Las profesoras de la Universidad de Alicante Carmen Ródenas y Mónica Martí, conocidas especialistas en migraciones y mercado de trabajo, nos envían esta interesante entrada sobre el tema crucial de la emigración de españoles provocada por la crisis económica.

En su artículo del 17/1/2014 titulado «¿A cuántos españoles ha expulsado la crisis?, El País se hacía eco de la supuesta discrepancia existente entre los demógrafos españoles acerca de la intensidad de la emigración al extranjero como resultado de la crisis económica. Para alguien no experto, las diferencias en las cifras facilitadas para el periodo 2008-2012 son realmente alarmantes: desde apenas unas 40.000 personas (González-Enríquez), hasta 225.000 (INE) o 700.000 (González-Ferrer) salidas. Pero todo (o casi) tiene su explicación, y es necesario aclarar al menos dos cuestiones.
En primer lugar, que el número de emigrantes no es lo mismo que el número de movimientos migratorios que pueden hacer esas mismas personas. La cifra de González-Enríquez procede del Padrón de Españoles en el Extranjero (PERE), que mide el número de personas que residen fuera del país y no sus movimientos migratorios. En concreto, el dato de 40.000 se refiere al crecimiento neto de los españoles nacidos en España que, entre 2008 y 2012, se han inscrito como residentes en el extranjero. Es evidente que esta cifra no se puede comparar directamente con el flujo de 225.000 salidas o movimientos de españoles con destino exterior que se atribuyen al INE, por tres sencillas razones: se computan movimientos y no personas, se incluye a todos los españoles independientemente de su lugar de nacimiento y, finalmente, no se descuentan los retornos. Si se calcula el flujo neto (salidas menos entradas) exclusivamente de los españoles nacidos en España, se alcanza una cifra significativamente menor: 68.676 salidas netas según la Estadística de Variaciones Residenciales (EVR) ó 84.060 según la Estadística de Migraciones (EM). Por tanto, la primera cuestión, la enorme diferencia entre personas y movimientos, queda razonablemente matizada.
En segundo lugar, tanto el PERE como la EVR no pueden reflejar más allá de las bajas por emigración al extranjero cuando éstas son comunicadas por los interesados al correspondiente Registro de Matrícula Consular, para lo que se les exige una prueba de residencia legal en el país (permiso o certificado de residencia) y lo que supone la pérdida de derechos asociados al empadronamiento en España. Por tanto, es más que probable que los datos españoles infravaloren la emigración al exterior. Por eso, hay que ver lo que dicen las fuentes estadísticas de los países de destino. Y aquí es donde vienen las pegas. Las 700.000 salidas estimadas por González-Ferrer se establecen a partir de la información fundamentalmente de dos países: Reino Unido y Alemania. Para el primero se utilizan las nuevas solicitudes de un número de la seguridad social (National Insurance Number, NINo) que puede realizar todo extranjero adulto a su llegada al Reino Unido sólo por tener la intención de trabajar allí. En Alemania se recurre a las inscripciones (Anmeldungen) en el registro de población del municipio. Es muy fácil registrarse ya que sólo se necesita un pasaporte y una prueba de residencia habitual (por ejemplo, un contrato de alquiler o un escrito del arrendador) y, a veces, hasta ha habido previsto un «dinero de bienvenida» para los estudiantes. Se trata de un trámite imprescindible para las gestiones de la vida diaria (como adquirir una tarjeta para un teléfono móvil o abrir una cuenta bancaria) y, además, las autoridades alemanas, controlan con celo las inscripciones. No disponer del certificado o no tenerlo actualizado puede acarrear multas.
Ambas fuentes tienen en común que la visibilidad estadística de los extranjeros recién llegados es muy elevada. Y la pregunta es si todos esos registros corresponden a emigrantes reales. Por ejemplo, en el caso del Reino Unido cualquier español mayor de 16 años podría solicitar un NINo a su llegada al país, independientemente de la duración y el motivo de su estancia (por ejemplo, aunque simplemente vaya estudiar inglés). Los NINo no expiran y como tampoco se exige el des-registro a la salida, es dudoso que esta estadística dé cuenta cabal del número de emigrantes españoles que realmente permanece en -y no que ha pasado por- el país. Algo parecido sucede en Alemania, donde sí existe la obligación de cancelar la inscripción (Abmeldung) en el registro de población cuando se abandona el territorio. Pero, mientras que son muchos los incentivos para “anmeldarse” al llegar, no existen para hacer el Abmeldung al salir (especialmente, si no se piensa volver a Alemania); por lo que para las autoridades -y en las estadísticas- alemanas se sigue residiendo en el país. Por tanto, la segunda cuestión, la llamativa diferencia entre fuentes nacionales y extranjeras, también queda razonablemente matizada.
Para concluir. Hay que tener en cuenta que el fenómeno migratorio se ha ido transformando aprovechando las ventajas de la globalización en las comunicaciones y el transporte, mientras que la capacidad de las fuentes estadísticas para captar estos nuevos tipos de movilidad cada vez es menor. El coste (personal y monetario) de emigrar hoy en día es muchísimo menor que en los años sesenta, por eso, muchas salidas son decisiones de emigración provisionales. Son migraciones looking for a chance que, desde luego, sólo si al final hay éxito (encontrar un trabajo estable, formar una familia…) emergen en las fuentes españolas. Hay una posibilidad para estimar este tipo de movilidad. Y es muy sencilla: los consulados españoles también recogen las declaraciones como “no residentes” que pueden hacer los españoles que se trasladan temporalmente al extranjero -incluidos los estudiantes-. Si esta información se incluyera en las fuentes españolas como una categoría adicional (movilidad temporal, por ejemplo), buena parte de la subestimación de las cifras españolas de flujos desaparecería. Si, junto a esto, se avanzara para interconectar las instituciones nacionales productoras de la información estadística -al menos, en el marco de la UE-, los registros de población domésticos se podrían depurar al confirmar, por ejemplo, que la misma persona está simultáneamente inscrita como residente en dos países. Hasta que no se haga esto, poca certeza habrá de estar trabajando con datos fidedignos. Y no se entiende por qué, contando con los recursos tecnológicos necesarios, la producción de información estadística ha quedado al margen del mundo globalizado.

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