Artículo publicado en Cinco Días (13 de octubre de 2020)

España es una potencia turística mundial, y la crisis provocada por la pandemia de la Covid-19 está siendo brutal. Desde mediados de marzo, el número de turistas internacionales y los ingresos por turismo simplemente se congelaron; entre enero y agosto de 2020 ambos se redujeron un 73% respecto al año anterior. A falta de confirmación oficial, las estimaciones para septiembre no son nada halagüeñas, por lo que es esperable que la brecha continúe creciendo. El impacto de la pandemia sobre el transporte aéreo está siendo asimismo demoledor, con una reducción similar en el número de pasajeros procedentes de aeropuertos internacionales. La caída de la cotización de las empresas turísticas del Ibex 35 ha sido muy superior al máximo descenso registrado por el propio índice bursátil, reflejando también el fuerte golpe de la pandemia.

El Plan Europeo de Recuperación presentado en mayo por la Comisión Europea ya estimaba unas pérdidas para las empresas europeas del sector entre 171.000 y 285.000 millones de euros. Las últimas estimaciones de la patronal Exceltur para la industria turística española, realizadas a mediados de agosto, prevén una caída de la actividad al cierre de 2020 próxima a 100.000 millones de euros; y un descenso en el número de visitantes extranjeros hasta niveles no vistos en este siglo. Estas previsiones, realizadas cuando ya se atisbaba la segunda ola de la pandemia, empeoran sustancialmente las efectuadas en junio. El impacto sobre la ocupación también tendría una dimensión histórica, con una pérdida de 825.000 empleos, de ellos, 517.000 mantenidos gracias a los ERTE. Según la OCDE, estas cifras situarían a España como la economía desarrollada más golpeada por la crisis turística mundial.

¿Qué escenario se vislumbra después del colapso? Junto con el profesor Castillo Manzano, en el reciente libro La economía española y la pandemia, promovido por la Universidad Nebrija y dirigido por J. L. García Delgado (Civitas Thomson Reuters, 2020) nos hemos pronunciado in extenso sobre ello. Serán muchos y algunos de notable calado los cambios que se producirán en la industria turística. Una consecuencia inmediata es una mayor promoción del turismo nacional. En un escenario macroeconómico donde la previsión más optimista es que los niveles de renta y riqueza previos a la crisis no se recuperen hasta 2023, es esperable una contracción de la demanda turística; el turismo pasará a ser un servicio inasequible para algunos consumidores. La higiene y el distanciamiento social se convertirán en un sello de calidad de los servicios turísticos. La pandemia permitirá avanzar más rápidamente hacia el futuro, impulsando el uso de la tecnología como medio para conseguir el distanciamiento social. Las reuniones de negocios, el turismo de congresos y, quizá también, algunas actividades de ocio se trasladarán cada vez más a mundos virtuales. Las videoconferencias y presentaciones de productos en streaming, que se han posicionado durante el confinamiento como alternativa a los viajes de negocios, seguirán usándose en el futuro.

¿Qué puede y debe hacer el gobierno para apoyar a las empresas turísticas? El objetivo último es irrenunciable: evitar que una crisis originada por una perturbación de demanda sin precedentes acabe convirtiéndose en una crisis de oferta debido a la destrucción de tejido productivo. El pasado mes de junio, el gobierno español presentó su plan estratégico de apoyo al sector Plan de Impulso del Sector Turístico: hacia un turismo seguro y sostenible posCovid-19, dotado con 4.262 millones de euros, mayoritariamente en forma de avales del ICO. No parece, sin embargo, que este plan destaque por su generosidad cuando se compara con los planes de potencias turísticas como Francia o Italia, mucho más orientados a las ayudas directas. La comparación del montante del plan español con las pérdidas esperadas de las empresas turísticas también genera serias dudas. Además, el gobierno español todavía no ha presentado a la Comisión Europea plan alguno de ayudas públicas al sector, a diferencia de una decena de países que ya tienen la luz verde de las autoridades europeas. Igualmente, mientras que gobiernos como el francés, el alemán o el italiano han apoyado con ayudas directas a sus aerolíneas, la posición del gobierno español parece ser la de incluir las ayudas al transporte aéreo en el plan de recuperación europeo.

La situación provocada por la pandemia y, en particular, por su segunda ola, requiere un plan urgente de apoyo a las empresas turísticas. La estrategia debería contemplar más ayudas directas en lugar de avales, además de reducciones o exoneraciones de impuestos. Igualmente, la reciente prórroga de los ERTE hasta finales de enero de 2021 evitará despidos masivos y quiebras de empresas, aunque quizá sea necesario mantenerlos al menos hasta Semana Santa, como reclama Exceltur. Además, para mejorar la reputación frente al exterior, sería altamente deseable que se estableciese una estrategia común en la gestión territorial de la pandemia con un marco regulatorio único a nivel español.

En definitiva, la industria turística española está sufriendo con mucha dureza el impacto de la pandemia. La buena noticia, sin embargo, es que con la crisis no desaparecerá el deseo de los ciudadanos de disfrutar de la experiencia de viajar. Cabe confiar, por tanto, en la capacidad de recuperación de una industria que, gracias al esfuerzo de sus empresarios y trabajadores, ha merecido el marchamo de ser la más competitiva del mundo. El gobierno debe de estar a la altura y apoyar en todo lo necesario y quizá más a un sector que ha sido motor del crecimiento y el empleo en el pasado, y puede seguir siéndolo.

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