La inserción laboral de los titulados constituye, indudablemente, una preocupación y un objetivo de primer orden para nuestro sistema universitario. Por fortuna, y como reflejo de esa preocupación, los datos, estudios y análisis han proliferado en los últimos años hasta ofrecernos una visión amplia y detallada del estado de la cuestión.

No es mi propósito, por lo tanto, volver sobre lo que documentan ese tipo de estudios sino ofrecer una breve reflexión sobre lo que considero que constituyen algunas de las principales “anomalías” o “brechas” que se detectan en la inserción laboral de los titulados universitarios.

La primera de esas brechas es la que se abre entre oferta y demanda y se pone de manifiesto en un número de titulados que el sistema es incapaz de absorber. ¿Tenemos muchos titulados o pocos empleos? ¿Es muy grande nuestro sistema universitario o muy estrecho nuestro sistema productivo? Me resisto a resolver el dilema por la vía de reducir el número de universitarios y pongo el acento, por eso, en el hecho de que en España contamos con un sistema productivo con escaso peso de los sectores intensivos en conocimiento, con un nivel inferior al de otros países europeos, y que ampliar esos sectores y puestos de alta cualificación (un reto que escapa a las responsabilidades universitarias) resulta indispensable para la mejora de la inserción laboral de nuestros titulados universitarios (y, además, para la competitividad de nuestra economía).

La segunda brecha es la existente entre los perfiles formativos y las necesidades del mercado de trabajo y, para no repetir las abundantes consideraciones que se han hecho sobre el tema, me limito a proponer dos únicas, aunque creo que relevantes, recomendaciones. Por un lado, la necesidad de que la programación de las enseñanzas universitarias responda a estímulos de demanda antes que de oferta, al revés de cómo ha venido siendo hasta ahora. Y por otro lado, a la necesidad de acortar la enorme distancia que media entre la lentitud de los procesos académicos y la velocidad de la transformación de los requerimientos formativos en el sistema productivo.

La tercera brecha se plantea llamativamente entre “lo que sobra y lo que falta” y se plasma en la existencia simultánea de desempleo y vacantes (fundamentalmente en nuevas profesiones y “digital skills”) en el mercado de trabajo. Ello me lleva a plantearme una pregunta para la que ya adelanto que no tengo contestación: ¿por qué la demanda no sigue a la inserción laboral? Es decir, qué explica el desequilibrio que se produce entre las titulaciones más demandadas por los estudiantes y las que mejor inserción laboral registran; qué explica el hecho de que mientras se incrementa significativamente la demanda de perfiles STEM (Science, Technology, Engineering, Mathematics), las matriculaciones en estos estudios hayan caído en una década un 40% en España.

Los nuevos escenarios que se están abriendo paso intensa y velozmente tanto en el mundo formativo como en el ámbito productivo, establecen una cuarta brecha entre viejas y nuevas concepciones de la inserción laboral de los titulados en educación terciaria, que haríamos mal en ignorar y que obliga a revisar con urgencia tradicionales planteamientos y a diseñar con creatividad e imaginación nuevas estrategias de inserción que,  a mi modo de ver, han de orientarse al menos en las siguientes direcciones.

Por un lado, en la de unas innovaciones educativas radicales que, para adaptarse a una cambiante demanda de cualificaciones, incorporan más experiencias prácticas y conducen hacia una universidad más dual, pero que ha de mantener un equilibrio para evitar programas formativos con más conocimiento y menos educación, concebida como producto y no como proceso.

Por otro lado, en la adecuación a unas transformaciones en la forma de proveer la formación y conectarla con el sistema productivo, que no responden a normas fijas, que propician el desarrollo de programas “a la carta”, para estudiar dónde, cuando y cómo se quiera, y que generan un tipo de estudiantes que tomarán cursos de distintas instituciones con diversas modalidades y estrategias.

Por lo demás, en la dirección del imprescindible fomento de cauces de estímulo a la creatividad, el emprendimiento y las iniciativas de los estudiantes, que la universidad no proporciona convenientemente por ahora y que, en muchas ocasiones, se acaban desarrollando fuera de ella.

Y la última de esas orientaciones nos devuelve casi a un punto de partida en el que hay que admitir que la inserción laboral es una tarea a la que la universidad ha de contribuir pero que desborda sus competencias y capacidades; y en la que habrá que reconocer humildemente que no tenemos la clave para que nuestros alumnos encuentren trabajo, que nadie sabe como será el mercado de laboral de dentro de unos años y que se perfila un horizonte de “crecimiento sin empleo” (o de otro modo de concebir el empleo) porque parece haberse roto el acoplamiento entre productividad, crecimiento y empleo que ha venido funcionando hasta ahora.

Juan A. Vázquez

Universidad de Oviedo

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