El comportamiento de la economía global, también de la eurozona y la española, estará condicionado por una serie de factores que aun cuando abiertos en el pasado, será en 2016 cuando probablemente concreten su definitiva transición. El asentamiento de las economías emergentes en una senda de menor crecimiento, la adaptación a las políticas monetarias divergentes en EEUU y en la Eurozona y la situación política en España podrían alterar el escenario de estabilidad con el que despedimos 2015.

Apenas iniciado 2016, la directora-gerente del FMI ya se ha apresurado a anticipar que será un año de “crecimiento económico global decepcionante”. En el mejor de los casos será del 3,5%, la última previsión del FMI, un punto inferior al promedio de la década previa a la emergencia de la crisis. No son pocos los analistas que reducen ese ritmo medio al 2,5%, coexistiendo con un crecimiento del comercio internacional inferior incluso al del PIB global, en un contexto geopolítico no más favorable que el observado en 2015.

1. Emergentes hacia menor crecimiento.

 La primera de las transiciones que tendrá lugar en este año es en la tracción de la economía global: desde las economías emergentes que en la década anterior contribuyeron con la mitad del crecimiento mundial a las avanzadas. Con todo, la expansión de estas últimas será insuficiente para mantener ritmos aceptables de crecimiento.

Ha sido el pronunciado descenso de los precios de las materias primas desde hace ya más de año y medio la causa principal de esa contracción en el crecimiento. Solo poco más de cincuenta de las economías clasificadas de bajos ingresos por las agencias multilaterales disponen de una estructura de exportaciones suficientemente diversificada para no sufrir las consecuencias de la atonía global. Desde luego los daños ya son suficientemente explícitos en los dependientes de las ventas de hidrocarburos. Pero también los exportadores de productos agrícolas que llevan casi cuatro años con menores ingresos. La transición a un nuevo ciclo de precios de materias primas es la principal incógnita respecto al futuro de esas economías. A clarificar ese horizonte, especialmente en lo que hace al petróleo, no contribuye la agudización de tensiones en algunos países productores, Arabia Saudí sin ir más lejos.

Del bloque emergente hay que diferenciar lógicamente a China e India, beneficiarias en cierta medida de esos menores costes de las materias primas, pero inmersas en su particular adaptación interna. Especialmente la primera, que trata de adecuar su patrón de crecimiento a un mayor protagonismo del consumo interno, por un lado, y al necesario control de un sistema financiero cuya estabilidad fue cuestionada el pasado agosto, cuando sus autoridades sorprendieron dejando depreciar el tipo de cambio del yuan. Este episodio, recordemos, fue suficiente para aplazar la decisión de la Reserva Federal de elevación de sus tipos de interés. Los elevados niveles de endeudamiento privado, en gran medida comunes a otras economías emergentes, son por si solos una amenaza a la estabilidad global.

Las paradojas de las taxonomías al uso no pueden impedir verificar que la de China es la segunda economía más importante del mundo por la dimensión de su PIB y por la contribución al comercio global. Y de la transición en curso, del tipo de aterrizaje a ritmos de crecimiento sostenibles, dependen otras economías emergentes y algunas avanzadas que son importantes exportadores, como Alemania.

En la volatilidad de sus mercados de acciones observada en esta semana cotizan sin duda las dificultades de esa transición de su sistema financiero hacia uno más homologable con los avanzados, pero también el continuado descenso de su actividad manufacturera.

2. La gran Divergencia.

La segunda transición, no menos ignota, carente de observaciones empíricas que ayuden a anticipar sus consecuencias, es la protagonizada por esa Gran Divergencia en políticas monetarias entre los dos grandes bloques económicos del mundo. La Reserva Federal empeñada en la vuelta a una normalidad tras siete años de laxitud excepcional, y el BCE prolongando quizás más allá de este año su tardía orientación expansiva con el fin de evitar males peores.

La estabilidad financiera global dependerá también de la coexistencia de ambas orientaciones monetarias. Mas sensibles ya se han mostrado aquellas economías emergentes expuestas a la apreciación del tipo de cambio del dólar, en especial las que mantienen niveles de endeudamiento elevados en esa divisa. Pero también los efectos de esa asimetría monetaria y la eventual volatilidad asociada podrían manifestarse en los sistemas financieros de economías avanzadas, en particular en el sector de la gestión de activos.

La mayor solidez de los sistemas bancarios en general, no impide constatar vulnerabilidades en aquellos como los de la eurozona obligados a capear esa transición a la normalidad monetaria con márgenes de intermediación estrechos, también propiciadores de una mayor agresividad en la inversión, susceptible de amplificar episodios de inestabilidad financiera.

Esas dos transiciones – hacia una menor expansión de las emergentes y hacia la normalidad monetaria– condicionarán el comportamiento de las economías avanzadas. A pesar de la inequívoca recuperación de EEUU y Reino Unido ambas crecerán por debajo del promedio de los años anteriores a la crisis y menos también que en cualquier otra fase de recuperación precedente.

El crecimiento económico de la eurozona, previsto en el entorno del 1,5% en este año coexistirá con bajos niveles de inversión, débil crecimiento de la productividad y reducidas contribuciones de las exportaciones que no favorecen la transición a la normalidad. Por el contrario, propician que la eurozona convierta en realidad esas invocaciones al “estancamiento secular”, a una larga fase en la que a pesar de bajos tipos de interés la debilidad de la demanda siga inhibiendo la confianza y las decisiones de inversión.

Transiciones abiertas en Europa son también las derivadas de la crisis de los refugiados o de la posibilidad de abandono de Reino Unido de la UE, que tampoco favorecen una clarificación del entorno más inmediato en el que la economía española se desenvolverá.

3. La transición española.

Es difícil que la economía española se sustraiga a las contingencias comentadas. En especial cuando en su recuperación han sido tan determinantes esos vientos de cola asociados a un entorno exterior favorable desde 2013: el descenso en los precios de las materias primas, la política monetaria expansiva del BCE y la consiguiente depreciación del tipo de cambio del euro. El mejor de los escenarios es el previsto por la mayoría de las agencias multilaterales y analistas en otoño en el que anticipaban un crecimiento para este año apenas medio punto inferior a ese 3,2% para 2015.

A esa incertidumbre se añade la más específica vinculada a la situación política española: a la capacidad para definir un gobierno en un plazo relativamente cercano. La situación en Cataluña, y las exigencias de negociar con la Comisión Europea nuevos objetivos de déficit público son las tareas más perentorias. Que los mercados financieros, en especial los más sensibles de deuda pública, no hayan dado hasta ahora muestras de gran inquietud por esa transición no debería servir de excusa para tratar de prolongar excesivamente la transición abierta hacia un nuevo gobierno.No solo porque las necesidades de renovación y emisión de deuda pública en 2016 serán elevadas, sino porque la ampliación del potencial de crecimiento de nuestra economía requiere de decisiones rápidas y de amplio respaldo.

(Diario El País: 10/01/2016)

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