Es el que se celebrará el 27 de septiembre en Cataluña, si se mantiene el propósito de la presidencia de la Generalitat de convocar elecciones autonómicas con carácter plebiscitario, con la reafirmada determinación de proceder en su caso a una declaración unilateral de independencia. Y aunque el tema no se instale definitivamente en el centro del escenario público español hasta las vísperas de la próxima Diada —“Vía libre a la República catalana” es el lema elegido esa vez, hay que agradecer la franqueza—, su importancia bien merecería prestarle ya atención preferente.
La deriva durante el último lustro de una parte muy apreciable del nacionalismo catalán hacia una posición nítidamente independentista se resiste a explicaciones simplonas. Tiene que ver, sin duda, con la defectuosa gestación, en todos los tramos del proceso, del Estatuto de Autonomía de 2006. Asímismo, con el apoyo activo, y no poco paradójico, que la opción soberanista ha recibido por parte de la clase intelectual más cualificada, cosmopolita e influyente —la intelligentsia— de catalanes nacidos en los dos decenios posteriores a la Guerra Civil. Y también, claro está, con la crisis económica e institucional padecida: la independencia como tabla de salvación particular ante el riesgo de naufragio del país entero. Como fuere, no es un fenómeno susceptible de diagnóstico sencillo.
De ahí las obligadas reservas a la hora de vaticinar el futuro inmediato en este frente. Si una de las causas del auge independentista ha sido la crisis, en todas sus dimensiones, lo esperable será un reflujo del tal marea al superarse aquella: así lo evidenciaría ahora, en el marco de la bien apreciable recuperación económica, el declive del independentismo en los más recientes sondeos de opinión. Por su parte, las cuotas de votantes que también ahí sean capaces de captar Ciudadanos y Podemos restarán asimismo peso a las formaciones independentistas. Y es igualmente cierto que con el paso de las semanas se van haciendo más patentes las actividades y los pronunciamientos de aquella parte de la sociedad civil catalana contraria a la separación. La pelota está en el aire, y probablemente al partido le quede mucho… al menos por un cierto tiempo (que eso es, con unos u otros matices, lo que nos lega la historia, ya sea la experiencia de la Mancomunidad en la Restauración, o la del Estatuto de Autonomía en la II República o la del propio régimen autonómico en nuestros días).
El tema es muy serio, y todavía más si se pone en relación con la poco relevante presencia en el País Vasco y en Navarra de los partidos de rango nacional a escala de toda España. El “desanclaje” de cualquiera de esas piezas territoriales en la arquitectura constitucional española tendría efectos mayúsculos; el de las tres, sencillamente incalculables. De ahí que la del 27 de septiembre sea una prueba de enorme trascendencia, tanto para la integridad territorial de España como para la articulación constitucional de nuestra democracia.
Coda. Todo menos mirar para otro lado, o solo de soslayo. Ese otro referéndum, con la amenaza que conlleva de empujar hacia una fractura política y social dentro de la propia Cataluña y con su inevitable proyección fuera de nuestras fronteras, constituye hoy nuestro problema capital.
Enhorabuena por la nota.
Ese tipo de convocatorias, por ser un fraude de Ley, deberían de prohibirse. Además, Cataluña, debería ser intervenida exclusivamente por una cuestión técnica: está vulnerando el pacto de déficit fiscal constitucional y comprometido con Europa.
Los minarquistas, que ven a un Estado pequeño más eficiente, no alcanzan a comprende que un estado pequeño es menos eficaz. Y esto es así, porque el gran reto de la democracia en el s.XXI es precisamente participar a los expertos de cada sector en la toma de decisiones del Estado de forma permanente, para hacer más eficiente la Administración, los mercados. La única vía de ganar la batalla a los minarquistas es la gobernanza participativa de expertos; bueno, siempre tendremos el recurso de las armas, pero este no parece el camino más recomendable.