Por José Antonio Martínez Serrano, catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Valencia.

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La pandemia ocasionada por el COVID-19 ha golpeado a una economía mundial estrechamente integrada. En las últimas tres décadas el sistema productivo mundial se ha transformado radicalmente y hoy es difícil encontrar un producto fabricado exclusivamente en un país. Lo normal es que cualquier bien final o intermedio sea el resultado de un proceso productivo que ha atravesado las fronteras nacionales varias veces. Por eso, la Organización Mundial del Comercio (OMC) no ha dudado en afirmar que la mayoría de los bienes deberían llevar la etiqueta “made in the world”. Este es el modo que el sistema capitalista ha encontrado para fabricar la mayor variedad de productos, de la manera más accesible para el mayor numero de personas.

La lucha contra el COVID-19 ha obligado al confinamiento de la población, en mayor o menor grado, en todos los países industriales, de modo que se han interrumpido los procesos productivos y se ha contraído sustancialmente el comercio mundial. La OMC estima que el comercio mundial de mercancías se reduzca en 2020 entre el 13 y el 32 %. El impacto inmediato en algunas actividades del sector servicios, como turismo, viajes, ocio y moda será enorme. Por ello, las primeras estimaciones disponibles sobre el impacto de la pandemia en el bienestar mundial apuntan a una pérdida de renta real en la mayoría de los países del orden del 13–14% (1).

Desde las posiciones ideológicas más diversas se está insistiendo en que el grado de integración comercial se ha llevado demasiado lejos y se le responsabiliza no sólo de la rápida extensión de la pandemia, sino también del elevado coste que van a pagar todas las economías avanzadas para salir de ella por haber deslocalizado demasiadas actividades. Peter Navarro, asesor de Donald Trump en comercio internacional, afirmaba el 3 de abril que si algo aprendemos de esta crisis es que nunca más debemos depender del resto del mundo en medicinas esenciales y otros productos. Esta opinión es bastante generalizada y hoy se contempla con simpatía el inicio de una cierta relocalización de las actividades productiva para enfrentarnos mejor en el futuro a acontecimientos imprevistos.

Sin embargo, esto es justo lo contrario de lo que necesitamos. Veámoslo con el ejemplo de los productos necesarios para combatir al virus COVID-19. La OMC ha publicado un trabajo sobre el comercio mundial de los productos médicos relevantes para tratar el COVID-19, que van desde mascarillas y guantes a ventiladores, termómetros equipo de rayos X, etc. Estos productos representan el 1,7 % del comercio mundial (2). Los principales importadores son US, Alemania y China. US importa de Irlanda, Alemania, Suiza, China y México. Alemania importa de otros países europeos y US. China importa de Alemania, US y Japón. Es decir, hay una estrecha y compleja interrelación a escala global en la fabricación de los productos necesarios para protegerse y enfrentarnos a la pandemia.

Podemos ser más precisos todavía analizando el caso de EEUU donde, como hemos señalado, se levantan voces contra la globalización. Las importaciones de EEUU de los equipos médicos necesarios para combatir la pandemia representan el 30 % de sus necesidades. En concreto, en 2018 importaron por valor de 29 mil millones de dólares. De esta cantidad, el 28 % procedía de China, el 18% de la Unión Europea y el resto de múltiples países (3). En algunos ámbitos se interpretan estos datos como signo de una notable dependencia (¡tan sólo el 30%!) y debilidad de la economía estadounidense, pero también de todas las economías avanzadas, por las dificultades actuales para responder a las necesidades.

En cambio, lo que estos datos desmienten es la idea de una exclusiva dependencia de China y lo que muestran es el carácter global de la producción y las fuertes interrelaciones existentes entre las principales economías del mundo. Lo cual, en lugar de ser un obstáculo para luchar contra la pandemia es una gran ventaja. No creo que ninguna sociedad, aisladamente, hubiese estado mejor preparada para combatir la pandemia. Todo lo contrario. Gracias a la globalización de los procesos productivos ha mejorado la capacidad de respuesta y con un retraso menor del que hubiese necesitado cada país individualmente.

Hasta ahora el comercio internacional había permitido grandes avances en la integración de los procesos productivos a escala global. La lucha contra el COVID-19 va a facilitar la globalización de las ideas como nunca se había hecho hasta ahora. Por ello, no tardaremos en ver resultados farmacológicos en tiempo record y jamás vistos históricamente. La globalización no es el problema a ningún reto, sino la solución a los problemas actuales a los que nos enfrentamos.

CITAS

(1) Sforza, A. y Steininger, M. (2020) Globalization in the time of COVID-19. Versión 1 de abril).

(2) 0MC (2020). Trade in mediacal godos in the context of tackling COVID-19. 3 de abril.

(3) Leibovici, F.; Santacreu, A. M. Y Peake, M. (2020). The US’ reliance on other countries for essential medical equipment. Voxeu 13 de abril)

Esta entrada fue previamente publicada en el blog de FUNCAS (15/04/2020)

 

1 Comentario

  1. «Este es el modo que el sistema capitalista ha encontrado para fabricar la mayor variedad de productos, de la manera más accesible para el mayor numero de personas» (sic).
    Esta parte del primer párrafo dice desde que perspectiva habla el autor y desde que «escuela» lo hace.

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