Las empresas exportadoras, por término medio, son “mejores” que las empresas no exportadoras. Lo son porque tienen más empleados, porque son más productivas, porque pagan mayores salarios y porque realizan una mayor inversión en investigación, desarrollo e innovación. Por ello, los gobiernos desarrollan programas para tratar que un mayor número de empresas se conviertan en exportadoras.
Los economistas tenemos dos teorías para explicar por qué las empresas exportadoras son mejores que las no exportadoras. La primera teoría defiende que, desde su nacimiento, algunas empresas son más productivas que otras. Las empresas más productivas obtienen más beneficios porque sus precios son más competitivos y venden más, o porque pueden producir un producto de mayor calidad, y cobrar un mayor precio. La exportación exige a las empresas asumir costes adicionales a los que soportan en el mercado doméstico. Estos costes adicionales están ligados a unos mayores costes de transporte, a la existencia de aranceles, y al coste adicional de analizar los mercados exteriores, de encontrar distribuidores adecuados y de adaptar el producto a las características de los consumidores foráneos. Las empresas más productivas son capaces de hacer frente a estos costes adicionales y todavía obtener beneficios en los mercados exteriores. Según esta teoría, la exportación no hace a las empresas mejores. Lo que ocurre es que solamente las mejores empresas pueden exportar. Por ello, observamos una correlación positiva entre exportar y tener unas características empresariales más atractivas. Según esta teoría los gobiernos no deberían gastar un euro en programas de promoción de exportaciones, ya que la capacidad de exportar está ligada a habilidades que están determinadas desde el nacimiento de las empresas.
La segunda teoría sugiere que la propia actividad exportadora mejora la productividad de las empresas. En los mercados exteriores, las empresas exportadoras se ven obligadas a competir con otras empresas que, en muchas ocasiones, son más eficientes que las de su mercado doméstico, lo que les obliga a agudizar el ingenio para ser más competitivas. Asimismo, al exponerse a nuevos mercados las empresas pueden aprender de sus competidores. Finalmente, si los clientes extranjeros son más exigentes con la calidad del producto o del servicio, la empresa se verá obligada a mejorar sus procesos para alcanzar ese mayor nivel de calidad. La recomendación de esta teoría, a diferencia de la primera, es que el gobierno debe incentivar a las empresas a que exporten, ya que la propia actividad exportadora hará a las empresas mejores. Esta intervención pública está especialmente justificada si las empresas se enfrentan a alguna barrera, como la falta de información, que les impide dar el paso de exportar.
Aunque la intuición nos dice que la segunda teoría es muy plausible (no hay nada mejor que echarse al agua para aprender a nadar), los estudios, hasta ahora, no habían encontrado evidencias claras de su validez. En cambio, los estudios confirman sin fisuras la primera teoría. Sin embargo, un reciente trabajo de David Aitkin, Amit Khandewal y Adam Osman, ofrece evidencia empírica muy convincente de que exportar hace mejores a las empresas.
Para realizar el estudio, los autores colaboraron con la ONG estadounidense Ayuda para Artesanos, cuyo objetivo es facilitar la exportación de productos artesanales de los países en vías de desarrollo a los países desarrollados. En el estudio se analiza el programa de esta ONG para facilitar la exportación de alfombras fabricadas en la localidad egipcia de Fowa, que cuenta con un colectivo muy numeroso de artesanos de alfombras, a los países desarrollados. Para implementar este programa, la ONG contactó con una empresa intermediaria en la venta de alfombras de Fowa. La ONG ofreció al intermediario formación en marketing y en las características de las alfombras que se demandaban en Estados Unidos y Europa. La ONG también ayudó al intermediario a encontrar clientes en países desarrollados. Tras un año y medio de trabajo, la ONG y el intermediario lograron un importante pedido de alfombras de un cliente alemán. A continuación, los autores del estudio eligieron de forma aleatoria a los artesanos de Fowa que iban a fabricar las alfombras para este pedido. Al mismo tiempo, eligieron también de forma aleatoria un grupo de control, constituido por artesanos que no iban a fabricar alfombras para el pedido.
El estudio analiza si los artesanos que recibieron el pedido de alfombras mejoraron sus beneficios con relación al grupo de control. Los autores concluyen que los artesanos elegidos para fabricar las alfombras aumentaron sus beneficios por hora trabajada con relación a los artesanos del grupo de control, entre un 16% y un 26%. Este incremento en los beneficios por hora trabajada se debía a que los artesanos exportadores tenían que fabricar una alfombra de mayor calidad que la fabricada por el grupo de control, mayoritariamente destinada al mercado nacional.
El estudio muestra que la oportunidad de fabricar un producto de mayor calidad, y de un mayor precio, es la que incentiva a los artesanos a ser más productivos. Los clientes extranjeros, al demandar un producto de mayor calidad, obligan a los artesanos de alfombras egipcios a convertirse en mejores artesanos. Los autores confirman esta hipótesis mediante tres evidencias. En primer lugar, observan que la productividad de los artesanos elegidos mejora de forma gradual, a medida que van acumulando experiencia en la fabricación de alfombras de mayor calidad. Si los artesanos ya supiesen cómo producir alfombras de mayor calidad, la productividad habría aumentado inmediatamente. En segundo lugar, observan que existe un diálogo continuo entre los artesanos y el intermediario para identificar qué cambios debían realizar en el proceso de producción y qué nuevas técnicas debían aplicar para alcanzar la calidad demandada. En tercer lugar, tras finalizar el pedido, los autores pidieron a los artesanos exportadores y a los artesanos del grupo de control fabricar la misma alfombra con la misma maquinaria y con los mismos productos intermedios. Sistemáticamente, los artesanos exportadores, en el mismo tiempo, fabricaban una alfombra de mayor calidad que los artesanos del grupo de control.
El estudio nos deja varias lecciones. En primer lugar, las empresas, por término medio, tienen capacidad de mejorar su productos o servicios si tienen incentivos para hacerlo. La exportación ofrece estos incentivos siempre que los productos o servicios demandados sean de mayor calidad. En segundo lugar, la mejora en la productividad se produce a través de una transmisión del conocimiento sobre características del producto y de técnicas de fabricación de los clientes finales, y de los intermediaros, al fabricante. Es importante destacar que en este trabajo la empresa intermediaria era la encargada de la relación con el cliente final y de la logística de la exportación. En los países más avanzados, las empresas también tienen que encargarse de estas actividades, lo que aumenta las posibilidades de aprendizaje y mejora. Exportar sí hace mejores a las empresas. Por tanto, si quiere mejorar, échese al agua de los mercados internacionales.