Con las botas puestas: así ha muerto el pasado día 3 Juan Velarde Fuertes, tras una larga vida en la que ha desplegado una incansable y fructífera actividad, con el trabajo y la familia como doble y complementaria columna vertebral.

Juan Velarde (Salas, Asturias, 1927) pertenece a la primera promoción de economistas de la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas de la Universidad de Madrid, cuyas puertas se abrieron en febrero de 1944. Y desde entonces, su obra expresa perfectamente lo mucho que la sociedad española de nuestro tiempo debe a un esforzado grupo de profesionales de la economía, cuyos derroteros biográficos coinciden en el tiempo con los que en el campo de la creación literaria componen la generación del 50. Los nombres más descollantes son bien conocidos, desde los mayores por edad, Fabián Estapé (de 1923) y Enrique Fuentes Quintana (de 1924), hasta Ángel Rojo (de 1934), el benjamín de una excelente hornada generacional. Ellos han encabezado, en efecto, una tarea colectiva con muy destacadas contribuciones en tres frentes: en el académico, consolidando los estudios de Economía en las primeras facultades que pueblan nuestra geografía académica; en el social, ganando con su trabajo credibilidad para una profesión, y en el político, finalmente, influyendo en el rumbo que la política económica española va a adoptar a partir del final de los años cincuenta y en una mayor racionalidad económica en la administración pública de los recursos. En esos tres planos, repítase, la actividad desplegada por Juan Velarde es sobresaliente.

Ha sido, ante todo, maestro de universitarios. Vocacional magisterio proyectado tanto en la docencia como en la investigación. Como docente, ha explicado economía española a más de sesenta promociones de estudiantes y ha enseñado a enseñar a varias docenas de profesores. Pero si extensa es su labor docente, tanto o más lo es su tarea como investigador y divulgador. Impresiona, desde luego, la relación de sus libros, artículos y notas de carácter científico, con varios centenares de títulos propios y colaboraciones en volúmenes colectivos y revistas especializadas, sobre economía española, sobre economía internacional, sobre pensamiento económico. Y, asimismo, abruma la extensión que adquiere la tarea de Velarde como divulgador de temas económicos, sin rehuir ninguna oportunidad, ya se trate de tribunas de conferencias, ya de páginas de prensa escrita, manteniendo activa presencia durante más de siete decenios en los medios de comunicación y contándose por miles los artículos que ha desperdigado en publicaciones de todo tipo, dando cuenta de sus lecturas y enjuiciando hechos descollantes de cada momento.

A unos y otros trabajos —los de carácter científico, los de tono divulgativo— les ha sabido imprimir un estilo propio muy marcado, con un tratamiento de los temas que nunca desprecia el detalle, fruto de un proceder muy impresionista, siempre atento al dato nuevo, más proclive a añadir que a sistematizar y que no olvida desarrollos colaterales del cuerpo central estudiado. De modo que el conjunto de su casi inabarcable obra acaba componiendo un abigarrado mosaico, como corresponde a una pluralidad inusual de conocimientos, de alcance enciclopédico, que sólo puede nutrirse en la voraz capacidad de lectura e indagación científica de este entomólogo de la Economía —como fraternalmente se le ha designado alguna vez— que es Juan Velarde: un «extraordinario saber, una aguda inteligencia y una enorme capacidad de trabajo», por decirlo con las palabras del inolvidable Valentín Andrés Álvarez, al darle la bienvenida en la Academia de Ciencias Morales y Políticas en 1978.

Una nota más aún, para terminar. Hay en Juan Velarde, y lo ha habido durante más de cincuenta años de servicio —desde la Inspección de Trabajo, en los primeros años cincuenta, al Tribunal de Cuentas en los setenta y ochenta—, un funcionario público con acendrado sentido patriótico que ha creído en la utilidad social de la función pública, dedicándole una parte sustancial de su tiempo y de su talento, con el sentido del deber y de la honradez que él tanto ha sabido admirar en el puñado de hombres que hicieron del Instituto de Reformas Sociales una creación ejemplar en la España liberal de comienzos del siglo XX; no en vano, fue Juan Velarde durante muchos años quien, desde el Ministerio de Trabajo, más facilitó la utilización de los estupendos fondos bibliográficos, documentales y estadísticos que el Instituto legó. Lo que acaso resulte oportuno recordar ahora, cuando la calidad institucional es manifiestamente mejorable.

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