Ni para España ni para el conjunto de Europa el curso se presenta fácil. Lo decíamos aquí mismo cuando comenzaba, hace un mes. Lo acontecido desde entonces confirma el pronóstico.
En la UE, dos focos de perturbaciones han cobrado fuerza en las últimas semanas mientras sigue el forcejeo en las negociaciones por el Brexit. El situado en el Este y el que, al Sur, radica en Italia. Allí, Polonia y Hungría encaran desafiantes procedimientos disciplinarios por parte de la Comisión y del Parlamento europeo ante el riesgo de violación grave de valores fundamentales del proyecto común; instancia sancionadora que supone una radical y grave novedad en la historia que arranca del Tratado de Roma hace ya más de sesenta años. Son dos países muy significados de esa orla oriental del mapa, con gran capacidad de arrastre y proyección sobre terceros, como ocurre en Rumanía, a tenor de la preocupación expresada desde Bruselas muy recientemente (cambios legislativos que también en este caso socavan la separación de poderes y el castigo de la corrupción). Es como una mancha de aceite que se extiende por ese lado del corazón de Europa.
Por su parte, “el órdago presupuestario” del gobierno populista italiano, encarándose con las autoridades de la eurozona, abre otra brecha en un edificio todavía frágil. El gobierno de la Liga y el Movimiento 5 Estrellas no da puntada sin hilo: las promesas demagógicas que reflejan sus números responden a un meditado cálculo electoral, con la esperanza de conseguir excelentes réditos en las elecciones europeas del próximo mes de mayo, alzándose de paso con el liderazgo de todo el variopinto frente populista que conforman fuerzas y partidos repartidos por todo el continente. Un envite de primera magnitud para una zona euro todavía vulnerable y necesitada de completar su arquitectura institucional; Juncker lo ha expresado sin rodeos: conceder “un trato especial” a Italia —como se demanda desde Roma— supondría “el fin del euro”.
También en nuestro solar el otoño arranca denso. Con Cataluña sin perder nunca plano, a la precariedad del apoyo parlamentario que el gobierno comprueba repetidamente, se suma ahora una convocatoria electoral —la del 2 de diciembre en Andalucía— que contribuirá a tensar más un clima político enrarecido por pugilatos cortoplacistas y ganancias fáciles de opinión, al margen de objetivos de alcance y de políticas que atiendan al interés general. No ayudará a clarificar el panorama y a reducir incertidumbres. Como no lo hace, por supuesto, esa “exuberancia declarativa” (Serrano Sanz) de ministros y altos cargos que se ha convertido en todo un estilo gubernamental: anuncios y globos sonda, muchas veces contradictorios, que transmiten desconfianza en vez de credibilidad, desánimo en vez de impulso, mientras los problemas de fondo se aplazan sin fecha, ya sean los referentes al sistema de pensiones o al mercado de trabajo, ya sean los que conciernen a la Administración pública o a la formación y el capital humano. Como si todo se fiara a la inercia de un crecimiento económico, a pesar de las inequívocas señales que indican su desaceleración, cuando la política económica —y particularmente la fiscal— se ha quedado con muy escaso margen para intervenir dado el elevado nivel de endeudamiento público (98%).
Comienzo intenso, en definitiva, para un curso que va a ser toda una reválida.