Por Josep Tomas-Porres (Universidad de Turín)

Esta entrada está basada en la presentación que hizo el autor en el XXVII Encuentro de Economía Aplicada celebrado en Santander y que fue galardonada con el Accésit al Premio Joven Investigador Applied Economic Analysis.


El presente y futuro de la política industrial europea se orienta hacia el fortalecimiento de las capacidades productivas de la economía, priorizando sectores estratégicos como las manufacturas avanzadas, la energía y el entorno digital. En el contexto de la transición ecológica, estos focos estratégicos deben integrarse con la reducción de los impactos ambientales derivados de la actividad económica. Esta doble meta requiere el desarrollo de innovaciones sostenibles como mecanismo central para impulsar el avance tecnológico, transformar los modelos de negocio y conciliar los objetivos económicos con las metas ambientales.

Sin embargo, a pesar del volumen de recursos y esfuerzos dedicados, el progreso tanto tecnológico como político sigue siendo escaso, revelando una comprensión incompleta sobre la transición ecológica y, en consecuencia, limitando la efectividad de los instrumentos de la política industrial. Surgen entonces tres preguntas clave: ¿Cómo y por qué se posicionan las empresas como innovadoras sostenibles? ¿Cuál será la dinámica competitiva a largo plazo de la transición ecológica? ¿Pueden los actores públicos diseñar políticas eficaces para acelerar este cambio?

Las premisas fundamentales: autoselección y aprendizaje

El desarrollo teórico de estas preguntas nos conduce a varias premisas centrales. Primero, dado que innovar de forma sostenible implica costes fijos y variables más elevados, solo las empresas más productivas pueden desarrollar esta actividad de forma efectiva. Segundo, dado que las innovaciones sostenibles son actividades intensivas en conocimiento, estas tienden a concentrarse en empresas con experiencia previa en innovación. Tercero, el desarrollo de innovaciones sostenibles permite a las empresas capturar una mayor cuota de mercado y, al mismo tiempo, mejoran la eficiencia operativa y fomentan un crecimiento del capital intangible, permitiendo un incremento en la productividad a largo plazo. Cuarto, estos incrementos en productividad son especialmente intensos en empresas que desarrollan innovaciones sostenibles complejas. En conjunto, estos elementos configuran un proceso de autoselección y un doble aprendizaje, uno desde la innovación hacia la innovación y otro desde la innovación hacia la productividad.

Para validar estas hipótesis utilizo un conjunto de datos de balances anuales compuesto por 25.839 observaciones pertenecientes a empresas europeas, británicas y estadounidenses entre los años 2009 y 2023. El análisis empírico se divide en dos partes, un modelo dinámico de autoselección e innovación para estimar la probabilidad de desarrollar innovaciones sostenibles y su calidad, y un modelo de diferencias-en-diferencias escalonadas para evaluar los retornos de estas innovaciones a la productividad. Los resultados son claros. Las empresas más productivas tienen más probabilidad desarrollar innovaciones sostenibles y estas tienden a ser de mayor calidad. Esto les da una ventaja comparativa frente a las empresas con menor rendimiento, que se ven relegadas a la producción y comercialización de bienes y servicios estándar. Además, las empresas con una trayectoria sostenible previa no solo la mantienen, sino que intensifican su conducta sostenible, llevándolas al desarrollo de innovaciones de mayor calidad. Esto sugiere un impacto significativo generado por un aprendizaje acumulativo.

Por otro lado, los retornos de las innovaciones sostenibles a la productividad son más complejos, dependiendo de varios factores. Según los resultados obtenidos, estos retornos existen solo cuando hay un cambio sustancial en las preferencias sostenibles del resto de la economía, las cuales se reflejan en el entorno social y regulatorio. En el caso de este estudio, estos cambios son señalados por el Acuerdo de París (2015) y el Pacto Verde Europeo (2019). Se observan, pues, los mayores incrementos en ventanas temporales cercanas a estos eventos. Esto indica que solo las empresas que reaccionan en el momento adecuado son capaces de capturar retornos tangibles sobre su actividad, mientras aquellas que reaccionan de forma demasiado pronta o tardía no son capaces de explotarlos. Estos retornos son también dependientes de la calidad de las innovaciones desarrolladas. Las innovaciones de calidad más baja no generan retornos significativos, mientras que las de calidad media ofrecen beneficios moderados, pero poco persistentes. Las empresas capaces de desarrollar innovaciones de alta calidad obtienen retornos positivos y persistentes.

Dos caminos para la política industrial

Estos hallazgos enriquecen la hipótesis de Porter, según la cual una intensificación de la regulación ambiental es capaz de incrementar la productividad de las empresas en el mercado. Este estudio muestra que dicha relación está condicionada por la heterogeneidad empresarial, el momento de respuesta al cambio regulatorio y el tipo de innovación desarrollada. Solo un grupo selecto de empresas son capaces de beneficiarse de las innovaciones sostenibles, ya que estas cuentan con una ventaja previa al desarrollo de la innovación y son reaccionan en el momento más adecuado. A largo plazo esta dinámica ensancha la brecha entra las empresas sostenibles y las no sostenibles, forzando las empresas menos productivas a salir del mercado en el caso que estas no sean capaces de ofrecer precios por los bienes y productos estándar por debajo del coste marginal de la producción de bienes y servicios sostenibles.

A partir de estos resultados, se identifican dos posibles enfoques para el diseño de políticas industriales orientadas hacia la transición ecológica. El primero, al que me referiré como sostenibilidad ante todo, busca potenciar a los “campeones” de esta transición, ofreciendo beneficios fiscales y apoyo para grandes inversiones en tecnologías verdes. Si este enfoque bien acelera la transición ecológica y le da un enfoque mucho más radical, también tiende a concentrar el mercado a largo plazo, favoreciendo dinámicas monopolísticas. El segundo enfoque, al que llamo sostenibilidad balanceada, persigue una distribución más equitativa de las capacidades productivas, ofreciendo recursos y formación a empresas con una desventaja estructural para el desarrollo de innovaciones sostenibles. Aunque este tipo de política puede ser más cara en el largo plazo y promueve un enfoque más incremental a la transición ecológica, es decir más lento, promueve una estructura de mercado más competitiva y horizontal.

En conclusión, la transición ecológica no solo redefine los objetivos de la política industrial, sino que también tiene el potencial de acelerar y transformar las reglas del juego para el tejido empresarial. A priori, queda demostrado que no todas las empresas están preparadas para esta transición ni que todas podrán beneficiarse por igual. Solo aquellas que combinan productividad y una capacidad innovadora intensa son capaces de dar una respuesta oportuna a este nuevo paradigma. Queda, entonces, a manos de aquellos que diseñan las acciones necesarias, que tipo de enfoque proporcionar para acelerar el cambio hacia una economía más sostenible, eficiente y competitiva.

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