Así puede ser para España este año recién inaugurado. Frente a quienes a base de temerlo hacen más factible lo peor, apostemos una vez más por lo razonablemente promisorio. A veces el optimismo no es mero juego voluntarista.

Fuera de nuestras fronteras, la complejidad se reviste de incertidumbre. Sus principales fuentes están identificadas. Primera, las decisiones que se tomen en la Casa Blanca a partir del próximo día 20, y tanto de orden geopolítico como de política económica, desde la monetaria a la comercial. Segunda, el pulso electoral que el populismo —xenófobo y antieuropeísta— se dispone a echar en tres de los países nucleares del proyecto de la Unión Europea: Holanda, Francia y Alemania, tres firmantes del fundacional Tratado de Roma (el 25 de marzo se conmemora su 60º aniversario). Tercera, la caja negra que en este momento es el Brexit, que comenzará a negociarse también en primavera. Cuarta, el foco de inestabilidad financiera derivado de la crisis bancaria italiana, con sus nocivos efectos sobre la ya muy deteriorada confianza de la eurozona. No es completa, desde luego, pero esta sucinta relación no deja lugar a dudas: nuestro 2017 se va a desenvolver en un marco internacional incierto, tanto el más próximo como el que —solo en el mapa— nos queda más lejos.

De puertas adentro, es “riesgo político” lo que puede enrarecer más el ambiente. En la primera mitad del año, como consecuencia del calendario de los congresos de los principales partidos, con eventuales desenlaces (Podemos, Ciudadanos y PSOE) susceptibles de alterar el reparto de papeles y el movimiento de todo el escenario. Y un mes sí y otro también la tensión independentista en Cataluña, con capacidad no solo de atraer la atención de propios y extraños, sino también de eclipsar muchos logros.

Porque también es alta la probabilidad de que el año cuaje aquí buenos resultados. En el plano político, si el Parlamento mantiene el protagonismo que ha alcanzado en las primeras semanas de la legislatura, la cultura de la negociación y el pacto puede dar valiosos frutos, haciendo —como bien se ha dicho— que la fragmentación parlamentaria devenga en fortaleza democrática. Y en el campo económico, es esperable seguir avanzando por la senda de notable crecimiento de los dos últimos ejercicios. No es cuestión de previsiones, casi todas coincidentes en situar el crecimiento del PIB durante 2017 holgadamente por encima de la media europea; ni de mayor o menor permanencia de los “vientos de cola” que nos han empujado. Se trata de algo con mayor trascendencia: de la severa crisis padecida, la economía española ha salido con pertrechos renovados que justifican una mirada esperanzada: el crecimiento de la demanda interna se ha hecho compatible con la mejora de la balanza comercial y un saldo final positivo por cuenta corriente, rigurosa novedad en nuestra historia económica de mucho tiempo; con el ritmo de aumento actual del PIB se crea mucho más empleo que el que se conseguía años atrás con parecidas tasas de incremento de la actividad productiva; en fin, la consistencia de nuestro sistema financiero es hoy mucho mayor que la de hace un decenio.

No va a ser 2017 un año fácil, pero arranca con activos no poco prometedores.

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