Partidos políticos y medios de comunicación apuestan, un día sí y otro también, por una sociedad española escindida en bloques antagónicos, en mitades separadas por una línea de fractura insalvable. Quizá así el activismo político —al acudir a la épica o llamar a rebato— gane adhesiones; por su parte, los informadores, al simplificar el análisis de unas u otras situaciones, vean facilitado su trabajo (ejemplo bien ilustrativo: la presentación de resultados por TVE en la noche electoral, desde el primer minuto del recuento hasta el cierre de la emisión, subrayando el supuesto antagonismo con marcados colores diferentes, rojo y azul, por si no quedaba claro). Pero es un planteamiento que no responde a la realidad ni ayudará a afrontar los problemas que tenemos por delante.

Con todos los matices que se quiera, el 10N ha vuelto a expresar la decantación ideológica que la sociedad española mantiene desde las primeras elecciones en democracia: una amplia mayoría a favor de posiciones de centro izquierda o de centro derecha, representadas por los dos grandes partidos que se han alternado en el Gobierno de la nación desde entonces. Ni el desplome de Ciudadanos ni el ascenso de Vox contradicen tal percepción. En el primer caso, el acento que aquellas mayoritarias formaciones han puesto en su perfil más moderado durante la campaña, ha recortado el terreno del que disponía antes el partido que se definía propiamente de centro; y en el caso de la extrema derecha, no tardará en saberse cuánto tiene de reactivo —y, por tanto, de no permanente— el alto porcentaje de votos ahora obtenido, al catalizar un momento de miedo e indignación.

La conformación de bloques parlamentarios polarizados y enfrentados, además de no reflejar fielmente el espectro de la opinión pública, no es la mejor receta para afrontar los principales desafíos que hoy están planteados. Algunos de estos no admiten demora:

  • Cataluña y la organización territorial del Estado.
  • La desaceleración económica, desemboque o no en crisis, que puede profundizar problemas arrastrados todavía desde la Gran Recesión.
  • La reestructuración del sistema de pensiones y de bienestar social, con el telón de fondo de una demografía que reclama una atención que hasta ahora no se le presta.
  • El esfuerzo en educación, investigación e innovación, para no perder pie en esta nueva fase de la revolución tecnológica asociada a la robotización y el desarrollo de la inteligencia artificial, con efectos determinantes sobre la productividad de nuestro tejido productivo.
  • El posicionamiento en el nuevo ciclo de la Unión Europea que ahora se abre, dado que la proyección internacional de España pasa por aprovechar las oportunidades en el cambiante escenario de la UE.

No son desafíos menores. Requerirán no solo Gobierno estable sino también con “autoridad suficiente”, como se ha dicho ajustadamente; la “auctoritas” que no conferirá de ningún modo una escisión bipolar en el parlamento y la captura sectaria de las instituciones que acaba siendo consustancial a ese antagonismo. La situación demanda solvencia y firmeza, una mayoría fuerte y estable para vencer inercias y adoptar decisiones difíciles, desatascando el necesario proceso de reformas.

Es tarea que a todos nos compete; no solo a los políticos, también a la sociedad civil, bien como impulsora, bien como instancia vigilante: para que algunos puedan dormir, otros tienen que velar su sueño.

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