El último día de enero, cuando el frío no encontraba rival en protagonismo, moría en León el que probablemente haya sido el economista de mayor talento y personalidad más acusada de su generación: Fabián Estapé.

El componente generacional tiene indudable relieve en su caso. Nacido en 1923 en el fronterizo Portbou gerundense, vivió como estudiante universitario, primero, y como joven profesor, después, en una Barcelona que “parecía más oscura”, y donde —como en Madrid— “los Metros olían a miseria”, según evocan los versos de Jaime Gil de Biedma. Éste, que acabará siendo el abanderado de todo un grupo de escritores y artistas coetáneos radicados en la capital de Cataluña (los Barral, Ferraté, Goytisolo, Costafreda…), dedicará precisamente un hermoso poema a Estapé, “Barcelona ja no és bona, o mi paseo solitario en primavera”, pues el joven economista, con buen dominio también de otros campos de la ciencia social, participará intensamente en señaladas iniciativas para recuperar el pulso intelectual y ciudadano en un tiempo en que “media España ocupaba España entera”, por decirlo de nuevo con palabra poética. La creación de la Facultad de Ciencias Económicas de Barcelona, mediado el decenio de 1950, y, poco más tarde, la del Círculo de Economía, creaciones ambas llamadas a tener influencia muy importante en la sociedad catalana, encontrarán en Estapé un activo y comprometido impulsor.

La presencia en ellas de Estapé, durante más de medio siglo, fue todo un reclamo. Una presencia siempre rotunda, y no tanto por su físico poderoso como por su inteligencia desbordante y acaso en exceso pródiga, tan penetrante como incisiva era su mirada. Destellos de genialidad, en suma, que se acompañaban de un sentido del humor también punzante, mordaz en ocasiones pero nunca amargo.

Como académico, además de su brillante ejercicio de la docencia, le debemos una doble aportación relevante. De un lado, su propia obra de investigación, no copiosa pero sí original y bien lograda; sirvan de ejemplo su estudio sobre la vida y la obra de Ildefonso Cerdá, el gran urbanista decimonónico, responsable del Ensanche barcelonés, o la tesis doctoral sobre la reforma tributaria de 1845: dos obras que, con prosa tersa, combinan admirablemente historia económica, social y política. De otro lado está su tarea de introductor en los medios universitarios españoles de un puñado de autores señeros contemporáneos, comenzando por Schumpeter y continuando por Hirschman y Galbraith.

Y más que su efímero paso, como Comisario Adjunto al Plan de Desarrollo, por la alta Administración del tambaleante franquismo de los primeros setenta, conviene retener su generosa tarea de divulgación de temas de economía, con colaboraciones periódicas que se han prolongado durante más de medio siglo, y tanto en medios radiofónicos (“Catalunya Ràdio”) como en prensa escrita (“La Vanguardia”, principalmente), dando pruebas en ellas, no sólo de enciclopédicos conocimientos, sino también de independencia radical de criterio y de libertad intelectual poco frecuentes. Entre los nuestros ha sido, sin duda, uno de los más grandes.

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