Por Iván Escudero (Universidad Complutense de Madrid)
La mejora en la salud física y mental de los trabajadores se traduce en una mayor productividad laboral (Bloom y Canning, 2000). Los países con mayor productividad, que disfrutan de un mayor PIB per cápita, pueden destinar mayores recursos a mejorar la salud de su población, lo que resulta en una fuerza laboral más sana y productiva. Esta relación, propiamente endógena, genera un ciclo de retroalimentación positiva que se refuerza mutuamente. Uno de los modos de evaluar la salud de un país es a través de la esperanza de vida al nacer (Weil, 2006). El gráfico de dispersión en la Figura 1 muestra la estrecha relación entre los años de esperanza de vida y la productividad laboral, esta última medida en términos de PIB por trabajador en escala logarítmica (Log y). Aquellos países con mayor esperanza de vida al nacer destacan con una elevada productividad media por trabajador.
Figura 1: Productividad laboral y esperanza de vida al nacer (1960-2018)
Sin embargo, al examinar del mismo modo la relación entre el número de horas de trabajo semanal y la salud de la población en los países desarrollados, observamos el patrón inverso. La Figura 2 muestra claramente cómo los países de mayor renta tienden a aumentar la esperanza de vida a medida que disminuye el número de horas semanales trabajadas. Esta tendencia se acentúa aún más en el caso de España, donde la pendiente de la línea de tendencia es particularmente pronunciada (Cuadrado, 2023).
Figura 2: Esperanza de vida al nacer y horas de trabajo semanal (1960-2018)
Este escenario nos lleva a cuestionarnos si la disminución en el número de horas laborales se traduce en una mejora de la salud de los trabajadores y, como resultado, en un aumento de su productividad. ¿O podría ser que la reducción de las horas trabajadas sea, en parte, una consecuencia de la mejora de la productividad y del aumento de la riqueza? Consideremos la posibilidad de que las poblaciones con ingresos elevados, además de invertir más en salud, opten por “comprar” más tiempo libre, es decir, trabajar menos horas. La decisión de trabajar menos tiempo no respondería directamente a la búsqueda de una mayor productividad, sino al deseo de alcanzar un mayor equilibrio entre trabajo y ocio. Esto posibilitaría un descanso adecuado, la práctica de ejercicio físico y la reducción del estrés, factores fundamentales para el bienestar físico y mental. Y todo ello contribuiría a una mayor productividad.
Esto abre una interesante línea de reflexión acerca de cómo la cantidad de horas laborales podría estar influenciada por factores económicos y de calidad de vida. Este enfoque más amplio representa una visión más integral e interconectada en la dinámica entre el tiempo dedicado al trabajo, el bienestar de los trabajadores y los resultados productivos. Aunque no sabemos si es posible determinar con exactitud qué sucede antes o después, o si todo ocurre simultáneamente, en la relación causal entre las horas de trabajo, la salud y la productividad, sí podemos abordar estas cuestiones de un modo más formal mediante un análisis de regresión con un panel de datos obtenido de PWT[1] y del Banco Mundial[2], que incluye 42 países desarrollados[3] en el periodo de 1960 a 2018.
Primeramente, cuantificamos de manera estadística la correlación negativa previamente observada en la Figura 2 entre las horas de trabajo semanal y los años de esperanza de vida. Según los resultados (Tabla 1, Reg. 1), esta relación no solo se muestra negativa, sino que también es estadísticamente significativa. La cantidad de horas semanales trabajadas explica el 24 % de la variabilidad de la esperanza de vida, y el coeficiente estimado indica que, por cada hora de reducción en la jornada laboral semanal, la esperanza de vida aumentaría en aproximadamente un año (1,04 años). O dicho de otro modo, aumentar una hora de trabajo semanal conduciría, en promedio, a reducir un año la esperanza de vida.
Tabla 1: Resultados de las regresiones (1960-2018)
Asimismo, al incorporar el nivel de productividad en la regresión como un factor interrelacionado con la esperanza de vida, observamos que el ajuste del modelo mejora significativamente, llegando al 72 % (Tabla 1, Reg. 2). Si bien, la horas de trabajo seguirían manteniendo un efecto negativo en la salud, concretamente una reducción de aproximadamente dos meses y medio en la esperanza de vida por cada hora de trabajo semanal adicional.
De igual modo, podemos cambiar el enfoque al analizar la productividad mediante la cantidad de horas de trabajo semanal y la esperanza de vida. También es posible incorporar el equipamiento productivo de los trabajadores, en forma de stock de capital físico por empleado en logaritmo (Log k), como una contrastada variable explicativa relacionada con la productividad laboral. En este caso, observamos cómo estos factores mencionados explican el 90 % de la variabilidad de la productividad de los países (Tabla 1, Reg. 4), donde cada aumento anual en la esperanza de vida incrementa la productividad en aproximadamente un 0,03 %, y la reducción de la jornada laboral contribuye con un 0,01 % a dicho incremento.
Por último, es necesario examinar cómo se ajustan los datos cuando las horas de trabajo semanal se utilizan como variable dependiente. En la Tabla 1 (Reg. 6), observamos que, a pesar de que el coeficiente de determinación R2 disminuye al 30 %, la salud y la productividad muestran una relación negativa con significatividad estadística, tal como se evidenció en los análisis previos. Ahora bien, entre todas las mediciones realizadas, la Regresión 4, en la cual la productividad laboral depende positivamente de la salud y negativamente de las horas semanales trabajadas, parece ser la que mejor se adapta a las cuestiones planteadas.
Por tanto, a pesar de las diferencias legislativas en cuanto al número de horas laborales y días festivos entre países, así como de las múltiples complejidades y matices asociados a cómo las horas influyen en los distintos contextos, como bien apunta Felgueroso (2020), es evidente que los datos agregados de largo plazo indican que las dinámicas en los países desarrollados tienden hacia una reducción en las horas de trabajo, al mismo tiempo que se aumenta la esperanza de vida, sin que se vea resentida la tendencia al alza de la productividad laboral. Este patrón sugiere que los países con mayores ingresos, y que invierten más en la salud de sus ciudadanos, cuentan con trabajadores más sanos y productivos. Como resultado, se logra una reducción en las horas laborales en busca de una mejor relación entre descanso y trabajo, generando un ciclo que refuerza el bienestar y la productividad.