Por José Antonio Martínez Serrano, catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Valencia.

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La COVID-19 ha sacudido la economía global en unos momentos en los que se estaban generalizando las tensiones comerciales. En los últimos 3 años los gobiernos nacionales han aprobado 2.723 medidas restrictivas del comercio internacional. Las más graves son las aplicadas en la guerra comercial de EEUU y China. Estos dos países sólo son responsables del 23 % de dichas medidas, aunque son las de mayor calado y las que están poniendo en peligro el sistema multilateral de comercio que creó EEUU y del que China ha sido, seguramente, el país más beneficiado.

El conflicto EEUU – China se remonta prácticamente al momento en el que China en 2001 fue aceptada como miembro de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Desde ese momento China utilizó el comercio como un arma al servicio de su estrategia geopolítica. Por su particular sistema económico, que podemos caracterizar como de capitalismo de estado, su gobierno ha interferido sistemáticamente, mediante ayudas públicas de todo tipo, en la asignación de recursos y en la formación de precios. El resultado es que en algunos sectores sus producciones son extraordinariamente baratas no porque sea el país más eficiente y competitivo sino porque, debido a su sistema opaco de subvenciones públicas, invaden los mercados internacionales obligando a cerrar empresas en las economías avanzadas. El caso más extremo y conocido ha sido el referente a la producción de acero que, como consecuencia de este comportamiento anticompetitivo, ha ocasionado el cierre de numerosas empresas en países desarrollados. EEUU es seguramente el país que en mayor medida se ha visto afectado tanto en su producción de acero (sector en el que también se han cerrado plantas industriales en Europa y en España) como en otras actividades productivas.

Frente a este comportamiento, la OMC, que es la organización encargada de vigilar y supervisar el cumplimiento de los acuerdos que garantizan un comercio libre, no ha sido capaz de resolver los conflictos y se ha mostrado incapaz de encauzar el comercio según el espíritu que impregnan las normas que deben regir las relaciones comerciales internacionales y que dieron origen a la propia organización.

Esta falta de un buen gobierno multilateral ha contribuido al desarrollo de movimientos antiglobalización que reaccionan contra lo que consideran los efectos negativos de un mundo globalizado. Para estos movimientos, la COVID19 evidenciaría de forma clara lo que ellos consideran efectos negativos de la globalización. Por ello, hoy es frecuente escuchar que el reto al que nos enfrentamos no es la reconstrucción y mejora de las relaciones económicas que se estaban resquebrajando, sino el restablecimiento de unas sólidas economías que prioricen las industrias nacionales. Parece que hay unas fuerzas sociales y políticas que apuntan a la intensificación de los conflictos en las relaciones económicas internacionales. Por eso, Dani Rodrik (1) cree que los autócratas populistas se volverán más autoritarios, que China y EEUU mantendrán su enfrentamiento y que, en general, se intensificará la batalla en el seno de los países entre populistas autoritarios e internacionalistas liberales.

Ese camino sería desastroso y ojalá no se intente recorrer. Por el contrario, el impacto que está teniendo la COVID-19 debería servir para reconducir las tensiones chino-norteamericanas. Es necesario comenzar superando el sentimiento anti-chino propio de algunas esferas de la sociedad norteamericana, pero también la hostilidad anti-norteamericana que se está extendiendo en la sociedad china. Como señala Keyu Jin (2) la crisis provocada por la COVID-19 debería abrir el camino a la reconciliación. China, como potencia en ascenso, debe dejar de usar los instrumentos económicos como arma para hacer valer sus intereses geopolíticos y, en su lugar, ganarse la confianza del resto del mundo con comportamientos transparentes y actuaciones honestas. En la lucha que mantienen ambos países por el liderazgo mundial, Martin Wolf (3) ha señalado, muy acertadamente, que vencerá aquel que sea capaz de mostrarse ante el mundo como competente y decente. Y cree que China no es decente, pero el coronavirus puede cambiar esta situación en unos momentos en que EEUU tiene un presidente incompetente y perverso con el resto del mundo.

Es de esperar que la tremenda perturbación ocasionada por la COVID-19 haga ver con claridad a los lideres mundiales la necesidad de fortalecer el orden comercial internacional. Y que, mediante la cooperación y el consenso, se restaure una OMC más eficiente para que vuelva a convertirse en un instrumento esencial para el logro, gracias a la división internacional del trabajo y la creciente integración de las economías nacionales, de la prosperidad, la estabilidad económica y la paz mundial.

CITAS

(1) Rodrik, D, (2020). Will COVID-19 remake the world? Project Management. 6 de abril.

(2) Jin, Keyu (2020). Is this China’s global leadership momento? Project Syndicate 3 de abril

(3) Wolf, M. (2020) The tragedy of two failing powers”. Financial Times, 31 de marzo

Esta entrada fue previamente publicada en el blog de FUNCAS (17/04/2020)

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