de

SAp>(Deuda/PIB)x(r-g)

Pongamos números a esta relación. De acuerdo, con el programa actualizado de Estabilidad, a finales de 2020, la ratio Deuda/PIB alcanzará el 115,5%, y la tasa de crecimiento real prevista en 2021 es del 6,8%. A partir de aquí, necesitamos saber qué sucederá con el coste real de la deuda, r. Por un lado, la inflación de abril ha sido negativa, -0,7%; por otro lado, el tipo de interés de los bonos y obligaciones del Estado a 15 años se sitúa a día de hoy alrededor del 1,2%, esto es, casi el doble de su nivel de inicio de año. Aquí, es muy importante contar con el apoyo del BCE para evitar un repunte de nuestra prima de riesgo. En cualquier caso, si tomamos r=1,2%, tenemos que SAp>-6,5%.

En definitiva, dado el elevado nivel de crecimiento real previsto, y el relativamente bajo tipo de interés real, no parece que, ceteris paribus, haya un peligro de sostenibilidad de la deuda pública. La clave de estos cálculos es obvia: la recuperación ha de ser rápida tal que g tenga un valor relativamente elevado. En otro caso, la combinación de r>g más un nivel elevado Deuda/PIB haría la situación insostenible en el medio plazo. Dado que no podemos saber a ciencia cierta qué impacto tendrá el virus sobre nuestra economía en 2021 ni la tasa de crecimiento del PIB del 6,8% es un nivel sostenible en el medio plazo, igualmente puede ser deseable tomar medidas extraordinarias, que seguidamente detallamos, para atenuar el incremento de Deuda/PIB de este año, así como, incluso, generar efectos estructurales positivos sobre SAp, lo cual no está de más ni en “tiempos normales” (véase aquí).

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Es tiempo de (empezar a) pensar en la reconstrucción de nuestras finanzas públicas

 Dos cuestiones previas antes de abordar tal reconstrucción:

– Dinamarca ha propuesto que aquellas empresas que operen en paraísos fiscales sean excluidas de las ayudas financieras y fiscales provistas por el sector publico (véase aquí). A priori, se trata de una idea, llamémosla así, justa socialmente. Ahora bien, no todas las multinacionales que operan a través de paraísos fiscales o de países de baja tributación evaden impuestos. Y, en cualquier caso, si así fuera en la mayoría de los casos, ¿cómo lo podríamos verificar siquiera ex-post? En el marco del Plan BEPS de la OCDE de lucha contra la erosión de las bases imponibles, las multinacionales que facturen más de 750 millones de euros están obligadas a presentar el conocido como Country-by-Country Report, donde deben suministrar importante información sobre la realidad de las operaciones del grupo y sus filiales en todo el mundo (véase aquí). Ahora bien, esta información es confidencial y las administraciones tributarias únicamente la pueden utilizar para evaluar de manera global los riesgos de erosión de las bases del impuesto de sociedades y con fines de análisis estadístico y económico, por lo que no es utilizable en estos casos. Por tanto, es una buena idea, pero de difícil materialización.

– Ante una situación de estrés sanitario, parece razonable que la población demande un aumento del gasto en sanidad (véase aquí). Ahora bien, más allá de cubrir las necesidades coyunturales, que puede incluir realizar gratificaciones extraordinarias al personal sanitario, este tipo de decisiones de carácter estructural debería tomarse bajo un contexto libre de shocks coyunturales que, además, son del todo excepcionales (o eso queremos creer). En concreto, cabe preguntarse: incluso ante un shock como éste, ¿se ha colapsado nuestro sistema sanitario? Sobre esto último, en parte por la imperfección de los datos, no tenemos todavía una conclusión clara (véase aquí). Una vez superada la etapa crítica de la pandemia, debería ser el momento de analizar los déficits de nuestro sistema sanitario, que no tienen por qué ser idénticos a lo largo de todo el territorio nacional y, si es el caso, proponer soluciones. No decimos que no sea necesario aumentar la escala de nuestro sistema sanitario, pero sí que se ha de analizar en un contexto de bajo estrés donde no se confunda lo coyuntural con lo estructural.

Ya vimos anteriormente que la principal consecuencia de esta crisis sanitaria es el crecimiento de la deuda. Como ya hemos argumentado, esto nos obligará a generar superávits estructurales primarios. No obstante, no es ése el objetivo último de nuestro post. Nos planteamos, en cambio, si, bajo el contexto actual, tiene sentido la puesta en marcha de ciertas medidas con relación al momento actual en que nos hemos de endeudar:

Emisión de Bonos-Sanitarios. En situaciones extraordinarias, como las dos guerras mundiales, la emisión de bonos se ha utilizado ampliamente (véase aquí), apelando a un sentimiento patriótico o colectivo: “Defiende tu país con tus dólares”; “Compra que tus chicos vuelvan” (EE.UU.); “Danos los instrumentos y acabaremos el trabajo. Compra Bonos de la Victoria” (Canadá). Y se ha acudido a famosos para su promoción, como Charlie Chaplin o Marlene Dietrich. A diferencia de los mal llamados bonos patrióticos que durante la crisis financiera utilizaron algunas CC.AA., la idea de estos bonos es que ofrezcan una rentabilidad inferior a la del mercado, lo que debería contribuir a la sostenibilidad de la deuda pública a través de reducir r.

– Relacionado con lo dicho anteriormente, podría ser el momento para apelar a los deberes tributarios de los ciudadanos, esto es, promover la moral fiscal a través de campañas publicitarias (las guerras mundiales nuevamente han sido un buen ejemplo, como se puede ver en este vídeo del Pato Donald durante la Segunda Guerra Mundial). De hecho, en ausencia de medidas que faciliten la liquidez o que lo hagan de manera incompleta, es posible un resurgimiento de la economía sumergida y, por tanto, de la evasión fiscal. Por consiguiente, por un lado, para no generar incentivos peculiares a la evasión, el sector público ha de ser efectivo al dar líneas de liquidez hoy, mientras que los requisitos de acceso podrían ser evaluados concienzudamente mañana; y, a la vez, debería aprovechar el momento no sólo para que no aumente, sino para que disminuya apelando a la moral fiscal. Es, pues, una oportunidad para aumentar estructuralmente SAp.

Recargo extraordinario en el impuesto sobre sociedades. De nuevo, en momentos excepcionales como en las guerras mundiales, se ha establecido un gravamen sobre los beneficios extraordinarios, esto es, aquellos por encima de los que podrían considerarse normales. En la situación actual, este recargo se añadiría al tipo nominal, 25%. La tarifa debería estar expresada en rentabilidades anuales de 2020 en relación con el capital de la empresa. Por ejemplo, para rentabilidades de entre el 0 y el 1,2% (recordemos, el tipo de interés de los Bonos y obligaciones del Estado a 15 años, aproximadamente), el recargo sería del 0%. Y, a partir de ahí, podría establecerse una tarifa progresiva por escalones. No sin ironía, hace 100 años Carl Plehn, economista experto en finanzas públicas, destacaba que ya en 1917, 13 países, pertenecientes a los dos bloques de la Primera Guerra Mundial o incluso neutrales, habían sido invadidos por este impuesto que se contagiaba tan rápido como la gripe española. La diferencia, en este caso, es que proponemos un recargo excepcional; éste ayudaría a disminuir el nivel de deuda que prevemos a finales de 2020.

El importante aumento en el volumen de la deuda pública obliga a que nuestras cuentas públicas presenten superávits estructurales primarios. Por consiguiente, hemos de ser conscientes que la pandemia no sólo ha conllevado y está conllevando costes humanos, que son los más importantes con diferencia, sino también fiscales. Sin embargo, en este post, no hemos querido entrar a detallar algunas medidas que, por el lado del gasto y el del ingreso, puedan coadyuvar a este objetivo. Más adelante, deberemos encontrar el momento para consolidar nuestras finanzas públicas… bajo una situación sin estrés.

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