«La mejor vía para explicar economía es a través del ejemplo que aporta la industria del rock and roll». Quien afirma esto es Alan Krueger, un reputado profesor de economía y políticas públicas de la Universidad de Princeton.

Krueger dejará próximamente su posición como presidente del Consejo de Asesores Económicos de Obama, donde ha estado desde finales de 2011. Su experiencia pública se extiende a la condición de economista jefe en el Ministerio de Trabajo durante el periodo de Clinton, así como en el Tesoro. Todavía recuerdo, cuando fue nominado, el comentario del Wall Street Journal interpretando su elección como la apuesta de la nueva administración por el crecimiento económico, y más concretamente por el intervencionismo del Gobierno y la revitalización de sus políticas de empleo.

Lo que más me llamo la atención, sin embargo, fue el contraste que hizo entonces la revista Vanity Fair con su colega de universidad Paul Krugman. Manejaba distintos criterios para subrayar diferencias y denominadores comunes, no solo los vinculados a sus historiales académicos, sino a otras dimensiones más personales, desde el color del pelo al estado de ánimo que reflejaban en las fotografías oficiales. Omitió esa revista algo relevante, la afición de ambos por la música contemporánea: el detallado conocimiento de Krueger del negocio de la música rock o su condición de seguidor de la obra de Bruce Sprinsgteen. Krugman tiene por costumbre insertar en su blog del New York Times de los viernes (Friday night music), algún vídeo de los artistas o conjuntos de su preferencia, con distintos pretextos y argumentaciones.

«Ahora que Alan tendrá más tiempo», dijo Obama al hacer pública su salida del consejo, «podrá dedicarse más a su verdadera pasión, la economía del rock and roll». Y es verdad que en un paper con Marie Connolly -Rockonomics: The Economics of Popular Music- contribuía a delimitar ese campo de análisis.

En él se abordaban los elementos mas destacados en la economía de la industria del rock -ingresos por conciertos, fijación de precios, tendencias en su ascenso desde los 90, concentración de los ingresos entre los artistas, protección de los derechos de copyright, la influencia del cambio tecnológico y una no menos interesante defensa de la existencia de un mercado secundario de entradas de conciertos-, así como sus tendencias. Desde entonces Krueger ha reafirmado esa convicción en el paradigma de la industria del rock.

Sin ir más lejos, la pasada semana dio una conferencia en el Rock and Roll Hall of Fame de Cleveland de la que se deducen sugerentes lecciones de ese negocio para el conjunto de la economía americana, especialmente en términos de distribución de la renta. El título de la conferencia fue Land of Hope and Dreams, en honor a su paisano Bruce Springsteen. Fue precisamente el Boss quien consiguió el pasado año la gira más rentable de las grandes estrellas, justo detrás de Madonna, con 200 millones de dólares en ingresos generados en 72 conciertos. No hace falta decir que los resultados conseguidos por el resto de los cantantes de rock no tuvieron similares resultados.

Esas marcadas diferencias son las que destaca Krueger para asimilarlas a lo que ocurre en la economía de su país. Como en otras tantas industrias, la parte del león termina en las manos de unos pocos actores. A diferencia de las explicaciones mas académicas sobre las causas de la
concentración de la riqueza, que destacarían como origen de esas diferencias el talento, la tecnología, la proyección global, etc., Krueger destaca el papel de la suerte: por cada superstar existe otro con un talento similar que no llega ni mucho menos a obtener ingresos suficientes para la mera supervivencia, ya sea por la sustitución imperfecta, por la escala en el alcance de amplias audiencias o por la propia suerte. «La diferencia entre un Sugar Man, un Dylan y un Post Break Tragedy depende de la suerte en mayor medida de lo que se reconoce normalmente».

El papel que juegan las actuaciones en directo es relevante. El impacto de la tecnología en ese negocio está permitiendo la recuperación de ediciones clásicas al alcance actual de amplias audiencias gracias a las modernas técnicas de grabación: Krueger destaca la edición última de Like a Rolling Stone de Dylan, considerada la mejor canción de la historia por la revista Rolling Stone, como un exponente de esas ventajas. Pero también los avances en las tecnologías de la información diluyen algunas ventajas tradicionales, extendiendo rápidamente las posibilidades de replicar y distribuir a costes decrecientes reproducciones no autorizadas, incluso ampliando las posibilidades de la piratería. Sobre esa base se entiende esta afirmación de David Bowie: «La música acabará convirtiéndose como el agua corriente o la electricidad».

Es la caída en los ingresos por las grabaciones de discos la principal razón de que las entradas en los conciertos se hayan encarecido tanto. En los últimos 30 años el precio medio de un concierto ha aumentado un 400%, muy por encima del 150% en que ha variado la tasa de inflación. Me dicen que hace unas semanas, en el concierto del grupo para adolescentes One Direction en Madrid y Barcelona, se pagaron mas de 200 euros por una entrada. Los conciertos, efectivamente, han dejado de ser un centro de coste necesario para promocionar las ventas de discos para pasar a ser un centro de beneficio.

Pero la desigualdad también emerge en este ámbito: no todos los rockeros tienen esa misma capacidad de generar ingresos en conciertos. La proporción de los ingresos de los conciertos obtenida por los artistas incluidos en el 1% superior de la distribución se ha más que duplicado, pasando del 26% en 1982 al 56% en 2003. Los pertenecientes al 5% superior se llevaron el 90% de todos los ingresos generados en conciertos.

Esa desigualdad es una versión no muy distinta de lo ocurrido en la distribución de la renta en la economía americana en las últimas décadas. Las familias pertenecientes al 1% superior doblaron su participación en la renta total entre 1979 y 2011, desde el 10% del total al 20%. Como destaca Krueger, las rentas en la economía actual de EEUU están más sesgadas que cuando Bruce Springsteen grabó Born in the USA en 1984.

El pacto social implícito en aquella economía, consistente en la convicción de que las ganancias económicas han de compartirse ampliamente, se ha quebrado. Presidió buena parte del siglo XX, muy especialmente tras la Segunda Guerra Mundial, con la existencia de un sistema fiscal progresivo y de un salario mínimo y el papel jugado por los sindicatos. Fue un equilibrio social objetivamente favorable para las empresas y para la economía en su conjunto. Su fragilidad empieza a manifestarse a partir de los años ochenta. Desde entonces, los perceptores de rentas mas altas han aumentado sus ingresos a un ritmo superior al resto de los ciudadanos con una ampliación en la distribución de la renta y de la riqueza sin precedentes. La industria de la música camina por los mismos derroteros. En realidad, según Krueger, es un microcosmos de lo que esta ocurriendo en la economía: se esta convirtiendo en una economía en la que el ganador se lo lleva todo (a Winner-Take-All economy). Y esa concentración tanto en el rock como en el conjunto de la economía responde a similares razones.

La potenciación de la clase media no solo garantizaría un mayor y más sostenible crecimiento económico, sino una mayor igualdad de oportunidades, para que la economía deje de ser una economía de superstar, y genere un crecimiento más inclusivo. De lo contrario, nos advierte Krueger, el próximo Bob Dylan o Bruce Springsteen nunca podrá poner sus manos en una guitarra.

1 Comentario

Dejar respuesta

Please enter your comment!
Please enter your name here