Francisco Ros, Secretario de Estado para la Sociedad de la Información entre 2004 y 2010, nos envía esta interesante reflexión, publicada inicialmente en el diario El País el 24 de diciembre del pasado año, sobre el potencial de las tecnologías de la información y las comunicaciones para transfromar la estructura productiva española e impulsar la recuperación de la economía. Es una nota de optimismo en el sombrío panorama actual y una oportuna llamada a la eficaz utilización de los menguantes recursos públicos orientados a potenciar la difusión de estas tecnologías.

Con un poco de esfuerzo, concienciación colectiva y adecuado establecimiento de prioridades, podríamos convertir al sector de las tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC) en uno de los sectores productivos con mayor contribución al PIB de nuestro país y en uno de los grandes motores impulsores de una economía española moderna. Llegaría a ser el segundo sector productivo directo, tras el turismo, y a promover un efecto multiplicador sobre los demás sectores. Los empleos adicionales que se generarían en torno a ese sector serían de los denominados de calidad, y cada empleo directo conseguiría inducir, según las estimaciones más aceptadas, hasta nueve empleos indirectos.

Y todo ello podría ser factible sin violentar, en lo sustancial, la adopción de medidas de austeridad necesarias y la incorporación de los acuerdos que pudieran imponer nuestros acreedores. Analicémoslo brevemente.

Nunca, probablemente, hemos vivido una crisis mundial de las actuales dimensiones, ciertamente no los nacidos después del primer cuarto del siglo XX, y, sin embargo, nunca hemos dispuesto de herramientas -organismos internacionales, ubicuidad de mercados, tecnologías- tan potentes para rehacernos del impacto. ¿Dónde está entonces el problema? En que muchas de esas herramientas o bien no se están utilizando adecuadamente, o bien están siendo ignoradas casi por completo. Un panorama internacional lleno de cortoplacismos, intereses espurios o excesivamente localistas, con posicionamientos hegemónicos y diagnósticos inadecuados, está contribuyendo a innecesarios alargamientos y empeoramiento de los problemas, lo que incrementa las sensaciones de esterilidad operativa y desánimo social.

Esta crisis tiene bastantes elementos de dimensión global que, ciertamente, necesitan de planteamientos y soluciones globales, pero esta crisis tiene también otros elementos de dimensión local que necesitan de enfoques y acciones locales. Uno de los grandes riesgos en los que estamos inmersos es que el impacto y la obsesión por lo global nos aparte de iniciar acciones en lo local, y no me refiero solo a los ajustes fiscales y estructurales derivados de lo primero, sino a acciones de impulso económico y crecimiento que nos reduzcan el riesgo de sucesivas recesiones y de décadas perdidas en nuestros entornos sociales más próximos.

Para un buen planteamiento de soluciones hace falta tanto un buen diagnóstico de los problemas como un sólido elenco de acciones paliativas del que extraer las mejores acciones curativas para las contrariedades observadas. En cuanto al diagnóstico, existe una cierta tendencia a identificar como único problema a resolver aquel que estuvo detrás del desencadenamiento último de la crisis, es decir, el de los fallos y desajustes del sistema financiero. Pero siendo ese problema importante, no es ciertamente el único. Como apunta Martin Wolf en un reciente y clarificador artículo en Financial Times (7-12-2011), «esta es una crisis de balanzas de pagos» en la que los países más vulnerables son aquellos que presentan unos balances comerciales más negativos: «En Europa, Estonia, Portugal, Grecia, España, Irlanda e Italia». Por lo que «una vez reconocido el papel de los ajustes externos, el asunto central no es la austeridad fiscal, sino los necesarios cambios en competitividad». Y continúa: «Y lo que es aún peor, concentrarse en la austeridad fiscal garantiza que la respuesta a la crisis sea vehementemente procíclica, tal como estamos viendo tan claramente».

El reto para una región como Europa, y ciertamente para un país como España, es, además de llevar a cabo los ajustes estructurales y sistémicos que se deriven tanto del sentido común como de los acuerdos y exigencias internacionales, lanzarse a la búsqueda de posibles actividades productivas que, sin vulnerar los fundamentos de la necesaria austeridad, contribuyan a mejorar la competitividad y la balanza de pagos. Es decir, estaríamos buscando sectores económicos que, sin requerir de grandes aportaciones de capital, pudieran contribuir a aumentar la productividad y el empleo, esto es, a generar riqueza real, no especulativa.

¿Existen esas actividades económicas? Sí, por supuesto que existen, y además nuestro país está potencialmente bien situado para impulsarlas, porque ha generado bases de partida que pueden utilizarse como palancas de apoyo. Me estoy refiriendo, por ejemplo, a ciertas actividades en el sector energético, en el sector servicios y en el sector de las tecnologías de la información (TIC), por citar, quizá, los más importantes. Y para ilustrar el argumento, veamos algunos datos sobre estas últimas.

Está generalmente aceptado que la adecuada introducción de las TIC induce grandes y relativamente rápidas ganancias de productividad, y que tiene un efecto multiplicador positivo sobre el resto de la economía. Está también ampliamente aceptado que la información y su correcto y eficiente manejo, su transmisión, almacenamiento y gestión, constituyen el verdadero sistema nervioso de toda actividad económica. Por último, es absolutamente reconocido que el sector TIC es el único sector que se ha comportado de manera auténticamente deflacionista desde el inicio de su actual eclosión, allá por los años ochenta, y que su incorporación a las diferentes actividades económicas no solo no es gravosa, sino que se amortiza con extraordinaria rapidez. (Brynjolfsson y McAfee, Race against the machine, 2011; M. Spence, The next convergence, 2011).

Además, por si lo anterior no fuera suficiente, las tecnologías de la información ofrecen determinadas características que las convierten en fuente constante de nuevos negocios y en una de las pocas áreas en las que, a pesar de la crisis, continúan experimentándose fuertes crecimientos económicos y de mercados.

Thomas Friedman comentaba en un artículo (The New York Times, 2-10-2011) que «en la última década nos hemos movido desde un mundo conectado a un mundo hiperconectado», y que ese hecho supone «un enorme punto de inflexión enmascarado por la Gran Recesión». Y continuaba diciendo que esa circunstancia «es tanto un inmenso reto como una grandísima oportunidad. Nunca ha sido tan difícil encontrar un trabajo y nunca ha sido tan fácil -para aquellos preparados para este tipo de mundo- inventar un trabajo o encontrar un cliente. Cualquiera que tenga el chispazo de una idea puede crear una compañía de la noche a la mañana, usando una tarjeta de crédito, y acceder a talento, fuerza muscular y clientes en cualquier parte del mundo».

En España, el sector TIC está mostrando mejor resistencia a la crisis que el resto de los sectores. Entre 2008 y 2011 ha seguido creando empresas a una tasa anual del 3,7% frente al decrecimiento del 1,7% del total nacional. La destrucción de empleo del 2,6% anual, entre 2008 y 2010 (no hay aún datos estimados de 2011), ha sido inferior a la del 4,5% del conjunto de la economía. El comercio electrónico creció entre 2008 y 2011 más de un 110%. Hay empresas, profesionales y experiencia para introducir estas tecnologías en la optimización de servicios y procesos, en la mejora del ahorro energético, en el control de flujos de tráfico, de telecomunicaciones, de personas y de bienes, en la vigilancia de los impactos medioambiental y de emisiones, por citar solo algunos. España ha conseguido desarrollos en el tránsito a la televisión digital, en la producción de contenidos digitales, en el sistema nacional de salud, en el DNI electrónico, en Administración electrónica y en otros sectores TIC que están permitiendo que las empresas españolas estén exportando ya productos y servicios a otros países, y que puedan exportar más con los apoyos necesarios.

La aplicación de estas tecnologías a la formación, combinando lo presencial más tradicional con lo virtual, permite ganar velocidad, versatilidad, difusión e impacto en la reconversión profesional y en la mejor educación y capacitación de las nuevas generaciones. El apoyo a los nuevos emprendedores, que están surgiendo al amparo del crecimiento del sector y de los conocimientos y creatividad de nuestros técnicos, permitiría ir reteniendo a esos profesionales en nuestro país e ir consolidando un sector económico de vanguardia.

¿Qué habría que hacer? En primer lugar, facilitar acceso a financiación de iniciativas empresariales en este sector y apoyar, mediante coinversiones, la canalización de fondos privados. En segundo lugar, que desde las Administraciones se marcara este sector como prioritario. Que se acelerara la implantación masiva de estas tecnologías en las Administraciones y en las empresas, con estímulos fiscales y buscando proactivamente la participación y asesoramiento de empresas españolas. Por último, que se facilitara la exportación de las iniciativas de éxito españolas a terceros países, con una adecuada política de Estado.

No es, sin duda, esta aportación de las TIC que estamos sugiriendo una condición por sí sola suficiente para la salida de la crisis, pero sí sería, con total seguridad, una condición claramente necesaria para acelerar su salida. No son iniciativas costosas. Muchas Administraciones y empresas tienen en sus presupuestos, aun en los más austeros, gastos de esta índole. Es cuestión de asociarlos de manera inequívoca al uso de estas tecnologías y de otorgar la prioridad explícita mencionada, desde las Administraciones del Estado, con el fin de inducir el adecuado impulso colectivo, la emulación y el absolutamente necesario apoyo financiero. Activaría la mejora de la productividad y el crecimiento, generaría empleos de calidad, los esfuerzos se amortizarían con rapidez y se marcaría el rumbo hacia la España moderna.

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