Fiel a su cita de finales de julio, el INE acaba de divulgar la Encuesta de Población Activa (EPA) correspondiente al segundo trimestre de 2020 (aquí los resultados detallados y aquí la nota de prensa). Se trata de una edición un tanto especial de la encuesta, en la medida en que incluye ad hoc información sobre algunos cuestiones que en algunos casos están disponibles únicamente en términos anuales, referidas a aspectos como los flujos laborales, las horas efectivas de trabajo, ciertas categorías especiales de inactivos, la jornada atípica o el teletrabajo.
Después de que por una cuestión de calendario la EPA del primer trimestre reflejara todavía de forma muy parcial el impacto laboral negativo de la crisis económica asociada al covid-19 (para más detalles ver aquí), la correspondiente al segundo trimestre refleja con crudeza los estragos laborales que la crisis económica está empezando a producir en el mercado de trabajo, como era de esperar conforme a todas las previsiones, incluyendo las de la OCDE y la Comisión Europea (ver aquí y aquí).
En mi opinión, son 3 las conclusiones principales que se pueden extraer del análisis de la evidencia proporcionada por la EPA. La primera es que la magnitud del deterioro que ya se ha producido en el mercado de trabajo español es muy destacada, si bien el mismo se aprecia todavía únicamente en términos de empleo pero no de desempleo, donde existe un decalaje. La segunda es que el deterioro laboral es muy asimétrico en diversas dimensiones, con efectos muy desiguales por colectivos de trabajadores. La tercera es que existen indicios de que, desafortunadamente, el margen de empeoramiento adicional de la situación del mercado de trabajo pudiera ser todavía importante.
Así, en relación con la primera cuestión, resulta especialmente impactante la destrucción de más de un millón de puestos de trabajo (1.074.000) durante el segundo trimestre del año, con una intensa una caída del empleo del 6% (gráfico 1). La misma, sin embargo, no ha repercutido apenas todavía en términos de desempleo, ya que el mismo aumentó muy ligeramente (en únicamente 55.000 personas, hasta llegar a un total de desempleados de 3,37 millones y una tasa de desempleo del 15,3% de la población activa). Esto se explica esencialmente por la imposibilidad por parte de muchas personas sin trabajo de buscarlo activamente en el contexto de las medidas de restricción de la movilidad y, de esa forma, cumplir con el conjunto de requisitos necesarios para ser considerado desempleado. Esta circunstancia explica, de hecho, el intenso e inusual repunte de la inactividad, con un inusitado aumento trimestral de más de un millón de inactivos que no tiene precedentes en la serie histórica, centrado muy especialmente en los inactivos que desean trabajar y están disponibles para hacerlo, pero que no lo buscan (1,6 millones de personas, lo que supone el doble que en el primer trimestre del año), dando lugar a una significativa caída de la tasa de actividad hasta el 55,5%. Esta circunstancia tiene presumiblemente de carácter transitorio y se refleja en una magnitud de los flujos laborales desde otros estados laborales (ocupación y desempleo) hacia la inactividad de una cuantía especialmente destacada durante el trimestre (grafico 2).
Gráfico 1.
Tasa de variación anual de la ocupación.
Fuente: INE (2020), Encuesta de Población Activa (EPA) Segundo trimestre de 2020 Nota de prensa
(https://www.ine.es/daco/daco42/daco4211/epa0220.pdf).
Gráfico 2.
Flujos entre estados laborales entre el primer y el segundo trimestre de 2020.
Fuente: INE (2020), Encuesta de Población Activa (EPA) Segundo trimestre de 2020 Nota de prensa
(https://www.ine.es/daco/daco42/daco4211/epa0220.pdf).
El proceso de destrucción de empleo ha sido, sin embargo, muy heterogéneo, con un alcance muy distinto en función del tipo de trabajador. Así, aunque ha habido una destrucción de empleo indefinido no negligible (361.000 trabajadores) la pérdida de empleo se ha centrado, como es habitual en contextos recesivos, en los trabajadores temporales (en torno a dos tercios de los empleos destruidos, 672.000, con una tasa de temporalidad que se ha reducido hasta el 22,3%). En el mismo sentido, el impacto ha sido mayor sobre otros colectivos vulnerables, como las mujeres y, especialmente, el de los jóvenes y los trabajadores con bajos niveles educativos (de modo que uno de cada cuatro empleados menores de 25 años ha perdido su empleo y la práctica totalidad del empleo destruido corresponde a individuos con estudios primarios o secundarios, respectivamente), siendo un motivo adicional de especial preocupación en este sentido la incidencia de los hogares con todos sus miembros en paro (1.148.000 actualmente), un 6% del total. Asimismo, la destrucción de empleo se ha centrado de forma especialmente acusada en ciertas regiones, como Cataluña, Andalucía y Madrid, y en ciertos nichos del mercado de trabajo, como el empleo asalariado (con una caída de 1.033.000 empleos, frente a únicamente 36.000 para los autoempleados), en el sector privado (con 1.052.000 empleos perdidos frente a 22.000 del sector público) y el sector servicios.
Resulta especialmente preocupante, en cualquier caso, que los resultados de la EPA apuntan a que el desplome laboral por venir puede ser muy intenso, en la medida en que parte de los trabajadores sometidos a los esquemas de protección del empleo de los expedientes de regulación temporal de empleo (ERTE) pierdan finalmente su empleo. Esto es así porque se trata de un colectivo de trabajadores que, de acuerdo con la metodología de la Organización Internacional del Trabajo, se consideran ocupados y que en la práctica es muy numeroso (según el INE, habría en torno a 3,4 millones de afectados por ERTE de suspensión de empleo o reducción de jornada o por prestación extraordinaria de los autónomos). Una idea de la relevancia de lo que está en juego es que durante el segundo trimestre del año únicamente 13,9 de los 18,6 millones de ocupados estuvieron trabajando de forma efectiva, lo que supone únicamente el 35% de la población activa en España. En el mismo sentido apunta el hundimiento de las horas efectivas de trabajo, en las cuales, a diferencia de lo que ocurre con el número de empleos, sí que tiene reflejo los la suspensión o reducción de jornada de los trabajadores afectados por ERTE, las cuales cayeron un 22,59% respecto al primer trimestre. Toda esta evidencia apunta a que, desafortunadamente, si se confirman los pésimos augurios sobre la evolución de la actividad económica durante el año en curso, lo peor del descalabro laboral pudiera estar todavía por venir.
En otro orden de cosas, como se señalaba previamente, esta edición de la EPA ofrece información novedosa sobre diversas cuestiones de interés. Aparte de la ya mencionada relativa a los flujos laborales entre estados laborales, las horas efectivas de trabajo o las categorías especiales de inactivos, la más destacada es la relativa a la incidencia de la jornada atípica y, especialmente, del teletrabajo. Esta última modalidad laboral se extendió durante el segundo trimestre de 2020 a más de 3 millones de trabajadores, el 16% del total, lo que cuadruplica los registros del conjunto del año anterior, y confirma el uso generalizado del mismo por parte de muchas empresas y trabajadores en el contexto del confinamiento y otras restricciones a la movilidad. Por el contrario, la incidencia de los horarios atípicos se redujo significativamente en el mismo periodo, con un número significativamente más reducido de empleados trabajando los fines de semana o por las noches.