En una entrada anterior se ha hecho referencia a las propuestas de reindustrialización surgidas en la UE y EE.UU en fechas recientes. En esta entrada vamos a analizar hasta qué punto puede decirse que España está experimentando un proceso de desindustrialización y también hablaremos de los factores que contribuyen a la pérdida de peso de la industria.

La relación entre la participación de la industria en el empleo total y el nivel de renta per cápita de los países  tiene forma de U invertida. En las fases iniciales del desarrollo crece la participación de la industria y a partir de un punto comienza a descender de forma regular. Se trata de un fenómeno bastante documentado: ver, por ejemplo, el  Gráfico 4 de este artículo de M. Sposi y V. Grossman, (aquí).

En el Gráfico que se reproduce a continuación se compara la trayectoria de las manufacturas en España con la senda media de los países de la OCDE. El trazo negro es la relación en forma de U invertida, mencionada en el párrafo anterior, para la trayectoria promedio que han seguido los países de la OCDE. Los puntos azules describen la trayectoria que ha seguido España desde 1980.

Relación entre el peso del empleo manufacturero y el PIB per cápita en los países de la OCDE. En azul la trayectoria de España

Grafico desindustrializacion

 Fuente: Elaboración propia con datos de OCDE, STAN Rev. 2008

Los rasgos más sobresalientes de la comparación se pueden resumir en tres puntos. En primer lugar,  España se sitúa por debajo de la senda media de la OCDE. Esto quiere decir que, para un nivel dado de PIB per cápita, el peso de las manufacturas en el empleo es en España aproximadamente 3 puntos porcentuales inferior al que le correspondería de acuerdo con el patrón medio de la OCDE. En segundo lugar, este fenómeno se produce desde los primeros años de la década de 1980, coincidiendo con el proceso de Reconversión industrial que se produjo entonces. En tercer lugar, en los diez últimos años, el peso de las manufacturas cae relativamente más en España, pudiendo afirmarse que hay una divergencia creciente con respecto al patrón medio de la OCDE. En resumen, de la comparación parece desprenderse que España está experimentando un proceso de desindustrialización semejante al de otros países desarrollados pero de magnitud más intensa, sobre todo en los quince últimos años.

Constatado lo anterior, podemos preguntarnos por los factores que hay detrás de la pérdida de peso de la industria en la actividad económica. En principio, estos factores pueden agruparse en tres grandes categorías.

La primera podría calificarse con el término: cambio estructural. La productividad de la industria crece más que la del resto de sectores y da lugar a una disminución de sus precios relativos. En paralelo, la demanda relativa de los bienes industriales no ha respondido a estos menores precios relativos con un aumento del consumo relativo de bienes industriales sino, al contrario, con reducciones sistemáticas (en las últimas décadas el gasto nominal en bienes respecto a servicios ha estado cayendo a tasas anuales superiores al 1% anual en la mayoría de países desarrollados). Por tanto, la evolución del empleo industrial ha quedado, durante las últimas décadas, en todos los países desarrollados, por detrás de la evolución de los servicios. Es decir, el crecimiento económico desencadena un mecanismo de cambio estructural que hace que el sector industrial, a través del juego de su productividad, precio y demanda relativas, reduzca su peso en el conjunto de la economía. R. Lawrence y L. Edwards (aquí) lo han analizado para EEUU y su conclusión es que este fenómeno, el cambio estructural, es el factor explicativo más importante para dar cuenta de la disminución del tamaño relativo de la industria de EEUU, hasta suponer, en la actualidad, menos del 10% del empleo total. Para los países de la UE, R. Veugelers (aquí) ofrece evidencia similar.

La segunda está relacionada con el comercio exterior. Una demanda interna abastecida de forma creciente por importaciones puede erosionar el empleo de los sectores más expuesto a la competencia exterior. El conocido artículo de D. H. Autor, D. Dorn y G. H. Hanson (aquí), que analiza el impacto de las importaciones chinas (estrechamente relacionadas con el offshoring) sobre el empleo manufacturero de EEUU, tomando como referencia más de setecientas áreas metropolitanas, llega a la conclusión de que el 25% de la caída del empleo manufacturero se ha debido al aumento de dichas importaciones. Un ejercicio de enfoque similar hecho con datos de provincias españolas por V. Donoso, V. Martín y A. Minondo (aquí) obtiene como resultado un efecto de magnitud similar. Sobre esta cuestión A. Minondo ha escrito una interesante entrada en este blog (aquí).

Hay una tercera categoría de carácter residual que, a falta de mejor nombre, llamaré: otros factores. Éstos incluyen la externalización de actividades de servicios que antes se realizaban dentro del perímetro del sector y que pasan a contratarse fuera de él. La compra externa de servicios (publicidad, auditoria, sistemas de información, formación de personal, etc.) representa una fracción creciente del output industrial (aquí, evidencia para varios países europeos). Otro factor que hay que incluir en esta tercera categoría es la creciente terciarización de la industria. Las empresas industriales producen cada vez más, de forma integrada, servicios. Por esta razón, muchas dejan de realizar como actividad principal tareas industriales. Un estudio reciente sobre Dinamarca, de A. Bernard, V. Smeets y F. Warzinski (aquí), concluye que en torno a la mitad de la reducción en la cuota del empleo manufacturero, la desindustrialización a la que nos estamos refiriendo, se debe a cambios de actividad de las empresas desde la industria hacia los servicios.

Los factores señalados han sido examinados en un artículo que aparecerá próximamente en un número monográfico sobre la industria española de Papeles de Economía Española (aquí), escrito en colaboración con Ana Martín-Marcos y Francisco J. Velazquez. En él llegamos a la conclusión de que los tres factores indicados contribuyen al proceso de desindustrialización de España, así como al de otros países de la UE. Aunque no podemos decir la magnitud con la que contribuye cada uno de ellos, se desprende del análisis que el cambio estructural, la externalización de servicios y la terciarización de la industria, que son factores relativamente permanentes, van a seguir actuando en los próximos años. Por tanto, es un poco temerario formular objetivos de reindustrialización en términos de incrementar el peso de la industria. La pérdida de peso relativo de la industria, tanto en empleo como en valor añadido, es previsible que continúe los próximos años.

Las reflexiones anteriores no pretenden agotar, como es obvio, un tema muy amplio y con muchas vertientes de análisis. El cambio tecnológico actual está modificando la naturaleza de la industria, como en el pasado el desarrollo industrial modificó la posición de la agricultura en el sistema económico. Comprender estos cambios es clave para diseñar una política industrial nueva que contribuya al crecimiento económico. He tratado de argumentar que la fijación de objetivos cuantitativos sobre el porcentaje que debe alcanzar la industria en el PIB no ayuda demasiado a formular políticas que promuevan el fortalecimiento de la industria.

 

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