Nadie lo puede dudar: 2013 se presenta como uno de los años más cruciales de nuestra historia reciente. Crucial por lo difícil y también por lo decisivo.

Lo segundo porque el Gobierno tendrá que hacer acopio de determinación política para impulsar medidas de saneamiento y reforma. En unos casos, prolongando la senda ya iniciada: orden y control en las cuentas públicas, reestructuración del sector financiero (donde queda por hacer buena parte de lo socialmente más costoso aún, con la nueva ley de cajas de ahorros y fundaciones en la lista de espera) y adaptaciones sucesivas en el sistema de pensiones. En otros casos, para acometer reformas que no deben demorarse más: articulación del mercado interior, liberalización de servicios profesionales y, sobre todo, reforma de las administraciones públicas, básica para que comience a cerrarse la enorme brecha de desafección política que está horadando el entero tejido institucional de la democracia. Un año decisivo.

Y difícil. No sólo porque los resultados positivos de lo realizado tardarán en llegar, poniendo a prueba todavía más la capacidad de encaje de quienes ya han sido muy castigados por la crisis, sino también porque será mayor la resistencia de sindicatos, corporaciones profesionales y grupos de interés ante la continuidad de la política de reformas. Se dan cita, pues, todos los ingredientes para componer un año áspero en un país con síntomas ya de abatimiento.

Es perentorio, por eso, no despreciar signo alguno que aporte aliento. Desde afuera, aunque la incertidumbre sea una vez más la nota dominante, en particular en el seno de la Unión Europea, con el doble condicionamiento de las elecciones en Italia (febrero) y Alemania (septiembre), en este comienzo de año llegan mejores señales que hace doce meses. Unas desde Estados Unidos, con un sector inmobiliario que ha comenzado a repuntar y un sector manufacturero que ha recuperado competitividad, tirando de la inversión y el empleo; otras desde China, posiblemente ante un nuevo ciclo expansivo, eliminadas parte de las incógnitas que genera su sistema político; y también desde los mercados emergentes, en condiciones de apoyar una onda expansiva de la economía internacional. Pero tampoco cabe desconocer las de adentro. Notorias y tangibles son las que provienen de la reforzada capacidad exportadora de nuestra economía, que han situado a España, junto a Corea, a la cabeza de los países de la OCDE por tasa de incremento de las exportaciones. Ahora, sin embargo, conviene reparar en una menos llamativa, de naturaleza incorpórea aunque esencial: el marcado cambio de tono del presidente Rajoy al hacer balance de su primer año de Gobierno, expresando sobriamente realismo en la descripción de las dificultades. Ni “brotes verdes” ni zarandajas; conciencia de la dureza del tiempo con el que ha tocado lidiar. Un cambio de tono elogiable, situado en las antípodas del electoralismo omnipresente. 2013 va a ser especialmente duro: reconocerlo sin ambages es una precondición para alimentar la esperanza.

2 Comentarios

  1. Hola José Luís,

    Me temo que esas mejores señales no son más que espejismos. La crisis Americana está lejos de cerrarse. La europea y, sobre todo la española, no paran de agudizarse. Lástima de tiempo perdido. El orden y el control en las cuentas públicas no los veo pues sólo se han puesto unos límites ,temporales además, al monto total del gasto corriente de las administraciones centrales y autonómicas. El gasto estructural permanece aún incólume. El verdadero ajuste se está haciendo recaer sobre las espaldas de los consumidores, sobre el consumo privado, aumentando, como dice Rogelio, el multiplicador fiscal por encima de lo recomendable. La colocación de deuda pública obedece más a la actividad expansiva del BCE que a los fundamentales de dicha oferta de bonos. Se alimenta así una deuda que nuestro Gobierno no parece que sea capaz de controlar. Las cacareadas reducciones de final de año me empiezan a sonar con la misma música que en los años del Gobierno de José Luís Rodríguez Zapatero.

    Un saludo cordial,

  2. Amigo José Luis,
    Tengo muchas dudas de la capacidad y de la intención de este Gobierno para acometer las reformas que, de verdad, consigan «articular el mercado interior, liberalizar los servicios profesionales y, sobre todo, reformar las administraciones públicas». Hay demasiados intereses personales (o llámalos «mamandurrias», como dice Dª Espe) como para que ni éste, ni otro Gobierno diferente, les meta mano. ¡Ojala me equivoque y alguno se atreva y lo consiga!.
    Por lo que se refiere a la «reestructuración del sector financiero (donde queda por hacer buena parte de lo socialmente más costoso aún, con la nueva ley de cajas de ahorros y fundaciones en la lista de espera)», mi opinión es la siguiente.
    a) La parte que queda por hacer en las antiguas cajas, es la de echar a la calle al número necesario de empleados para que, con este «saneamiento», el Banco de Santander y el BBVA (y quizás algún otro), «compren» a precio de saldo el negocio que quede en pie de aquellas entidades.
    b) No sé a qué «nueva ley de cajas de ahorros» te quieres referir. En los últimos quince años, se han cargado unas cajas de ahorros que fueron en su momento una auténtica banca de las familias y de las Pymes. Para ello fue preciso contar con unos dirigentes totalmente inútiles, al servicio de sí mismos y de los intereses políticos y sindicales más evidentes; los Clientes eran los tontos útiles de este invento.
    Conozco bastante bien lo que eran esas Cajas de Ahorro y su función social, y conozco muy bien cómo ha sido el proceso de su desaparición. Si ahora a alguien se le ocurre parir una nueva Ley de Cajas de Ahorros, dudo mucho que se parezca lo más mínimo a aquélla que permitió a estas Entidades conseguir atender las necesidades financieras de familias y Pymes durante los casi cincuenta últimos años del s. XX. Me imagino que del parto saldrá una cosa muy mona y que no estorbe a la gran banca. Digo como antes: ¡Ojala me equivoque!
    Un cordial saludo.

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