Nos hacemos eco de este interesante artículo que ha aparecido recientemente publicado por Mariam Camarero en Valencia Plaza.

Por primera vez desde que se creó, el indicador de coyuntura Ind-ALdE, elaborado por Máximo Camacho, de la Universidad de Murcia, ha tomado valores positivos. Se trata éste de un indicador que mide de forma global la marcha de la economía utilizando para ello un grupo de datos relacionados con el crecimiento y el empleo. En concreto, se basa en cuatro indicadores publicados por el Ministerio de Economía y Competitividad: Índice de Producción Industrial, Indicador de Renta Salarial Real, Total de Trabajadores en Alta Laboral Afiliados a la Seguridad Social y Ventas Interiores de Grandes Empresas (todos ellos corregidos de calendario y deflactados).

Se publica con frecuencia mensual desde 2008 en el Blog de la ALdEa Global, promovido por la Asociación Libre de Economía (ALdE). Se pueden consultar los detalles técnicos pinchando aquí.

No se trata de una observación aislada. Como el propio autor afirma, el perfil de este indicador coincide con el elaborado por FEDEA o con el Indicador Sintético de Actividad (ISA) que publica el Ministerio de Economía y Competitividad. Dichos perfiles se corresponderían con una salida en «W» de la crisis, una de las posibles descritas hace unas semanas en este espacio. Es aún prematuro concluir cuál vaya a ser la tendencia en los próximos meses. Sin embargo, el hecho de que las señales positivas procedan de indicadores sintéticos, que recogen información de un grupo de variables, permite mantener una cierta dosis de optimismo.

Las previsiones sobre las principales variables que marcan la evolución global de la economía (recogidas algunas de ellas en la Tabla 1) son también positivas: crecimiento del PIB, de la demanda interna, del empleo o de la renta disponible. Sin embargo, no es hasta 2015, según la mayoría de las previsiones, cuando los datos parecen consolidarse. Los buenos datos aún van a tardar un tiempo en ser evidentes y, en la actualidad, son las expectativas o la confianza las que están verdaderamente mejorando: en el caso de la Comisión Europea, el Indicador de Confianza Económica ha mejorado, especialmente en los países de la zona euro, siendo en Holanda y España donde más crece. El sector servicios y los consumidores son los que se muestran más optimistas.

Si todos estos signos positivos se consolidan, llegado el momento será necesario hacer inventario de la crisis. Todos conocemos la gravedad y el peso que el sobreendeudamiento público y privado tienen sobre la economía. Sin embargo, sólo de vez en cuando se analizan otros indicadores y, precisamente en los últimos días, han salido diversos informes y datos sobre pobreza y desigualdad que merece la pena repasar.

Darvas y Wolff (2014), de Bruegel, acaban de preparar un informe sobre los efectos que tienen los problemas sociales sobre el crecimiento. Fue presentado el pasado 1 de abril en la reunión informal del Ecofin (es decir, del Consejo de Ministros de Economía y Finanzas de la Unión Europea) celebrada en Atenas. En él destacan que durante el período 2008-13 el desempleo ha crecido en seis millones en la UE y, con ello, ha aumentado también la pobreza.

Se trata de un problema europeo, aunque dado que los países partían de situaciones distintas, los efectos de la crisis también han sido heterogéneos. También constatan que el ajuste fiscal realizado en los países del euro ha repercutido de forma más dura sobre las familias y los jóvenes, mientras que los pensionistas han mantenido su nivel de protección.

Uno de los principales problemas reside en la debilidad de la demanda, especialmente del consumo. En realidad se trataría de un círculo vicioso: las familias aumentaron de forma importante su endeudamiento antes de la crisis y durante la crisis han debido restringir el consumo con el objetivo de ir devolviendo sus deudas (de ahí la pendiente negativa de esta relación, en el Gráfico 2, con la única excepción de Alemania).

CP1

El menor consumo de las familias (unido a la contracción fiscal del sector público) ha generado pérdidas de empleo. Este problema se agravó por la abundancia del crédito y se concentró en algunos países como España, Irlanda y Portugal. Pero el círculo no acaba aquí: sin consumo ni crecimiento baja la recaudación fiscal, sube la deuda y se pone en peligro la sostenibilidad de ésta y el crecimiento futuro.

Por lo que se refiere a España, el informe de la Fundación Foessa sobre «Precariedad y Cohesión Social» dibuja una situación difícil. En él se apunta al aumento de la vulnerabilidad de los más desfavorecidos, así como una recomposición de la población española por grandes grupos de renta, con el declive del porcentaje de hogares en el grupo intermedio (la clase media habría bajado del 60 al 52% de la población).

Como indicador de pobreza, sirva el número de hogares sin ningún perceptor de renta, que ha pasado de 300.000 en 2007 a casi 700.000 en 2013. La tasa de pobreza sería la tercera mayor de la UE, sólo superada por Rumanía y Grecia. Otra medida mencionada en este informe es la ratio de la renta del 20% más rico frente al 20% con menores ingresos: en 2007 era de cinco veces y media, mientras que en 2012 era ya 7.2.

Asimismo, cinco millones de personas se encontrarían en situación de exclusión social severa (un 82.6% más que en 2007). De la misma manera que en el resto de Europa, la crisis ha afectado mucho más a los jóvenes. Por lo que se refiere a los datos de Cáritas, el número de personas atendidas en los servicios de «acogida y asistencia» ha crecido un 251.4% entre 2007 y 2014. De estas personas, el 68% tiene, como prioridad, la alimentaria. En 2012, un tercio de los que recurrieron a este servicio lo hicieron por vez primera, triplicándose el gasto en este servicio durante los años de la crisis (hasta llegar, en 2012, a un total de 44 millones de euros, el 40% en alimentación).

El hecho de que los problemas sociales asociados a la crisis sean compartidos, con diferencias cualitativas y cuantitativas, por todos los países europeos, resulta parcialmente tranquilizador. No se trata de usar el viejo adagio «mal de muchos…». Gracias a la inserción de la Estrategia 2020 en el mecanismo de coordinación macroeconómica de la UE, en el Semestre Europeo se siguen de cerca indicadores relacionados con la reducción de la pobreza y del desempleo.

Esta cuestión no es baladí y afecta de forma singular a aquellas regiones de Europa más castigadas por la crisis. Por ello, debería tener reflejo en las políticas europeas y, por tanto, debiera ser objeto de debate en la campaña de las próximas elecciones europeas. Los objetivos macroeconómicos en términos fiscales están íntimamente ligados (vía estabilizadores automáticos) a los niveles de desempleo y es ésta la variable que genera mayores desigualdades entre las regiones y los ciudadanos europeos.

Volviendo al principio, en la recuperación, demasiado débil y lenta, está la clave de la salida de este círculo vicioso. Pero no cabe esperar sentados a que la economía europea crezca con fuerza: es necesario actuar. En este camino no estamos solos: existe acuerdo en que el desempleo juvenil necesita medidas urgentes y se ha creado por parte de la Comisión Europea un fondo de garantía para la juventud de 6.000 millones de euros; la Comisión también ha hecho una declaración sobre la «dimensión social de la unión económica y monetaria». Que el Ecofin muestre su preocupación por la limitación al crecimiento derivada de los problemas sociales da muestra de que se han puesto manos a la obra.

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