La extendida opinión de que las actuales dificultades económicas de Grecia han de encontrar solución no sólo dentro del área euro, sino también en el marco de nuevos e importantes avances en la unidad monetaria europea se fundamenta, entre otras razones, en que ese país constituye un claro exponente de los incentivos a la expansión del gasto agregado creados con el establecimiento del euro y la desaparición de la prima de riesgo exigida a cada país, sobre la base de la garantía ofrecida de forma implícita por el conjunto de la unión.

En efecto, el Gráfico 1 (haciendo clic en él se puede ver ampliado) muestra la relación positiva entre la cuantía de la reducción de los tipos de interés nominales de la deuda pública a 10 años y el aumento del déficit en el comercio exterior de bienes y servicios, para los países de la Unión Europea y durante el período comprendido entre 1995 y 2005. En este período, Grecia redujo sus tipos de interés nominales en más de doce puntos porcentuales y aumentó su déficit exterior en más de seis puntos sobre el PIB. España redujo sus tipos de interés en algo más de 7 puntos y su déficit se elevó en casi 8, algo más que en Portugal.  Estas diferencias entre países indican la relevancia de otros factores impulsores del gasto agregado y la diversidad de su impacto sobre el déficit exterior. Pero sobre todo, reflejan las diferencias en el recorte de la inflación conseguido. De hecho, cuando se utilizan tipos de interés reales, el coeficiente de correlación entre las variables consideradas aumenta (60%) y la evolución de Grecia en estos aspectos no difiere tanto de la de España y Portugal, porque la destacada reducción de los tipos nominales se basa en una disminución también destacada de la tasa de inflación. En todo caso, el crecimiento anual del PIB griego superó el 3,4%  a partir de 1997 (con la única excepción de 2005, en la etapa anterior a la crisis), y registró incrementos por encima del 5% en 2003 y 2006. En los años 2006 y 2007, las importaciones crecieron casi un 10% en volumen, prácticamente el doble que las exportaciones.

Sin duda, la abundancia de liquidez en los mercados internacionales durante la primera década de 2000 habría conducido por sí sola a una reducción de los tipos de interés, pero no habría hecho desaparecer la prima de riesgo exigida a cada país, hoy restablecida y que alcanza valores muy elevados para Irlanda, Grecia y Portugal. Por lo demás, la expansión del déficit exterior no preocupó mucho a las autoridades europeas, en el contexto de la euforia creada con la nueva situación, que favoreció incluso la creencia de que la balanza de pagos de cada país era un asunto que debía situarse ya en un segundo plano. Se asumía así que el mercado asignaría eficientemente las inversiones, dirigiéndolas hacia aquellas actividades en las que cada país poseía sólidas ventajas comparativas y competitivas.

La situación de Grecia es en buena medida un resultado de una expresión extrema de estas creencias, porque cuando este país se incorpora al euro, en 2001, había alcanzado ya niveles de déficit público y exterior bastante notables, que no harían sino crecer con posterioridad (ver Gráfico 2).

Por estas razones, la UEM ha de otorgar hoy a Grecia todo tipo de facilidades para diferir el pago de su deuda soberana y asegurar la recuperación económica. No se está sólo ante el problema de un país, sino del conjunto de la unión monetaria. De aquí deriva precisamente el efecto potencialmente catastrófico de una solución en falso a la situación creada.

No obstante, esto no quiere decir que los gobiernos griegos no hayan tenido una gran responsabilidad en lo sucedido. La expansión del gasto público no se justificaba en el marco de un elevado aumento del PIB, y sin una alteración de la capacidad recaudatoria de las Administraciones Públicas, que ha mostrado ser muy escasa.  Y las exportaciones deberían haber crecido a mayor ritmo, auspiciadas por una política industrial vigorosa, que consolidara el cambio en la estructura industrial hacia actividades de mayor contenido tecnológico, sin por ello olvidar la reestructuración de las más tradicionales. Estas siguen siendo la base de la producción manufacturera en la actualidad, pero sus exportaciones no han aumentado al ritmo de la demanda mundial (Gráfico 3). A diferencia de Portugal y Grecia, durante la primera década de este nuevo siglo, España no altera apenas su estructura industrial, pero se acomoda mejor a la demanda mundial y defiende de forma sobresaliente sus posiciones en las industrias más tradicionales frente a la competencia de los países emergentes.

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