Pocas veces el calendario europeo ha venido tan cargado de citas con marcada trascendencia para todos. En apenas diez meses, las consultas electorales previstas, junto a otros hechos de envergadura, condicionarán los derroteros de la UE en su conjunto.
Para comenzar, esta misma semana dos elecciones cuyos respectivos desenlaces no deberían dejar indiferente a nadie. En Austria, la definitiva elección del presidente (definitiva porque está precedida de dos intentos fallidos: uno por impugnación de los resultados declarados, otro por defectuosa preparación material (¡el pegamento de los sobres!, imaginemos lo que se hubiera oído por aquí en caso de producirse algo similar…), con muchas posibilidades de que en esta ocasión salga elegido el candidato de ultraderecha, Norbert Hofer. En Italia, el referéndum para votar la propuesta de reforma de la Constitución que el gobierno consiguió aprobar pero no con el apoyo de los dos tercios del Parlamento, lo que ha obligado a la consulta popular, concebida como plebiscito personal por parte de Matteo Renzi, que tendrá que atenerse a las consecuencias.
El segundo acto, en primavera, arrancando con un mes de marzo que puede acoger hasta tres acontecimientos mayores: uno, el final de la política expansiva del Banco Central Europeo y sus compras masivas de deuda pública; dos, la invocación por la primera ministra británica —si la resolución judicial pendiente no lo impide— del artículo 50 del Tratado de la Unión, con el inicio oficial de las negociaciones para la salida del Reino Unido; tres, las elecciones parlamentarias el día 15 en los Países Bajos, donde Geert Wilders, al frente del extremista y antiislámico Partido por la Libertad, tiene opciones reales de conseguir suficiente porción de votos para encabezar un gobierno de coalición. Y pocas semanas después, mes y medio después, entre el final de abril y el 7 de mayo, las dos vueltas de las elecciones presidenciales en Francia, con un acrecido Frente Nacional de Marine Le Pen que enfatiza su discurso rupturista de choque —contra la Unión, contra el euro, contra las directrices de la Comisión y el Parlamento—, en línea con el del ultraderechista líder holandés. (Tómese nota: Francia y Holanda, los dos países firmantes del fundacional Tratado de Roma que rechazaron también en referéndum el Tratado Constitucional.).
El tercer acto —prescindiendo ahora de los comicios que tendrán lugar asimismo durante 2017 en Hungría, Croacia, Lituania, Rumanía y República Checa— se desarrollará en tierras germánicas cuando llegue el otoño, con la amenaza de que el partido netamente populista Alternativa para Alemania —creado en 2013 para oponerse a los rescates financieros a países como Grecia y Portugal y que ha desplegado luego un ideario centrado en la identidad nacional, encontrando en el rechazo a los programas de acogida de refugiados la más potente catapulta— consiga una significativa representación a escala nacional, una vez que ya está presente en nueve parlamentos regionales.
No nos esperan meses aburridos, ciertamente, con Trump, además, asumiendo desde los primeros compases de enero la presidencia de los Estados Unidos.
Convendrá, por ello, aprovechar al máximo las oportunidades que la nueva legislatura brinda a la política en España. El reparto de fuerzas en el Congreso de los Diputados, en vez de un obstáculo, puede ser el necesario revulsivo para alcanzar acuerdos sobre grandes problemas que deben afrontarse sin pérdida de tiempo y que se han demostrado irresolubles sin pactos de amplio espectro: la reforma del sistema educativo es un buen ejemplo. Sobre el encaje constitucional de Cataluña, el sistema de pensiones, la financiación autonómica, la reforma de la justicia o el saneamiento de la vida pública no se aportarán soluciones pragmáticas y duraderas sin negociación entre las principales fuerzas políticas con representación parlamentaria. Es la hora propicia para demostrar capacidad en la búsqueda de puntos de coincidencia al servicio de intereses generales. Y hay que apretar el paso. Siempre el primer año marca el recorrido de toda la legislatura. Combatamos a los agoreros que nos anuncian una legislatura corta y perdida: la suerte no está echada y hay condiciones para conseguir avances importantes en algunos de los campos citados. En democracia, la responsabilidad es de todos.