Por José Antonio Martínez Serrano (Universitat de València)

El mundo asiste a una lucha descarnada por destruir el orden liberal que tantos beneficios ha reportado a la humanidad. Y es por ello que las sociedades occidentales deberían luchar por salvarlo

La invasión rusa de Ucrania puede tener efectos económicos devastadores en la economía mundial. La razón de ello no es tanto la magnitud de los intercambios comerciales de ambos países con el resto del mundo, sino las repercusiones que el conflicto pueda tener en el marco institucional liberal que se ha ido forjando desde el final de la II Guerra Mundial y que, en las tres últimas décadas, ha impulsado la mayor ola de prosperidad conocida por la humanidad. En el año 2020 Rusia era el decimosexto país exportador de bienes y Ucrania el cuadragésimo octavo. Los bienes procedentes de Rusia representan únicamente el 1,7 % de las importaciones totales españolas en 2021 y el 2,7 % de las de la Unión Europea. Y las importaciones ucranianas tan solo el 0,4 % y el 0,5 % , respectivamente. Sin embargo, ambos países venden a la Unión Europea productos clave para el funcionamiento de nuestras economías y para nuestro bienestar como son la energía, las materias primas y la alimentación.

La interrupción de estos suministros representa una perturbación que tendrá consecuencias más graves de las previstas por las principales instituciones económicas internacionales. Solo algunos autores se atreven a pronosticar un periodo de estanflación comparable al de los años setenta del siglo pasado. En cualquier caso, no cabe duda de que el crecimiento económico se verá gravemente perjudicado y que la inflación puede volver a los dos dígitos que nos parecían cosas de un pasado lejano. Tal incremento en el nivel general de precios nos empobrecerá significativamente y, la adopción de las medidas necesarias para contener su ascenso aumentará el desempleo en numerosos países y especialmente en España.

No obstante, siendo grave estas repercusiones, lo realmente trascendente es que esta guerra es el mayor reto para el orden económico liberal que paulatinamente se ha ido instaurando en la mayor parte del mundo; orden que, además, ha sido el principal responsable de la prosperidad que hemos registrado tanto en los países ricos como en gran parte de los países ayer pobres y hoy con progresos espectaculares.

La prosperidad de las naciones depende de manera crucial de las innovaciones técnicas. Las realizadas desde los años noventa del siglo pasado requerían de mercados abiertos y globales para el pleno desarrollo de sus potencialidades. El marco institucional liberal, al que se adhirieron la inmensa mayoría de los países, fue decisivo para garantizar la difusión de los beneficios de la división internacional del trabajo mediante un esquema globalizador realmente asombroso. Asombroso, primero, por el modo en que ha conseguido reorganizar los sistemas productivos mundiales y, segundo, por haber sacado de la pobreza a más de mil millones de personas.

La guerra que hoy se vuelve a sufrir en las fronteras de la Unión Europea es el reto más serio a ese modelo de prosperidad y bienestar que ha generado la globalización. La invasión rusa puede interpretarse como la punta de lanza de los Estados iliberales contra las democracias occidentales y, en el ámbito económico, se inscribe en ese movimiento extremadamente intervencionista de los Estados en los asuntos económicos empresariales que comenzó el presidente chino Xi Jinping desde el inicio de su mandato presidencial en 2012 y que ha acelerado descaradamente en los dos últimos años. Un intervencionismo en el que las autocracias comienzan a regular qué deben producir las empresas, cómo deben hacerlo y cómo deben repartirse los beneficios en aras de lo que el presidente chino llama (falsamente) la prosperidad común, que ni es prosperidad (dificulta el progreso empresarial) ni es común (ya que se la apropian unos pocos oligarcas próximos al poder).

Quizá hoy entendamos mejor la declaración de Xi Jinping, en vísperas del inicio de la guerra, acerca de la voluntad de China de establecer una asociación «sin límites» con Rusia. Es también por ello que la sociedad china, de acuerdo con las encuestas que publican los medios de comunicación de Hong Kong, apoya el lado ruso en esta cruel y desigual guerra. Porque en esos países iliberales se ha desatado una campaña mediática contra el orden liberal a favor de regímenes autocráticos en los que el partido sabe interpretar el deseo de los ciudadanos mejor que las democracias occidentales.

Hoy asistimos a algo más que una guerra local por la conquista de un pedazo de territorio. El mundo asiste a una lucha descarnada por destruir el orden liberal que tantos beneficios ha reportado a la humanidad. Y es por ello que las sociedades occidentales deberían luchar por salvarlo. Esa lucha no se consigue con represalias económicas –que no suelen tener el efecto deseado– sino garantizando la seguridad de los ciudadanos, que es el primer mandato de los poderes públicos. Y eso, guste o no, solo se consigue con un fuerte poder militar del que carece Europa.

 

Publicado originalmente en Levante – EMV

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