Este año la economía mundial crecerá  menos que el pasado. La temida recesión (al menos dos trimestres consecutivos de contracción del ritmo de crecimiento del PIB) es muy probable que emerja en el conjunto de la eurozona. En la economía española ese cuadro será más adverso: mantendrá la  tasa de paro en niveles históricamente elevados  y un sistema bancario distante de su normal funcionamiento. En ausencia de un cambio en la orientación de la política económica de las principales economías con las que compartimos moneda, el margen de maniobra del nuevo gobierno para frenar el deterioro a corto plazo es prácticamente inexistente. No son escasas, sin embargo, las probabilidades de que las  recientes decisiones  de ajuste fiscal frenen aun mas el crecimiento, sin que mejore la solvencia pública y privada de forma inmediata.   Lo que sigue son las principales piezas en las que se fundamentan esas conclusiones.

1. Entorno global deprimido. La revisión del crecimiento de la economía mundial en este año hasta una tasa inferior al 4%, es en gran medida atribuida a las peores expectativas que ofrecen las economías de la eurozona.  La persistente inestabilidad  en los mercados de deuda soberana y la precariedad en sus sistemas bancarios  se sobreponen a esa otra vía de contagio real, ya explicita, que es una demanda contraída.

La reacción de la economía estadounidense a las políticas de estímulo no será suficiente para compensar el impacto sobre la economía global de la debilidad europea.  Aun cuando la actitud de las autoridades americanas, en particular de la Reserva Federal,  siga siendo propiciadora del crecimiento, la variación del PIB no superará el 2% en este año. Tampoco Japón crecerá por encima de esa tasa, a pesar de las inversiones tendentes a paliar los efectos del terremoto del pasado marzo.

La desaceleración es ya un hecho en el bloque de las más dinámicas economías emergentes, que habían contribuido de forma tan significativa a la tracción de la economía mundial hasta bien entrada la crisis. Ese conjunto registrará el peor ritmo de crecimiento de los últimos diez años, no superior al  5%. China, la segunda economía más importante del mundo, trata de digerir sus particulares excesos y, en el supuesto de que consiga hacerlo de forma no traumática, su expansión media en este año no es probable que supere el 8%. Esta desaceleración arrastrará a otras economías asiáticas y   latinoamericanas, en gran medida dependientes de las exportaciones de materias primas.

 2. Riesgos persistentes  en la eurozona.  Aun cuando sigamos asumiendo que los escenarios más dramáticos desaparecieron de la escena europea tras las decisiones adoptadas por el BCE en las vísperas del Consejo Europeo del pasado 9 de diciembre, la vulnerabilidad no ha desaparecido. Se han reducido las probabilidades de fragmentación descontrolada de la zona monetaria, pero en modo alguno la situación con la que se ha iniciado el año está cercana a la normalidad. Los mercados de deuda soberana mantienen  primas de riesgo  intimidatorias, especialmente cuando se verifica que son más de 475.000 millones de euros los que vencen en el primer trimestre de este año. Los mercados mayoristas donde se financian los bancos siguen prácticamente cerrados, y la erosión de la solvencia de esas entidades está lejos de haber concluido.

Las políticas presupuestarias de todos los gobiernos, lejos de paliar esas tensiones, las acentúan al seguir manteniendo una genérica orientación procíclica cuyos resultados adversos ya son  suficientemente explícitos en las  economías más expuestas a la crisis de la deuda. Difícil contexto no solo para fortalecer la competitividad de las más endeudadas externamente, sino para eludir la recesión del conjunto de la eurozona. El desempleo seguirá en máximos en el conjunto del área, a pesar de la paradójica excepción de Alemania, que mantiene la tasa de paro mas baja de las dos últimas décadas.

Caben ya pocas dudas acerca de la necesidad de alterar esa simultánea  orientación depresiva de las políticas económicas.  Incluso quienes hasta hace poco defendían los efectos expansivos de la supuesta confianza a la que podía conducir esa austeridad mal entendida, convienen, cuando menos, en compatibilizarlas temporalmente con estímulos a la demanda. Ese cambio de rumbo debería concretarse de forma urgente en aquellas  economías menos endeudadas, menos expuestas al severo escrutinio de los mercados de bonos. De no ser así, una de las economías que en mayor medida sufrirá las consecuencias es la española.

3. Prolongada recesión española. Aunque pendiente de verificar oficialmente, nuestra economía ha despedido el año con una contracción del crecimiento en los últimos tres meses que seguirá, al menos,  en el trimestre en curso. La mayoría de las previsiones sitúan la tasa de variación negativa del PIB en el conjunto de 2012  por encima del 1%. Las dos mas importantes restricciones al crecimiento, la reducción del crédito y  las políticas de ajuste presupuestario, son  suficientemente importantes como para que, aun en presencia de cierto dinamismo de la demanda exterior, nuestra economía tenga serias dificultades para crecer. Pero es que como hemos visto en los  apartados anteriores, esa demanda de nuestros socios comerciales, incluida la  de turismo,  será significativamente inferior a la de 2011, cuando la economía española creció en torno al 0,7%.

La inquietud generada por las dificultades para reducir el desempleo no solo está justificada por  la losa que supone sobre la recuperación de la demanda agregada, sino por  su  creciente componente estructural. La erosión de las capacidades de ese amplio contingente de población desempleada o subempleada constituye unos de los elementos  reductores del propio potencial de crecimiento de la economía, además del más influyente en la desconfianza con que todos los agentes económicos contemplan el futuro inmediato.

Tampoco podrán pasarse por alto los efectos de ese elevado y persistente desempleo sobre la desigualdad.  Los datos que difundió hace unas semanas la OCDE, referidos a 2008,  dejaban constancia de una muy desigual distribución de los réditos de una de las fases  expansivas más dilatadas de la economía española, en gran medida coincidente con la presencia en el euro. Las consecuencias  de la crisis  sobre la cohesión social y la propia estabilidad política, no serán menores si esta  se prolonga.

Las  políticas adoptadas por el gobierno actual,  en cierta  medida continuidad de las definidas en mayo de 2010, son el reflejo de las exigencias alemanas y de las supuestas preferencias de los inversores en bonos. Pero en modo alguno facilitarán el crecimiento y la reducción del desempleo  y, por tanto, tampoco favorecerán el saneamiento de las finanzas públicas a corto plazo.  Ese tipo de austeridad no es precisamente expansiva: la confianza de los inversores no se refuerza si no existe crecimiento, generación de rentas con las que pagar las deudas.  Si nuestros principales socios comerciales no estimulan su demanda no se frenará la espiral de estancamiento y deterioro adicional de las finanzas públicas y privadas. Y ese no es  el mejor  caldo de cultivo para avanzar en la necesaria estabilización del sistema bancario, aun cuando se cierre pronto esa nueva fase de restructuración en la que también se ha empeñado el gobierno en este semestre. Conviene asumir, por tanto, que 2012 será un año de compleja gestión y pobres resultados en una economía que, en mayor medida que en años anteriores,  revelará su gran dependencia de  Europa.

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