No es momento para dramatizar, pero no se puede desconocer la gravedad que supone el Brexit. Como si se tratase de una alineación desfavorable de los astros en este solsticio de verano, los rescoldos de la hoguera de San Juan nos han dejado una decisión de alcance tan grave como desconocido e imprevisible.
En el desenlace ha tenido mucho que ver la conjunción de frivolidad y descaro, de mentira y amoralidad, con que han actuado muchos políticos, de la vieja y la nueva hornada, que han convertido a la sociedad en rehén de sus particulares juegos de tronos. También la deriva de una UE en retroceso, desconcertada, paralizada y burocratizada.
Pero lo que me llama más poderosamente la atención son las paradojas a las que puede conducir este episodio del Brexit. La primera de ellas es de orden político: ya se ve que suplantar la democracia representativa por la democracia directa del “derecho a decidir” conduce a referendos de devastadores efectos, capaces de producir bandazos de consecuencias imprevisibles, de dividir todo por mitades, de fracturar sociedades, de convertir en determinantes del futuro a los que ya solo tienen pasado y de marcar por leves fronteras porcentuales decisiones irreversibles por generaciones.
La segunda paradoja muestra el potencial destructivo de los populismos de uno y otro extremo, el engaño de simplificar lo complejo, de enmascarar las realidades con ensoñaciones, de promover revoluciones de sonrisas que se van quedando heladas a lo largo de un trayecto sin ruta fijada y con rumbo que se admite desconocer sin reparo. En ese viaje hacia lo desconocido hay tanto de irresponsabilidad en quiénes lo promueven como de simpleza en quiénes lo secundan con un reflejo de perdedores de la globalización que emprenden una huida hacia delante que no es más que una vuelta atrás, que buscan refugio en mundos reconocibles y, para ellos más seguros, que han dejado de existir y, por más que lo pretendan, ya no van a volver.
La tercera paradoja es económica y se cifra en los costes innecesarios que pagaremos todos (los entusiastas del Brexit en primer lugar) y en las falsas promesas de estar mejor que solo conducen a estar peor. Son muchos los potenciales efectos negativos a medio plazo en el ámbito comercial, de las incertidumbres financieras, de los riesgos económicos o de las expectativas empresariales. Pero basta comprobar, ya en tan solo los primeros días, la pérdida de capitalización de las empresas, la depreciación de la libra, la volatilidad de los mercados, el descalabro de las bolsas, las subidas de las primas de riesgo, el activismo de los Bancos Centrales inyectando liquidez y, en fin, la pérdida de riqueza de todos (no solo de los ricos sino de las clases medias). Es posible que al final el temporal amaine, que el tiempo pase y se encuentre para el Reino Unido algún tipo de encaje o asociación con la UE que limite los daños del Brexit. Pero existe también el serio riesgo de que, apenas salidos de una crisis que ha estado en el origen de todo, nos adentremos en una nueva crisis como desenlace de este desdichado proceso.
Y la cuarta paradoja, es la de una pretendida afirmación de la soberanía nacional que puede derivar precisamente en la fragmentación de esa soberanía, que puede conducir a un Reino (des)Unido, al singular caso de una Escocia votando independencia para mantenerse en la UE (y de paso dando alas a Cataluña) y al enorme riesgo de un contagio que podría truncar definitivamente ese sueño que fue Europa, que con todas las imperfecciones que se quiera nos ha permitido vivir décadas de paz y de prosperidad. ¿Se imaginan lo que ocurriría con un nuevo referéndum para la salida de Francia (el Frexit) como el que ya propugna Marine Le Pen?
Siento no haber llegado a tiempo de quemar los malos augurios en la hoguera de San Juan. No me consuelan los argumentos del tipo de ¡que se vayan los que nunca han llegado a estar del todo! y, aunque quisiera creerlo, no me llegan a convencer los mensajes bienintencionados de que esto servirá para reforzar la cohesión o refundar lo que vaya quedando de la UE. Yo no estaré tranquilo mientras sigan celebrando el Brexit personajes como Farage, Le Pen, Trump o Putin, pero aun así no quiero caer en la desesperanza.
Juan A. Vázquez
Universidad de Oviedo